La ciencia ambigua acerca de las mascarillas

Thomas A. Firey dice que no es que el peligro del COVID sea tan menor que las personas pueden andar sin mascarillas, es que es tan peligroso que puede que usar mascarilla no aporta muchos beneficios.

Por Thomas A. Firey

Las mascarillas se han vuelto una de los símbolos más ubicuos y duraderos de la pandemia. En EE.UU., muchos estados y gobiernos locales han, en algún momento u otro, requerido el uso de mascarillas, y han habido llamados a que haya una orden federal más amplia para hacerlo. Los lugares de trabajo han requerido mascarillas a sus empleados, clientes y proveedores. Aquellos que se niegan a usar las mascarillas han sido sujetos a críticas y a pasar vergüenza. 

Todo esto asume que el uso de mascarilla reduce el riesgo de una infección de COVID. Varios líderes políticos, autoridades de salud pública, y los principales medios de comunicación han afirmado que “las mascarillas funcionan” —ya sea que estas sean de alta calidad como las “N95”, las mascarillas quirúrgicas desechables, o las mascarillas de tela sencillas que la mayoría de nosotros (me incluyo) hemos estado utilizando en público durante ya casi dos años. 

Por ejemplo, considere esta animación muchas veces compartida del New York Times acerca de cómo las mascarillas obstruyen a las partículas de agua que contienen al virus SARS-CoV-2 que provoca el COVID. Esta muestra unas cuantas docenas de círculos generados por una computadora que ingresan y se inmiscuyen en una red de fibras de la mascarilla. Aún así, aunque la animación está titulada, “Las mascarillas funcionan. De verdad. Les mostraremos cómo”, esta no presenta datos algunos acerca de por qué las mascarillas realmente funcionan para bloquear suficiente virus flotante en el aire como para reducir las tasas de COVID. 

La pregunta de cuán efectivas son las mascarillas para prevenir una infección transmisible a través del aire desde hace mucho ha sido la materia de investigaciones científicas. Considere un par de resumenes recientes de estudios publicados en Cochrane Systematic Reviews, la publicación sumamente respetable de reseñas de investigaciones médicas. Una reseña, evaluando varios estudios acerca de la transmisión de enfermedades similares a la influenza, encontró que:

“Hay evidencia de poca certeza de nuevas pruebas clínicas (3.507 participantes) de que usar una mascarilla puede que haga poca o nula diferencia en el resultado de enfermedades similares a la influenza (ILI) comparado con no usarlas (relación de riesgo (RR) de 0,99, intervalo de confianza de 95% (CI) desde 0,82 a 1,18). Hay una evidencia con certeza moderada de que usar una mascarilla probablemente hace poca o nula diferencia para el resultado de una infección de influenza confirmada en un laboratorio comparada con no usar una mascarilla (RR de 0,91; intervalo de confianza de 95% de 0,66 a 1,26; 6 pruebas clínicas; 3.005 participantes)”. 

En otras palabras, el consenso de las investigaciones no fue que las “mascarillas funcionan”, y —si es que algo— la evidencia sugiere que estas no desaceleran el contagio de la influenza. 

Otra crítica de los estudios acerca del efecto de las mascarillas sobre la reducción de las infecciones de heridas quirúrgicas encontró “nula diferencia estadísticamente significativa en las tasas de infección entre los que usan mascarilla y el grupo de los que no la usan en cualquiera de las pruebas”.

Esta literatura podría explicar por qué algunas autoridades y organizaciones importantes de salud no respaldaron el uso de las mascarillas durante los primeros meses de la pandemia del COVID. 

¿Qué hay del COVID específicamente? Han habido dos ensayos controlados aleatorios (ECAs) sobre la eficacia de las mascarillas para desacelerar las infecciones. Una prueba en Dinamarca que involucraba mascarillas de calidad quirúrgica no encontró una diferencia estadísticamente significativa entre el grupo de tratamiento y los grupos de control luego de que el grupo de tratamiento aumentara su uso de mascarillas. Una segunda prueba, en Bangladesh, no encontró diferencia alguna entre los grupos de tratamiento y control para las mascarillas de tela, pero sí encontró una disminución estadísticamente significativa para las mascarillas de calidad quirúrgica de alrededor de 12 por ciento en las tasas de infección. 

Por otro lado, han habido varios “experimentos naturales” sumamente publicitados y análisis en base a la observación de que las mascarillas —incluso las de tela— son sumamente efectivas para reducir el COVID. Estas muchas veces comparan las áreas con la obligación de usar mascarillas, atribuyendo las diferencias en los niveles de infecciones de COVID a las diferencias en la política pública. Pero estos estudios se enfrentan al reto de confundir los factores; por ejemplo, las personas que viven en lugares donde las ordenes de usar mascarillas son políticamente aceptables es probable que tomen otras acciones públicas y privadas para reducir las infecciones de COVID, como vacunarse, evitar espacios aglomerados, y reducir el contacto social en general. Algunos de los estudios intentan controlar esas diferencias y todavía encuentran que las mascarillas son eficaces. Pero eso provoca la pregunta: ¿por qué estos análisis de menor calidad han tenido un resultado tan diferente a aquellos de los análisis de ECAs de calidad superior?

Aprendí acerca de esta controversia mientras editaba “¿Cuán eficaces son las mascarillas de tela?”, el artículo en la portada de la publicación académica de políticas públicas del Instituto Cato, Regulation. Los autores —el estudiante de medicina Ian Liu y profesores de medicina Vinay Prasad (Universidad de California-San Francisco) y Jonathan Darrow (Harvard)— enfatizan que su interpretación de la literatura no encuentra evidencia de la ausencia de la eficacia de las mascarillas de tela, pero sí encuentra una ausencia de evidencia acerca de su eficacia. Dicho de otra manera, ellos no argumentan que usar mascarilla no ayuda a reducir COVID, si no, en cambio, que es una pregunta abierta si el uso de mascarillas —especialmente las de tela— sí ayudan (ellos ofrecen un resumen más largo de la literatura en este estudio en desarrollo). De manera que los resultados son ambiguos, pero esa ambigüedad tiene varias ramificaciones importantes para la política pública.

Primero, si la eficacia del uso de mascarillas es incierto, entonces quienes diseñan las políticas públicas deberían enfocarse más en promover las prácticas que son eficaces: la vacunación, la ventilación mejorada, y desalentar la aglomeración en áreas cerradas. Las políticas de usar mascarillas puede que hayan tenido sentido en los primeros días de la pandemia, cuando la evidencia inicial sugería que las mascarillas podrían ser útiles, cuando las vacunas no estaban disponibles, y cuando alterar la configuración de los espacios públicos y la ventilación eran opciones poco prácticas teniendo poca antelación, pero tenemos mejores opciones ahora.

Segundo, quienes diseñan las políticas deberían ser escépticos acerca de los llamados a que el estado se imponga ante las decisiones privadas tomadas por los individuos, las empresas y otras organizaciones acerca de utilizar o no mascarillas. Algunas podrán considerar la evidencia y creer que no vale la pena usar mascarilla; otros puede que no (y tenga en cuenta que las mascarillas implican costos de recursos, ambientales, sociales y financieros). La ciencia no establecida en torno a las mascarillas no parece justificar que el estado se imponga ante esas decisiones privadas.

Tercero, quienes diseñan las políticas públicas y todos los demás deberían vigilar en contra del falso sentido de seguridad que aporta el uso de mascarillas. El Efecto Peltzman podría llevar a quienes usan mascarilla a asumir riesgos mayores con el COVIDnb—ponerse en riesgo a sí mismos y otros— que lo que harían de otro modo.

Para estar claros, el punto no es que el peligro del COVID es tan pequeño que las personas pueden andar sin mascarilla. En cambio, el punto es que el COVID es tan peligroso que usar mascarilla no provee mucho beneficio —y las mascarillas de algodón parecen no proveer beneficio alguno. Esto me recuerdo a la escena de Plaza Sésamo cuando Beto descubre que Enrique está sosteniendo una banana en su oído y le pregunta por qué hace eso. Para mantener lejos a los lagartos, explica Enrique. Pero no hay lagartos en Plaza Sésamo, señala Beto. “Así es”, responde Enrique. “Está haciendo un buen trabajo, ¿verdad Beto?” Las mascarillas puede que no sean más eficaces en contra del COVID —y las mascarillas de mayor calidad solo ligeramente más eficaces— que las bananas en contra de los lagartos, pero hay mucho virus en nuestras comunidades.

Este artículo fue publicado originalmente en The Dispatch (EE.UU.) el 15 de diciembre de 2021.