La crisis económica en Venezuela

Carlos Rangel (1929-1988) explicó en 1983 a la Asociación Nacional de Ejecutivos de Venezuela que la combinación del socialismo y un petróleo estatizado agravaría el "mal esencial" de su país: "la hipertrofia del Estado".

Por Carlos Rangel

Este texto es la transcripción del discurso realizado en agosto de 1983 ante la Asociación Venezolana de Ejecutivos. Aquí puede ver el video de la charla y aquí puede descargar el texto en formato PDF.

Las causas de la crisis en que hoy se encuentra atrapada Venezuela, no pueden ser de poca monta ni coyunturales. En los años que nos han traído hasta el actual estado de humillación nacional y de gran peligro, nuestro país ha contado con recursos seguros y crecientes y, finalmente tan grandes, que algo muy fundamental tenemos que haber estado haciendo demasiado equivocadamente para que todo ese dinero, en lugar de servir para nuestro despegue definitivo, se nos haya esfumado. ¿Cuál es la explicación?

Es evidente que tiene que haber algo radicalmente errado en el modelo de desarrollo que hemos venido usando. Esto además lo admite todo el mundo. Pero en boca del país político suele significar que, según ellos, en Venezuela se ha ensayado la economía liberal y que es eso lo que ha fracasado y lo que hay tirar a la basura.

Según el país político de derecha a izquierda, o de izquierda a izquierda porque aquí nadie está dispuesto a no pretender ser izquierdista, aquí se ha ensayado y aquí ha fracasado la economía de mercado, y las soluciones donde hay que buscarlas es en un mayor intervencionismo del Estado. La verdad es exactamente lo contrario.

En Venezuela, ni en años recientes, ni en realidad nunca, hemos tenido una economía libre. No la tuvimos cuando éramos una colonia española, no la tuvimos en el siglo XIX, no la tuvimos durante la hegemonía andina, y no la hemos tenido en los años desde 1945...

Y el segundo mejor negocio: ser amigo cómplice o sirviente de los dueños del estado, así como la manera más segura de arruinarse ha sido tradicionalmente ser enemigo del gobierno.

En realidad es casi un milagro, explicable sólo por la influencia entre nosotros del mundo capitalista desarrollado, que hayamos tenido y tengamos en número creciente verdaderos empresarios al lado de la multitud de traficantes de influencia que todos conocemos, con el agravante de que en estas condiciones es muy difícil, casi imposible, la existencia de un verdadero sector privado incontaminado por la corrupción. Es pues falso de toda falsedad que haya fracasado en Venezuela la economía de mercado, no se ha de verdad nunca ensayado.

Lo que ha habido aquí ha sido, en primer lugar, una economía pre-capitalista, la del imperio español, antagónica a la economía de mercado basada en el monopolio, el privilegio, la corrupción —ya entonces—, y en general los estorbos burocráticos a toda actividad privada. Para el ánimo del Estado español, que miraba hacia la edad media como un modelo insuperable, y ni intuía ni aspiraba al desarrollo capitalista, la actividad económica de los particulares era algo casi pecaminoso y, en todo caso, despreciable y propicio a ser esquilmado a cada vuelta de camino y a cada paso de río. La alcabala fue un impuesto al tránsito de mercancías. Su supervivencia en Venezuela en forma de puestos de policía que llevan ese nombre, es la supervivencia de esa hostilidad oficial contra el libre tránsito de personas y mercaderías, de una desconfianza patológica contra todo cuanto no esté iniciado, o por lo menos expresamente autorizado y permitido por el estado.

Viene, pues, de muy lejos la pasión estatista e interventora de los gobiernos venezolanos, y también la costumbre de que la función pública sirva para enriquecerse. Pero en el camino, esas dos tradiciones se han agravado monstruosamente por dos factores nuevos: el socialismo y el petróleo. El socialismo fue una idea extraordinaria, una ambición grandiosa: usar la inteligencia humana para diseñar la sociedad en forma perfecta. Por lo mismo entusiasmó a todo el mundo. Pero hoy, el socialismo está en total bancarrota en todas partes, en bancarrota económica en los países donde existe el socialismo a medias, y mas todavía naturalmente donde aflige a la sociedad la variedad de socialismo perfecto conocida como “comunismo”, y además en bancarrota intelectual y política. Mantiene el socialismo una inercia expansiva porque se ha convertido en religión de estado y en ideología propagandística de un gran imperio, y porque sirve de apoyo teórico al resentimiento anticapitalista del tercer mundo.

Pues bien, la combinación del atractivo inicial del socialismo —que todavía los alcanzó en su juventud, antes de que se ensayara en ninguna parte— del sovietismo y del tercermundismo, ha hecho que nuestros políticos contemporáneos hayan sido, y persistan en ser todos, más o menos socialistas, en estar convencidos de que la economía de mercado es una etapa, en el mejor caso, ‘transitoria’ hacia alguna forma de socialismo, en abrigar hostilidad, desconfianza e incomprensión hacia la figura de empresario, y en suponer que la manera de mejorar cualquier situación, o resolver cualquier problema es, o bien dictar el Estado lo que deben hacer los particulares, o bien apoderarse el Estado directamente de esa área y de cada vez más áreas de la acción humana.

Un ejemplo del buen matrimonio que han hecho la tradición anterior de desprecio del gobierno por los particulares, que no son para él ciudadanos sino vasallos, y el ánimo socialista despectivo y desconfiado de las motivaciones que hacen funcionar la libre empresa dentro de la economía de mercado, es la forma asombrosa como persiste y se ha agravado en nuestra sociedad la falta de estima y hasta el franco desprecio por el protagonista de la economía libre: el empresario, y por el resorte de la creación de riqueza —el beneficio (mientras que no sólo no hay sanción, sino ni siquiera reprobación social significativa contra los peculadores, ni paradójicamente parece chocar la riqueza en sí misma, con tal que no sea el resultado de actividades productivas). El beneficio de los productores aparece como un escándalo y se habla constantemente de beneficios excesivos, sin jamás tener en cuenta que también hay pérdidas, ni comprender que unos y otras, beneficios y pérdidas, son la brújula de la economía de mercado.

Ese mismo ejemplo debe servirnos para desterrar la idea insensata de que la solución para la crisis venezolana pueda ser un golpe de estado militar. En Venezuela no hemos conocido dictaduras comparables a las que en años recientes ha sufrido el cono sur, y desde luego, tampoco comparables a la que aflige a Cuba y a la que se está desarrollando en Nicaragua. Nuestros tiranos gobernaron una sociedad sin capacidad de verdadera resistencia, pero desde 1935 hasta hoy, y aún desde 1958 hasta hoy, Venezuela, a pesar de todo y en gran parte gracias a la pedagogía democrática de dirigentes equivocados en lo económico, pero acertados en lo político, se ha convertido en una sociedad mucho más compleja, moderna, educada. Ese no es el remedio, el remedio es más bien todo lo contrario: más democracia en lugar de la democracia a medias, y además en retroceso, que ahora tenemos.

En la euforia de la gran bonanza petrolera se llegó a decir que este es el mejor país del mundo. Esa es, desde luego, una exageración. Lo que sí es cierto es que tenemos uno de los mejores pueblos del mundo. Un pueblo que ha superado, mucho más que sus dirigentes políticos, los lastres del pasado, y que se ha intoxicado, mucho menos que sus dirigentes políticos, con los cantos de sirena del socialismo, al punto que repetidamente hemos visto en nuestro proceso político democrático lo contrario de lo que suele suceder en otros países.

Es por eso que cada uno de nosotros debe actuar intensamente en este momento, cuando por efecto de la crisis hay alguna sensibilidad en los partidos democráticos hacia el reconocimiento de que el mal esencial es la hipertrofia del Estado para predicar esa verdad en todas partes, en todo instante, con todas nuestras fuerzas.