La criminalización no detiene el consumo de drogas y alcohol

Por Radley Balko

El gran periodista H.L. Mencken fue uno de los principales críticos de la prohibición del alcohol. En 1925 él escribió:

"Cinco años de Prohibición han tenido, por lo menos, un efecto benigno: han acabado con todos los argumentos favoritos de los prohibicionistas. Ninguna de las bendiciones y usufructos que se suponía iban a suceder luego de la aprobación de la decimoctava enmienda se ha materializado. No hay menos ebriedad en la República, sino más. No hay menos crimen, sino más. No hay menos locura, sino más. El costo del gobierno no es menor, sino sumamente mayor. El respeto por la ley no ha aumentado, más bien ha disminuido".

Mencken tenía razón, razón por la cual la Prohibición fue repelida en 1933, hace 70 años.

Ningún conjunto de legislación podía detener el gusto de Estados Unidos por el alcohol. Lo que la Prohibición hizo fue crear un lucrativo mercado negro para el alcohol e invitar al crimen—organizado y otro—que usualmente viene acompañado con éste. La corrupción de la industria del contrabando infectó todos los niveles de la justicia. Los cuerpos policiales y fiscales locales, miembros del Congreso (quienes tenían su propia reserva de licor)—incluso el fiscal general del presidente William Harding—eran corruptibles.

Obligar a los estadounidenses a recurrir al inframundo para saciar su sed por el alcohol también conllevó a un gran problema de salud pública. Los estadounidenses tomaron más fuertemente, ya que tenían que tener su dosis en una sentada, y no sabían dónde o cuándo tomarían su próximo trago. Y tomaban licores más potentes—el llamado gin de bañera y otros tragos preparados domésticamente, licores que no eran chequeados por las fuerzas del mercado o los reguladores, de tal forma que no eran solamente pésimos y potentes, sino que también en algunos casos totalmente venenosos. Para mediados de los años veinte, las hospitalizaciones y las muertes producto del envenenamiento con alcohol aumentaron dramáticamente. Algunos dicen que tenemos que agradecerle a la Prohibición por el éxito del cóctel, ya que el alcohol puro disponible no se podía tomar directamente.

Lo que es desdichado es que nuestros legisladores aún no han aprendido las lecciones de la Prohibición.

Durante los últimos 40 años, por ejemplo, hemos puesto en práctica otro tipo de prohibición—la de las drogas. Las similitudes son sorprendentes.

A pesar de las sentencias cada vez más severas, el aumento en el financiamiento del aparato policial, más prisiones, caras campañas de relaciones públicas y aterradoras violaciones a nuestras libertades civiles, los estadounidenses aún usan generalmente drogas ilícitas con la misma frecuencia con que la que lo hacían desde que la guerra contra las drogas comenzó, de acuerdo con la Encuesta Nacional sobre Consumo de Drogas y Salud.

Diferentes drogas se ponen de moda, pero el porcentaje de la población que las usa ha permanecido sin mayores variantes durante 30 años. La única diferencia radica en que, conforme dificultamos más y más el acceso a esas drogas, éstas se hacen más caras, lo cual hace que el tráfico de estupefacientes sea más lucrativo, y que los narcotraficantes tomen mayores riesgos debido a que los consumidores pagarán más dinero para conseguirlas.

La guerra contra las drogas ha convertido a ciertas áreas urbanas en zonas de combate de la misma manera en que la Prohibición transformó famosamente a secciones de Chicago en galerías públicas de tiro al blanco. Hemos hecho millonarios a los carteles de la cocaína y heroína de la misma forma en que la Prohibición enriqueció a Al Capone y a George Remus. Y hemos convertido en grandes criminales a los pequeños vendedores de marihuana al igual que la ley seca hizo convictos a los destiladores y a los que servían en los bares. El número de personas detrás de las barras en Estados Unidos por crímenes relacionados únicamente con las drogas excede el número de gente en prisión en Europa por todo tipo de crímenes.

Hoy en día, cada vez más, los estados y municipalidades están también persiguiendo al tabaco, creyendo que impuestos altos y prohibiciones a fumar en lugares públicos persuadirán a los fumadores de toda una vida a dejar el cigarro. En la ciudad de Nueva York, la cual ha impuesto un gravamen a los cigarrillos que está entre los más altos de Estados Unidos, un boyante mercado negro ha surgido, sirviendo como fuente de financiamiento para el crimen organizado y contrabandistas, al igual que a organizaciones terroristas tales como Hezbollah y al Qaeda.

Los estados de California, Delaware y Nueva York ahora prohíben fumar en lugares públicos. A finales de los noventa, Canadá experimentó con un aumento agresivo sobre los impuestos a los cigarrillos. Los impuestos dieron paso a una ola tan arrolladora de crimen relacionado con el mercado negro que los legisladores de ese país tuvieron que repeler los impuestos dos años más tarde. El Reino Unido cuenta con los gravámenes a los cigarrillos más altos en Europa. Consecuentemente, este país se ha convertido en un foco para el contrabando internacional de cigarrillos, y los beneficiarios de éste incluyen elementos tan nefastos como el Ejército Republicano Irlandés y la mafia italiana, entre otros.

Los legisladores estadounidenses no han aprendido las lecciones de la Prohibición cuando al alcohol se refiere. En los últimos 10 años, un conjunto bien financiado de grupos neo-prohibicionistas han brotado y han empezado a hacer llamados para una variedad de iniciativas de política pública dirigidas a restringir (de nuevo) el acceso del público al alcohol. Grupos como el Centro para la Ciencia en el Interés Público, el Centro para el Mercadeo del Alcohol a la Juventud, y el Centro sobre la Adicción y el Abuso de Substancias abogan por iniciativas tales como aumentar los impuestos al alcohol, prohibir la publicidad de los fabricantes de licor, usar planes de ordenamiento urbano para limitar el número de bares y licoreras en un barrio en particular, y dificultarle a los restaurantes y tabernas la obtención de patentes de licores.

La difícil lección que debimos—pero no lo hemos hecho—haber aprendido de nuestras diversas "prohibiciones" es que ninguna cantidad de legislación o ingeniería social va a evitar que algunos segmentos de la población utilicen substancias que muchos de nosotros desaprobamos.

Quizás nuestros legisladores aprendan pronto que no podemos simplemente eliminar mediante leyes la demanda de los estadounidenses por apetitos peculiares, sin importar qué tan desagradables les encontremos. Ciertamente hay personas que abusan de las substancias controladas, pero el mejor curso de acción sería tratar con el individuo. Prohibiciones y declaraciones de guerra amplias, caras y abusivas nunca han funcionado, y la historia demuestra que más bien crean más problemas de los que pretenden resolver.

Traducido por Juan Carlos Hidalgo para Cato Institute.