La derrota de Jeremy Corbyn
Victor H. Becerra comenta el resultado de las elecciones de diciembre en Reino Unido y ve en la derrota de Jeremy Corbyn una derrota de la izquierda radical en dicho país.
La derrota de Jeremy Corbyn, líder del Partido Laborista, en las elecciones parlamentarias del 12 de diciembre pasado en el Reino Unido, fue aplastante: bajo su liderazgo, los laboristas obtuvieron su peor resultado desde la década treinta del siglo pasado. Corbyn era una personalidad muy respetada en la izquierda radical que hoy domina muchos partidos en el mundo. Al respecto, no deja de ser curioso cómo esa izquierda radical gobierna ahora partidos muy importantes en Inglaterra, EE.UU., Francia, España, Colombia, México, entre otros. Nunca antes la tercermundización de la política se había extendido tanto, en tantas partes, incluso en países que se supondrían más desarrollados, políticamente hablando. Pero tras su derrota, el futuro de Corbyn será el próximo retiro del liderazgo laborista y el ostracismo. Será un chavista menos con posibilidades de poder. Aunque quedan muchos, para los cuales la derrota de Corbyn y de su agenda es una ominosa advertencia.
Hablar de izquierda radical no es un exabrupto. En su programa electoral, Corbyn y los laboristas planteaban un aumento impositivo gigantesco, mayormente cargado sobre las espaldas de las empresas y las ganancias, así como a las transacciones financieras, lo que a la larga significaría salarios más bajos, desempleo para los trabajadores y un crecimiento económico más lento. Mostraba que, como había dicho ya Margaret Thatcher, a los izquierdistas no le importan los pobres, sino no ver enriquecerse a los ricos. De haber prosperado las propuestas de Corbyn, que significaban un costo extra de 80 mil millones de libras, equivalentes a más de 100 mil millones de dólares, la cuna de Adam Smith habría tenido el nivel impositivo más alto en el mundo desarrollado.
Adicionalmente, en su programa electoral Corbyn abría la posibilidad de nacionalizar más empresas, a partir de la confiscación automática del 10% de las acciones de las empresas con más de 250 empleados. Eso habría destruido la confianza de los inversores en Gran Bretaña, conduciría a una fuga de capitales, habría significado un duro golpe a la creación de empleos y un colapso en el valor de la libra. ¿Por qué habrían de esperar los inversores para ver si el Gobierno de Corbyn confiscaba más de sus activos? ¿Por qué limitarse al 10%? ¿Por qué no un 15% o un 20%? ¿O por qué no, por ejemplo, implementarlo en empresas de 100 empleados?
Con el programa de Corbyn, Gran Bretaña, el país líder en Europa en inversión extranjera directa, y el tercero más importante en el mundo detrás de EE.UU. y China, se convertiría en un desierto para la inversión externa. Y habría significado un duro golpe al grueso de la economía británica: Las grandes empresas con más de 250 empleados que se verían afectadas gravemente por su programa, representan el 40% del empleo, con un total de 10,7 millones de empleados.
Conviene detenerse un poco en esta propuesta de Corbyn. Su patrón fue el llamado Modelo de Rehn-Meidner, desarrollado en 1951 por los economistas Gösta Rehn y Rudolf Meidner, empleados por los sindicatos suecos, con una clara agenda antiempresarial. Puesto en práctica en los setenta, fue en parte responsable de la grave crisis económica causada por el socialismo sueco, y que obligó a reformar a fondo el Estado de Bienestar. Así que históricamente ya sabemos los resultados que recogería, como sucede siempre con el socialismo.
Adicionalmente, Corbyn era una figura indecente, una mancha en la tradición de Gran Bretaña, el único país europeo que protegió a los judíos dentro de sus fronteras mientras la marea del antisemitismo genocida se extendió por todo el continente durante la Segunda Guerra Mundial. En Corbyn hay un hombre abiertamente antisemita, que asistió a una ceremonia conmemorativa en honor de los incalificables asesinos de 11 atletas israelíes judíos en los Juegos Olímpicos de Munich de 1972; un político que invitó a terroristas de Hamás y Hezbolá a hablar a su lado y los llamó “hermanos”.
Como líder laborista, Corbyn promovió a los negadores del Holocausto y los financió; uso la palabra “sionista” como un insulto despectivo, como un delito atribuible a todos los judíos del mundo. Fue portavoz de un antisemitismo tan acendrado que se ha incrustado en una parte importante de su partido, el cual fue investigado por la Comisión de Igualdad y Derechos Humanos por “racismo institucional”. Adicionalmente, contó con asesores a favor del totalitarismo que veían el fin de la Unión Soviética como la mayor tragedia del siglo XX…
Lo bueno es que los electores británicos lo mandaron al basurero de la historia. Corbyn renunciará mañana o a más tardar en enero o febrero. Ya ha anunciado que no liderará otra campaña. Lo malo es que en su demagogia, generó una ola de rechazo que le entregó carta blanca a Johnson, que es también un demagogo pero del otro bando. Y esto durante cinco largos años, con una gran mayoría, que no requerirá ninguna alianza ni contemporización ni negociaciones con otras fuerzas. Ciertamente el Brexit abanderado por Johnson es un riesgo para los negocios británicos, pero objetivamente, no es nada comparado con la carnicería en que Corbyn convertiría a la economía británica. En tal sentido, la elección británica fue algo más que una elección parlamentaria, fue en buena medida un referéndum sobre la izquierda radical que tomó por asalto al Partido Laborista y sobre el mismo Jeremy Corbyn.
Vienen momentos tensos para Gran Bretaña: el gran desafío económico que representa el Brexit, va acompañado de un momento delicado para la integridad británica. Los nacionalistas escoceses han barrido una vez más al norte de la frontera, y por primera vez hay más diputados nacionalistas que unionistas en Irlanda del Norte. Las disputas constitucionales y otro referéndum sobre la independencia de Escocia podrían definirse en los próximos meses. Irónicamente, mientras Gran Bretaña votó y confirmó abandonar la Unión Europea, su política ha comenzado a parecer más y más europea, ya que su sistema bipartidista, una vez estable y reconocible, se ha disgregado, sin saberse a dónde va.
Hacia adelante, la gestión de Johnson no será una fiesta de libre comercio y libre empresa. Su idea, por ejemplo, de que tras el Brexit, las compras y contrataciones del gobierno se utilizarán para ayudar a las empresas británicas, algo que no está permitido por las normas de la Unión Europea, nos habla del Estado intervencionista que se traen los conservadores entre manos. Pero de cualquier modo, la derrota de Corbyn no deja de ser una muy buena noticia.