La crisis en Cataluña y la guerra de secesión americana
Hana Fischer explica cómo las actitudes despóticas del gobierno central de EE.UU. condujeron a la sangrienta guerra civil en ese país.

Por Hana Fischer
Lo sucedido en Cataluña, el referéndum sobre una eventual secesión de España, merece un análisis.
La opinión dominante internacional, censuró los anhelos independentistas de los catalanes. Donald Trump —presidente de EE.UU.— afirmó que “Yo creo que España es un gran, gran país y debe permanecer unido”; la Comisión Europea —a través de su portavoz Margaritis Schina— señaló que estos “son tiempos de unidad y estabilidad, no para la división y la fragmentación”; varios países latinoamericanos declararon lo mismo.
En España el rey Felipe VI manifestó en tono duro, que las autoridades catalanas “han venido incumpliendo la Constitución y su Estatuto de Autonomía, que es la Ley que reconoce, protege y ampara sus instituciones históricas y su autogobierno”. Calificó al referéndum de “ilegal”.
Y el primer ministro Mariano Rajoy, anunció en cadena televisiva que el Estado de Derecho estaba a salvo, ya que la Justicia había desactivado la consulta popular. “Hoy no ha habido un referéndum de autodeterminación en Cataluña […] Nuestro Estado de Derecho mantiene su fortaleza y su vigencia”.
Pues bien, esas afirmaciones exigen un examen riguroso. Para empezar, el fundamento del Estado de Derecho es el Natural y no el positivo. Si el segundo va contra el primero, por definición, es injusto. El iusnaturalismo exige la libre voluntad de las partes en todo contrato. De no ser así, es nulo. Una Constitución, es un contrato social, por tanto, opera ese principio. Por otra parte, el sistema democrático se rige por la regla de la mayoría, pero sin oprimir a las minorías.
Los que se oponen a la independencia catalán se apoyan es el artículo 2 de la Constitución, que reza: “la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles”.
Las interrogantes pertinentes son: ¿Qué sucede cuando una comunidad espiritual, es decir, una nación, se siente oprimida dentro de un Estado? ¿Tiene derecho a decidir democráticamente su futuro? ¿No es lo más legítimo decidir asuntos comunes mediante el voto popular? La fuerza bruta, ¿es el modo de solucionar las desavenencias? ¿El único proceso admitido es hacia agrupaciones territoriales mayores, con gobiernos centralistas cada vez más poderosos?
Repasemos los principales agravios expuestos por los catalanes:
Al ganar la Guerra Civil en 1939, el dictador Francisco Franco castigó brutalmente a Cataluña por haber defendido al bando opositor, los “republicanos”. ¿Cómo? Imponiéndole desmesuradas contribuciones financieras que iban a parar al gobierno central.
Los gobernantes catalanes se quejan de que esa injusticia continúa hasta hoy. Cataluña es la región más próspera e industrializada de España, pero a la hora de distribuir los dineros públicos nacionales, el sistema de reparto es injusto porque favorece al Estado español. El experto Ángel de la Fuente señala, que “El actual modelo refleja diferencias en el trato a los ciudadanos en la financiación territorial […] para que los ciudadanos tengan los mismos derechos y el mismo acceso a los servicios públicos la financiación regional tendría que ser más uniforme”.
Los catalanes vienen reclamando por este asunto desde hace mucho pero Madrid se ha mostrado intransigente. Eso ha provocado que el ansia independentista haya venido creciendo.
Con respecto al referéndum, el Estado español hizo todo lo que el manual más básico de política recomienda evitar:
- Encarcelar a varios miembros de la administración catalana que estaban preparándolo.
- Enviar 10.000 agentes adicionales —en su mayoría policías antidisturbios— a Cataluña.
- El día de la votación, entrar por la fuerza a varias oficinas donde se votaba para incautar urnas y material de votación.
- La policía española reprimió con patadas, tirones de pelo, bastones y balas de goma a ciudadanos (gente mayor, mujeres y niños) que iban a votar: más de 850 personas resultaron heridas.
Recordemos, que la democracia es el único sistema de gobierno que permite realizar cambios políticos en forma pacífica. Suplantó a la revolución, que tan costosa es en vidas humanas y materiales.
Si el Gobierno central de España hubiera permitido la realización del referéndum, se hubieran podido escuchar las diversas voces y argumentos. Los catalanes hubieran tenido una visión global del asunto. O sea, lo que podrían ganar o perder con la independencia.
Pero la prohibición de Madrid hizo que sonara una sola campana: la independentista.
Además, hasta antes del domingo 1 de octubre, la mayoría de los catalanes preferían seguir formando parte de España. Así lo indica la encuesta realizada en julio, que señalaba que el 49,4 % estaba en contra de la independencia y el 41,1 % a favor. Pero seguramente, luego de lo sucedido esas cifras se hayan invertido.
La historia es la gran maestra de la humanidad porque nos advierte sobre errores que deberíamos evitar. El contexto español, tiene increíbles similitudes con las causas que en el siglo XIX llevaran a la Guerra de Secesión en Estados Unidos.
Abel Parker Upshur expresó en aquel entonces, que “un número de estados mantenidos juntos por la coerción o a punta de bayoneta no sería una Unión. Una Unión es necesariamente voluntaria: un acto de elección, una asociación libre […] ¿No es un insulto, un disfraz el denominar a la relación compulsiva entre Inglaterra e Irlanda una Unión?"
El deseo de independencia de los Estados del Sur, se originó en la controversia sobre los derechos de los Estados miembros y el Gobierno central, y por los abusos cometidos. Uno, fue el establecimiento de impuestos para otorgar ventajas a intereses que estaban circunscriptos al Norte, a expensas del Sur. Un dato elocuente es, que en 1860 el Sur pagaba 3/4 partes de los gastos de manutención del Gobierno de los Estados Unidos.
Es una falacia que la causa de la Guerra de Secesión haya sido la esclavitud. Esa fue la “excusa” que utilizó Abraham Lincoln para teñir de “humanitaria” una decisión despótica. Lo hizo para conseguir apoyos espirituales y financieros a su causa. En realidad, él era racista, tal como lo prueban sus dichos.
Por ejemplo, en 1858 manifestó: “¿Liberarlos y convertirlos en nuestros iguales política y socialmente? Mis sentimientos no permiten esto […] Estoy a favor de que la raza a que pertenezco tenga la posición superior”. Y en su primer mensaje presidencial expresó: “No tengo el propósito directo o indirecto de interferir con la institución de la esclavitud en los estados donde existe. No tengo ningún derecho legal a esto y no tengo ninguna inclinación a esto”.
Mencionó ese factor recién en 1863, cuando el Norte estaba siendo vencido. Alberto Benegas Lynch (h) señala, que “contrariamente a lo que pregona alguna versión más o menos convencional, la Guerra de Secesión no tuvo lugar por la esclavitud sino por la constante explotación por parte del norte que prefirió una guerra con 970 mil muertos antes de dejar que el sur se independizara”.
Otro dato a tener en cuenta, es que en un primer momento fueron pocos los estados sureños que pretendieron emanciparse. Lo que enfureció y condujo al resto a unirse a la Confederación, fue la actitud despótica del Gobierno central.
Cuando a Lincoln se le preguntó por qué el Norte no dejaba que el Sur se independizara, su respuesta fue: “¿Dejar que el Sur se retire? ¿De dónde sacaremos nuestros ingresos?”
Poco tiempo después, se escucharon los primeros disparos…
Este artículo fue publicado originalmenten en Panam Post (EE.UU.) el 6 de octubre de 2010.