La civilización y las guerras
Por Carlos A. Ball
Comenzamos el siglo XXI con gran optimismo. No solamente había colapsado el comunismo criminal de la Unión Soviética por su horrible ineficiencia y corrupción, sino que varios de sus antiguos satélites, como Estonia y la República Checa, prosperaban velozmente bajo gobiernos respetuosos de la libertad individual y de los derechos de propiedad. En China se notaban crecientes cambios favorables desde la muerte de Mao, la India comenzaba a darle la espalda al socialismo que sus líderes aprendieron en universidades inglesas en los años 30, mientras que en toda América Latina —fuera de Cuba y Haití— habían desaparecido las dictaduras.
Pero ese optimismo de los albores del siglo XXI se enturbia actualmente por el descontento y la frustración de muchos. La razón es que un creciente número de gobiernos y organismos internacionales están empeñados en imponernos, a como dé lugar, sus ideales y mandatos a todo el resto de la humanidad.
Los gobernantes, políticos y burócratas de hoy ya no se contentan con imponer su manera de pensar a sus conciudadanos, dentro de las fronteras de su país, sino que aspiran a hacerlo en el ámbito regional e internacional, pretendiendo moldear y cambiar al mundo entero.
Un caso trágico lo observamos en el conservadurismo evangélico del presidente George W. Bush, quien da frecuentes demostraciones de sentirse guiado por una mano divina. Así, la respuesta al horrible ataque terrorista de Al-Kaida a las Torres Gemelas, el 11 de septiembre de 2001, donde murieron 2.973 personas, fue la invasión a Irak, cuya conexión jamás fue comprobada y donde el presidente Bush declaró la victoria —“misión cumplida”— el 1 de mayo de 2003. Sin embargo, a la fecha han muerto 3.500 soldados estadounidenses y más de 65 mil civiles iraquíes.
La única razón de ser de los gobiernos es defender los derechos de sus ciudadanos, no la imposición de la democracia, del capitalismo, del cristianismo o del socialismo a los demás países. Y lo que más debemos temer es a la creciente adoración del estado y al indebido uso del poder.
El mes pasado fue otorgada la ciudadanía honoraria de Israel a la maestra belga de 86 años Andree Geulen , quien en 1942 arriesgó su vida para salvar a 300 niños judíos de los nazi. Durante la ceremonia, ella explicó que cumplir con su deber significaba desobedecer las leyes entonces vigentes. Actualmente, muchos sacerdotes católicos en Estados Unidos protegen a inmigrantes indocumentados y ayudan a madres separadas de sus hijos.
Así como los neoconservadores estadounidenses se sienten calificados para imponer su versión de la cultura occidental al Medio Oriente, internamente pretenden expulsar a 12 millones de trabajadores indocumentados y negarles la nacionalidad a los hijos de ellos que nazcan en Estados Unidos.
No sé si debemos temerle más a la izquierda, que no respeta los derechos de propiedad ni la libertad individual, pretende redistribuir lo que nos pertenece y amenaza con detener el desarrollo económico del siglo XXI para combatir el calentamiento terrestre, o a una derecha que restringe las libertades civiles y utiliza la policía para imponer sus convicciones.
Nuestro siglo puede ser una nueva era de resplandeciente prosperidad y bienestar para el mundo entero, en la medida en que se eliminen las trabas al intercambio comercial, permitiéndose también el libre flujo de capitales y de mano de obra. De lo contrario, retrocederemos hacia otra era de opresión medieval, si proliferan las guerras y el poder de gobernantes como Hugo Chávez.
Artículo de la Agencia Interamericana de Prensa Económica (AIPE)
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