La crisis del gasto público en EE.UU.
Chris Edwards y Tad DeHaven consideran que "Las recientes negociaciones acerca del 'precipicio fiscal' ilustran cómo los demócratas se resisten inclusive a los más pequeños recortes a los programas sociales y cómo los republicanos bloquean cualquier reducción al gasto militar —aún cuando ambas áreas del presupuesto se han ampliado considerablemente en los últimos años".
Por Chris Edwards y Tad DeHaven
Ted DeHaven es Analista de Presupuestos del Cato Institute.
A pesar de cuatro años de déficits fiscales de más de $1 billón al año y de la recuperación económica más lenta después de la Segunda Guerra Mundial, los votantes han premiado al presidente Barack Obama con un segundo mandato. El presidente ha apoyado un enorme crecimiento en el gasto y el déficit federal, creyendo que esto estimulaba la economía. Sin embargo, mientras hay poca evidencia de que tales políticas keynesianas funcionan realmente, la ratificación electoral del enfoque del presidente ha arraigado más la idea en Washington de que un gasto mayor es beneficioso.
Lamentablemente, esta mentalidad pro-gasto está llevando a EE.UU. a un profundo agujero fiscal que perjudicará a la economía en las próximas décadas. Las recientes negociaciones acerca del “precipicio fiscal” ilustran cómo los demócratas se resisten inclusive a los más pequeños recortes a los programas sociales y cómo los republicanos bloquean cualquier reducción al gasto militar —aún cuando ambas áreas del presupuesto se han ampliado considerablemente en los últimos años. El gasto federal en general como proporción del PIB saltó de un 18 por ciento cuando el presidente George W. Bush llegó al poder en 2001 a 23 por ciento hoy en día bajo Obama.
Las proyecciones de la Oficina de Presupuesto del Congreso (CBO, por sus siglas en inglés) muestran hacia dónde se dirige el gigantesco gasto federal. Sin cambios en las políticas, el gasto se elevará de 23 por ciento del PIB a más del 40 por ciento a mediados de la década de 2040, causando una deuda federal sostenida por el público que se disparará del 70 por ciento actual a cerca del 250 por ciento en ese momento. La situación es aún peor que eso, porque las proyecciones básicas de la CBO no toman en consideración los efectos negativos del aumento del gasto y la deuda sobre el crecimiento del PIB. Al aumentar el gasto y la deuda, el crecimiento del PIB caerá, y estas proporciones aumentarán incluso más rápido en una especie de espiral de la muerte fiscal. Cómo terminará esa espiral de la muerte —en una crisis financiera catastrófica o una recesión económica a largo plazo —no se puede saber con certeza.
La situación es aún más preocupante debido a la completa falta de seriedad del enfoque de la administración Obama acerca de la reforma fiscal durante los últimos cuatro años. Los analistas presupuestarios están casi universalmente de acuerdo en que los principales programas de prestaciones sociales —el Seguro Social, Medicare, Medicaid— son los principales impulsores de la próxima catástrofe fiscal, sin embargo la administración Obama no ha propuesto ninguna reestructuración seria de estos programas para reducir los costos. La administración ha ignorado generalmente el plan bipartidista Simpson-Bowles de reforma fiscal, y algunos demócratas en el congreso luchan contra la más mínima reducción a los programas de prestaciones sociales.
La principal respuesta de la administración ante la inminente crisis de la deuda ha sido una incesante campaña para aumentar las tasas marginales de impuestos a las personas de altos ingresos. Lamentablemente, la imposición de impuestos más altos a los empresarios, doctores, inversores providenciales y otras personas altamente productivas reducirá el crecimiento del PIB en los próximos años, por lo que no ayudará a la situación, sino que más bien acelerará la espiral de la muerte fiscal.
Incluso si el aumento de las tasas de impuestos a las personas con altos ingresos no dañase la economía, haría solo una pequeña diferencia en el déficit fiscal. En el reciente acuerdo del precipicio fiscal, el presidente Obama fue capaz de obtener su tajada de los ricos en la forma de mayores impuestos sobre la renta a quienes ganan más de $400.000 (solteros) y $450.000 (casados). Sin embargo, la ansiada victoria del presidente por la redistribución del ingreso se espera que recaude sólo cerca de $600.000 millones durante la próxima década, que es una pequeña fracción del déficit esperado de alrededor de $10 billones durante ese período.
La falta de seriedad en el enfoque fiscal de la administración Obama fue ejemplificado por la propuesta inicial del presidente a los republicanos de evadir el precipicio fiscal. Esta propuesta incluía $50.000 millones en nuevos gastos para supuestamente estimular la economía, esto luego de $5 billones en gasto deficitario durante los últimos cuatro años. Al mismo tiempo, la administración parece ignorar que su propio Departamento del Tesoro publica estimados que muestran que los pasivos sin financiación a largo plazo de la Seguridad Social y Medicare están en las decenas de billones de dólares.
Por su parte, muchos republicanos reconocen que el gasto debe ser reducido sustancialmente si EE.UU. quiere evitar una crisis de la deuda. Desafortunadamente, las propuestas actuales presentadas por el Partido Republicano para hacer frente al exceso de gasto se han quedado cortas. Incluso el supuestamente radical presupuesto propuesto por el presidente del Comité Presupuestario de la Cámara, Paul Ryan (republicano de Wisconsin), tiene escasos detalles y propone la caducidad de pocos programas.
Además, a pesar de las elecciones del congreso de 2010 que ubicaron a docenas de conservadores fiscales del “Tea Party” en el congreso, los republicanos se han negado a tratar de eliminar programas o reducir el tamaño de las agencias federales. De hecho, en las pocas votaciones realizadas en el congreso durante los últimos años acerca de eliminar programas específicos de prestaciones sociales a nivel de los estados, un gran número de republicanos se han unido a los demócratas en el bloqueo de los cortes.
El mensaje para una audiencia canadiense es que la imagen de los republicanos estadounidenses como una bandada de fanáticos con motosierras para recortar el presupuesto está, desafortunadamente, muy fuera de base. Jean Chretien y Paul Martin tuvieron mucho mayor éxito en el recorte de presupuestos en la década de 1990 del que los republicanos han tenido alguna vez. Mientras tanto, los demócratas estadounidenses comparten la misma filosofía de gasto abultado con el Nuevo Partido Democrático de Canadá.
El resultado es que la situación fiscal estadounidense es muy sombría. La mayoría de los miembros del congreso y de la administración Obama apoyan un mayor gasto frente al caudal continuo de tinta roja. El enorme déficit combinado con un código tributario altamente sesgado que exime a casi la mitad de la población de pagar el impuesto sobre la renta significa que muchas personas no sienten el costo total del gasto de un Estado obeso. Al mismo tiempo, el gobierno está en condiciones de financiar sus más de $16 billones en deuda sostenida por el público a tasas de interés muy bajas, lo que impulsa a las autoridades a pedir prestado aún más.
Y, sin embargo, el público estadounidense se levanta de vez en cuando y protesta en contra de los excesos de gasto público, como lo hizo en 1980, 1994 y 2010. También es cierto que los republicanos forzaron la aprobación de la Ley de Control del Presupuesto en 2011 que puso límites legales sobre el gasto no relacionado a las prestaciones sociales durante la próxima década. También es cierto que un creciente número de líderes políticos están pensando en la posición de EE.UU. en la economía global y se están dando cuenta de que el país podría seguir el camino de Grecia si no tiene cuidado. También ha habido un creciente interés en Washington sobre las exitosas reformas en el extranjero, incluyendo las impresionantes reformas fiscales de Canadá en la década de 1990.
Sin embargo, contra los puntos de optimismo, hay numerosos factores de riesgo para el panorama fiscal de EE.UU. que están siendo pasados por alto. Incluso si la economía se recupera en los próximos dos años y los ingresos federales aumentan, las autoridades probablemente encontrarán nuevas razones para gastar más dinero y mantener el déficit elevado. Otra crisis económica provocaría llamados a un mayor gasto de estímulo keynesiano. Un nuevo conflicto militar haría subir el ya inflado presupuesto de defensa. Y como hemos visto luego del paso del huracán Sandy, cada desastre natural inesperado es una excusa para abrir las compuertas del gasto en infraestructura y prestaciones sociales. La realidad fiscal es que los políticos no tienen más opción que reducir drásticamente el gasto si EE.UU. quiere evitar la inminente catástrofe fiscal. Por desgracia, no parece que estén dispuestos a hacer los recortes de gastos necesarios en este momento. Por desgracia, cuanto más tiempo esperen, más difícil será la reforma.
Este artículo fue publicado originalmente por el Fraser Institute (Canadá) el 17 de enero de 2013.