La crisis que se curó sin intervención del Estado
Lawrence H. White reseña el libro La depresión olvidada--1921: El colapso que se curó solo de James Grant. White dice Grant "convierte 'la última depresión no medicada de EE.UU.' de 1920-21 en una anécdota emocionante e instructiva".
Por Lawrence White
The Forgotten Depression—1921: The Collapse that cured Itself (La depresión olvidada—1921: El colapso que se curó solo)
Por James Grant
Simon & Schuster, $120.97, 272 páginas
Usted pensaría que un libro acerca de un ciclo económico no podría ser muy entretenido, pero piénselo nuevamente. James Grant, de Grant’s Interest Rate Observer (antes era un columnista de Barron’s), convierte “la última depresión no medicada de EE.UU.” de 1920-21 en una anécdota emocionante e instructiva.
Grant construye un drama en el que figuran los principales jugadores de los negocios y del Estado en un escenario construido sobre las sólidas base de la teoría y las estadísticas económicas. Pero como él revela en el prefacio, “El héroe de mi narrativa es el mecanismo de precios, la mano invisible de Adam Smith”.
Aunque no ha sido precisamente la depresión olvidada del título del autor, la depresión de 1920-21 no ha recibido el escrutinio que merece. La lección instructiva de la historia es que el gobierno federal “enfrentó la recesión aparentemente ignorándola —o implementando políticas que el economista promedio del siglo 21 consideraría desastrosas” —y esa estrategia de no meterse parece haber funcionado.
A los precios se les permitió caer rápidamente —14% al año según un cálculo— entre junio de 1920 y diciembre de 1921, más rápido de lo que caerían al inicio de la Gran Depresión. Aún así, la producción real se contrajo por mucho menos en la primera recesión, contracción luego de la cual vino una “recuperación vigorosa y llena de empleos”.
Esto contradice la creencia popular, prácticamente un mantra para el anterior gobernador de la Reserva Federal Ben Bernanke, de que los precios que caen son una fuente de problemas. Esto en cambio respalda una perspectiva menos popular, desde hace mucho expuesta por el economista Leland Yeager, de que una vez que la demanda agregada ha caído, la caída más rápida de los precios reduce la pérdida de producción real. En otras palabras, los precios que caen no son una calamidad, sino una cura.
Como explica Grant, la política económica en 2910 se volvió “laissez-faire por accidente”. El presidente Woodrow Wilson no ordenó medidas federales anti-recesión porque estaba afectado por un derrame cerebral. Benjamin Strong, el influyente gobernador de la Reserva Federal de Nueva York, creía que una política monetaria restrictiva se requería para que la economía vuelva a estar sobre fundamentos sólidos luego de la orgía de maniobras financieras para financiar la Gran Guerra que había culminado dos años antes.
Warren G. Harding, que sucedió a Wilson como presidente en marzo de 1921, estaba comprometido con “un retorno a la normalidad” luego de la inflación y los préstamos sin precedentes que se dieron durante la guerra. Como observa Grant, Harding era un “candidato de la disposición en lugar de las ideas. Conciliador, atractivo, humilde, sereno, evidentemente ordinario —sobre todo, ‘normal’— él era el antídoto ante figuras impresionantes que recientemente habían ocupado la Casa Blanca hasta abrumarla”. El escenario estaba por lo tanto alistado para un evento “importante y grandioso”. A “la maldad que llamamos deflación” se le permitió operar.
Lo “pegajoso” de los precios y los salarios es un factor asumido en el mundo de modelos keynesianos en el que vive la gobernadora de la Reserva Federal Janet Yellen. El único remedio oportuno para una recesión deflacionaria en ese mundo es estimular la demanda agregada. En la economía de 1920-21, Grant nos muestra, las cosas funcionaron de otra forma. La Reserva Federal no redujo las tasas de interés ni disparó la oferta monetaria. Las autoridades fiscales, Harding y su Secretario de la Tesorería Andrew Mellon, redujeron el gasto federal en alrededor de un 50%, disminuyeron los ingresos tributarios, y duplicaron el superávit en el presupuesto federal entre 1920 y 1922. Luego de 18 meses de ajustes y liquidaciones, los precios y los salarios habían caído a niveles que mejor equilibraban los mercados laborales y de productos. La economía se recuperó de manera vigorosa.
Al final del libro, el autor contrasta la reacción pasiva a la depresión de 1920-21 con la reacción activista ante la Gran Depresión que empezó en 1929 y persistió a lo largo de la década de 1930. Porque la Fed mantuvo el nivel de precios casi constante entre 1922 y 1929, la deflación inicial llegó como una sorpresa. El Presidente Herbert Hoover, que sin merecerlo ha recibido dentro de la mitología popular la reputación de ser como Harding en sus políticas económicas, actuó de manera vigorosa.
Como escribe el autor, “Hoover se movió ahora para detener una potencial depresión económica antes de que esta pueda empezar. ‘Las palabras no son de alguna gran importancia en momentos de disturbios económicos’, declaró el presidente a vísperas del colapso de 1929. ‘Es la acción lo que cuenta’”. Hoover estuvo determinado a presionar para mantener altos los sueldos en un momento en que los precios caían. Desafortunadamente los altos salarios nominales dejaron fuera del mercado a muchos trabajadores, resultando en un desempleo masivo.
Grant llama a su historia el “triunfo de la mano invisible”. Una vez leído, La recesión olvidada será difícil de olvidar.
Este artículo fue publicado originalmente en Barron's (EE.UU.) el 1 de noviembre de 2014.