La deficiente productividad laboral

Manuel Sánchez González dice que la falta de competencia, los decepcionantes resultados del sistema educativo estarían entre los factores que explican la improductividad laboral de México.

Por Manuel Sánchez González

Durante los últimos cuarenta años, el PIB por habitante de México creció a una tasa real anual promedio de 0,5 por ciento. El limitado desarrollo económico de largo plazo del país ha restringido las posibilidades de mejora del nivel de vida medio de la población.

El principal problema que subyace detrás de este desempeño no es la escasez de factores productivos, ya que el crecimiento económico ha estado impulsado principalmente por el aumento del trabajo y, en menor medida, de la inversión. El freno para un mayor avance material ha consistido en la baja eficiencia en la utilización de esos factores, en especial del más abundante, que es la mano de obra.

El PIB por habitante puede visualizarse, algebraicamente, como el resultado de multiplicar el PIB por trabajador, es decir, la productividad laboral, por la proporción de trabajadores en la población total. Mientras que el segundo componente se ha expandido significativamente gracias al “bono demográfico”, aunque, por lo mismo, en últimos años a tasas decrecientes, el primero ha mostrado una tendencia negativa.

El INEGI publica índices de productividad laboral, calculados con base en horas trabajadas, para la economía, cada uno de los tres sectores, y algunos subsectores. La información disponible desde 2005, ajustada por estacionalidad, revela que en el primer trimestre de 2023, la productividad laboral total se ubicó 3,3 por ciento por debajo de la observada dieciocho años antes.

Durante ese período, las productividades laborales del sector primario y, en menor grado, la del terciario aumentaron. La mejoría productiva en el sector primario podría explicarse por la modernización de los métodos de producción y la migración de trabajadores a otras actividades, primordialmente urbanas.

El incremento, aunque moderado, de la productividad laboral en el sector terciario contrasta con el hecho de que incluye los servicios caracterizados como “informales”, aspecto comúnmente asociado con baja escala e ineficiencia. Desde luego, puede inferirse que el incremento productivo se fundamentó en ciertos subsectores altamente dinámicos, los cuales más que compensaron a aquellos afectados por la informalidad.

Llama la atención que la reducción de la productividad global se debió exclusivamente al persistente descenso de la eficiencia de la mano de obra en el sector secundario. Como se sabe, este sector está integrado por la minería, la electricidad, el agua y el gas, la construcción, y las manufacturas.

Durante el periodo de referencia, las industrias manufactureras aumentaron 11,3 por ciento su productividad laboral, beneficiada, entre otros aspectos, por la adopción de tecnología de punta, transferida gracias a la inversión extranjera directa, así como la integración con la economía mundial.

El INEGI no publica información completa sobre la productividad laboral del resto de los subsectores secundarios. Sin embargo, dada la positiva evolución manufacturera, el desplome productivo industrial implica que la aportación de estos segmentos debió ser negativa.

Tal deducción resulta razonable también si se tiene en cuenta, entre otros hechos, que la estandarización y la automatización en la industria de la construcción han sido limitadas, que la minería ha estado afectada por la prolongada caída de la extracción de crudo, y que Pemex y CFE han mostrado inadecuados métodos de gestión y una exigua flexibilidad laboral.

La descripción anterior sugiere que la escala no es necesariamente la principal razón de la improductividad laboral en México. La falta de competencia, evidente en el caso de las empresas estatales, y la ausencia de tecnología avanzada, patente en la construcción, ilustran otros factores esenciales.

Desde luego, un diagnóstico más completo de las causas inmediatas de la improductividad laboral incluiría, entre otros elementos, el bajo dinamismo de la inversión física de calidad y los decepcionantes resultados del sistema educativo, los cuales limitan las perspectivas de aprovechamiento tecnológico y las capacidades de emprendimiento empresarial.

Muchos países han logrado establecer condiciones heterogéneas, pero suficientemente favorables, para alcanzar tasas elevadas y sostenidas de ensanchamiento de la productividad, constituyéndose en “milagros económicos”. En varios casos, esas economías han pasado de la mediocridad e, incluso, de la auténtica penuria a los más elevados estándares de bienestar.

México ha optado por quedarse atrás en la carrera por el progreso. En teoría, se sabe cuáles son las políticas que obstruyen la prosperidad. La pregunta clave, y más difícil, consiste en por qué éstas no se han evitado. La respuesta parece radicar en la falta de instituciones incluyentes que permitan al mayor número de personas el acceso a las posibilidades de superación.

Este artículo fue publicado originalmente en El Financiero (México) el 28 de junio de 2023.