La caída de Chile

Axel Kaiser explica la llamada “paradoja” de Chile, cuyo milagro económico derivó en una marcada reducción de la pobreza y crecimiento de la clase media y, no obstante, culminó décadas después en una explosión en las calles que cuestionó el modelo que permitió dicho desarrollo.

Por Axel Kaiser

La versión original de este ensayo fue publicada en inglés en el Cato Journal, edición de Otoño de 2020.

Ahora, por fin, Chile tiene las tres cosas: libertad política, libertad humana y libertad económica. Chile seguirá siendo un experimento interesante para ver si se puede mantener las tres o si, ahora que tiene libertad política, esa libertad política tenderá a ser utilizada para destruir o reducir la libertad económica. 

Milton Friedman (1991) 

El experimento neoliberal —en Chile— está completamente muerto. Es probable que sea reemplazado por un estado de bienestar que intentará seguir a los países nórdicos. 

Sebastián Edwards (2019) 

El “milagro económico” de los Chicago Boys 

Tras el fallido experimento marxista del presidente chileno Salvador Allende, una revolución de libre mercado liderada por los llamados Chicago Boys entre los años 1970 y 1980 crearon las condiciones necesarias para que el país experimentara un “milagro económico” que capturó atención mundial.1 Como expresó el economista premio Nobel Gary Becker (1997), Chile se convirtió en “un modelo económico para todo el mundo subdesarrollado”. Este hecho, dijo Becker, “se hizo aún más impresionante cuando el gobierno se transformó en una democracia”. En la misma línea, el premio Nobel de Economía, Paul Krugman, manifestó que las reformas introducidas por los Chicago Boys “demostraron ser altamente exitosas y se conservaron intactas cuando Chile finalmente regresó a la democracia en 1989” (Krugman 2008: 31). En efecto, de 1990 a 2010 llegó al poder la coalición de izquierda llamada “Concertación”. A pesar de estar integrada por opositores a la dictadura militar y por muchos ex miembros del gobierno de Salvador Allende, la Concertación mantuvo los fundamentos del sistema de libre mercado. Prevaleciendo una visión pragmática que llevó al reconocimiento y adopción del legado económico de los años de Pinochet. Como explicó Alejandro Foxley, el primer ministro de Hacienda del período democrático:

“Los países maduros son países que no siempre empiezan de cero. Tuvimos que reconocer que en el gobierno anterior se habían sentado las bases para una economía de mercado más moderna, y que empezaríamos desde ahí, restableciendo el equilibrio entre el desarrollo económico y el desarrollo social. Y eso es lo que hicimos [Foxley 2001]”.

Para la derecha occidental, las reformas económicas de Chile fueron una victoria simbólica en la lucha contra el socialismo y el progresismo. Como ha señalado el historiador Niall Ferguson (2008: 216), “la reacción contra el Estado de bienestar comenzó en Chile”. Más aún, las reformas económicas chilenas, como el sistema previsional, fueron “mucho más radicales que todo lo que se había intentado en los Estados Unidos, el corazón de la economía de libre mercado... Thatcher y Reagan vinieron después” (ibid.). En la misma línea, William Ratliff y Robert Packenham (2007) sostienen que Chile fue el primer país del mundo en hacer “esa ruptura trascendental con el pasado, lejos del socialismo y el capitalismo de estado extremo”, precedente a la “Gran Bretaña de Margaret Thatcher y los Estados Unidos de Ronald Reagan”. Para el intelectual marxista, David Harvey (2005: 7–8), “el primer experimento de formación de un estado neoliberal ocurrió en Chile después del golpe de Estado de Pinochet”, proporcionando “evidencia útil para apoyar el subsiguiente giro hacia el neoliberalismo tanto en Gran Bretaña (bajo Thatcher) y los Estados Unidos (bajo Reagan)”. 

La visita de George H. W. Bush a Chile en 1990 confirmó el simbolismo de la historia de éxito de los Chicago Boys. A su llegada a Santiago, Bush (1990) declaró que “el pacífico retorno de Chile a las filas de las democracias del mundo” era motivo de “orgullo y celebración”. Continuó enfatizando la importancia de la revolución del libre mercado que había tenido lugar bajo el gobierno militar del general Pinochet: “El registro de los logros económicos de Chile es una lección para América Latina sobre el poder del libre mercado. En ninguna otra nación de este continente el ritmo de la reforma del libre mercado ha ido tan lejos, tan rápido como aquí en Chile”. Bajo la misma línea, la ex Primer Ministra británica, Margaret Thatcher (1990) declaró que el régimen de Pinochet había convertido a Chile “de un colectivismo caótico a la economía modelo de América Latina”. 

Los datos disponibles apoyan abrumadoramente estas opiniones. La inflación crónica, que había alcanzado un peak de más del 500 por ciento en 1973, cayó por debajo del 10 por ciento en la década de 1990 y por debajo del 5 por ciento en los años 2000 (Banco Mundial 2019). Entre 1975 y 2015, el ingreso per cápita en Chile se cuadruplicó hasta alcanzar los 23.000 dólares, el más alto de América Latina (CNP 2016). Como resultado, desde principios de la década de 1980 hasta 2014, la pobreza se redujo del 45 por ciento al 8 por ciento (CNP 2016). Varios indicadores muestran que este “milagro económico” benefició a la mayor parte de la población. Por ejemplo, en 1982 sólo el 27 por ciento de los chilenos tenía un televisor. En 2014, el 97 por ciento lo tenía (CNP, 2016). Lo mismo ocurre con los refrigeradores (del 49 por ciento al 96 por ciento), lavadoras (del 35 por ciento al 93 por ciento), los automóviles (del 18 por ciento al 48 por ciento), y otros artículos. Todavía más importante, es que la esperanza de vida aumentó de 69 a 79 años en el mismo período y el hacinamiento en las viviendas se redujo del 56 por ciento al 17 por ciento. La clase media, según la definición del Banco Mundial, aumentó de un 23,7 por ciento en 1990 a un 64,3 por ciento en 2015 y la pobreza extrema se redujo del 34,5 por ciento a 2,5 por ciento (Libertad y Desarrollo 2017: 3). En promedio, el acceso a la educación superior se multiplicó por cinco en el mismo período, beneficiando principalmente al quintil más bajo, que vio su acceso a la educación superior multiplicado por ocho (PNUD 2017: 20). Esto es coherente con el crecimiento de los ingresos en los diferentes grupos socioeconómicos. Si bien entre 1990 y 2015 los ingresos del 10 por ciento más rico crecieron un total de 30 por ciento, los ingresos del 10 por ciento más pobre experimentaron un aumento del 145 por ciento (PNUD 2017: 21). A su vez, el índice de Gini cayó de 52,1 en 1990 a 47,6 en 2015 (PNUD 2017: 37). Si se mide la desigualdad de ingresos dentro de las diferentes generaciones, la reducción es aún mayor (Sapelli 2014). Otros indicadores de desigualdad también muestran una reducción de la brecha entre los ricos y el resto de la población. El índice de Palma, que mide la desigualdad de ingresos del 10 por ciento más rico en relación con el 40 por ciento más pobre, se redujo de 3,58 a 2,78 en el mismo período de tiempo mientras que la relación entre los ingresos de los quintiles más bajos y los más altos disminuyó de 14,8 a 10,8 (PNUD 2017: 21). Además de esta disminución de la desigualdad de ingresos, un informe de la OCDE de 2017 mostró que Chile tenía mayor movilidad social que todos los demás países de la OCDE (2018).2 Chile también ocupaba la posición más alta entre las naciones latinoamericanas en el Índice de Desarrollo Humano de Naciones Unidas (PNUD 2019). 

En resumen, gracias a las reformas de libre mercado introducidas por los Chicago Boys y mantenidas por los regímenes democráticos que vinieron después, Chile se convirtió en el país más próspero de América Latina, lo que benefició sobre todo a los miembros más pobres de la población. 

Explicando la “paradoja” de Chile 

Para muchos, el enorme progreso económico y social que ha logrado Chile en las últimas cuatro décadas parece estar en plena contradicción con la crisis que estalló en octubre de 2019, caracterizada por manifestaciones masivas, violencia coordinada por pequeños grupos y demandas de la izquierda política y otros para abandonar el modelo de libre mercado. La crisis ha hecho tambalear la política y la sociedad chilena, conduciendo a un referéndum sobre la redacción de una nueva constitución.3 Algunos han descrito la situación actual de Chile como una “paradoja” (Edwards 2019). De hecho, parece paradójico que un país que ha logrado tanta prosperidad se haya vuelto amargamente en contra de las mismas instituciones que hicieron posible esa prosperidad. 

Parte de la explicación de la rabia mostrada por la población chilena tiene que ver con el colapso de la confianza pública en las instituciones cívicas y estatales tradicionales, incluyendo la democracia. Entre 2009 y 2015 las personas que creían que la democracia chilena funcionaba bien o muy bien se desplomaron del 26 al 10 por ciento, y las que creían que funcionaba mal pasaron del 16 al 32 por ciento (Aninat y González 2016: 3). Entre 2015 y 2019, el primer grupo se redujo aún más al 6 por ciento y el segundo grupo subió al 47 por ciento. (CEP 2019). Instituciones como la Iglesia Católica, las emisoras de radio, la policía y las fuerzas armadas, los partidos políticos y las empresas han experimentado disminuciones similares o en algunos casos incluso más dramáticas en la confianza del público (Aninat y González 2016: 4). 

Chile también ha experimentado un descenso sistemático en el Índice de Percepción de la Corrupción de Transparencia Internacional, que asigna a los países con mayores percepciones públicas de corrupción una posición más baja en el ranking. Entre 2012 y 2018, el índice de percepción de la corrupción del país sudamericano cayó cada año —es decir, el público lo consideró como algo progresivo—, finalmente cayendo un total de seis puestos para convertirse en el país 27° menos corrupto de 183 naciones (Libertad y Desarrollo 2019). Aún más preocupantes son los resultados de un informe de la OCDE de 2017 sobre el nivel de confianza de la población de Chile en su sistema judicial. Chile se ubicó en el último lugar entre todas las naciones que la OCDE encuestó, con la excepción de Ucrania, rezagado detrás de países como Brasil, México, Colombia y Rusia, entre otros (OCDE 2017). Una encuesta más general en 2019 mostró que el 58 por ciento de los chilenos creía que las instituciones del Estado en Chile eran corruptas (Datavoz 2019: 4). En un estudio del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) del 2017, el 34 por ciento de los chilenos encuestados declararon haber sido maltratados por un empleado público (PNUD 2017: 211). 

No sólo la corrupción sino también la ineficiencia crónica contribuyó a la pérdida de legitimidad de las instituciones estatales. De acorde al Índice de Competitividad del Foro Económico Mundial del 2016, la ineficiencia del gobierno fue el principal obstáculo para hacer negocios en Chile (Foro Económico Mundial 2016: 144-45). Todos estos problemas han dado lugar a importantes propuestas para reformar el ineficiente aparato estatal de Chile, lo que constituye un paso crucial para el fortalecimiento de su democracia.4

Sin duda, la reciente disminución de la confianza pública en el sector privado y en las instituciones estatales de Chile contribuyó al clima de descontento y frustración que se manifestó en la crisis que estalló en octubre de 2019. Pero esto por sí solo no puede explicar la salida de Chile de la fórmula de libre mercado que lo hizo tan exitoso. Si las élites y la población general de Chile entendieran realmente que las instituciones de libre mercado son cruciales para que el país continúe su camino hacia la prosperidad, entonces grandes grupos entre los manifestantes y las élites políticas e intelectuales, no estarían exigiendo cambios drásticos en lo que se denomina despectivamente como el sistema “neoliberal” de Chile. 

Si, como creía Friedrich Hayek, las ideas e ideologías son los principales impulsores de la evolución social (Hayek 2006: 98), entonces Chile es un claro ejemplo de cómo las ideas hostiles a la libertad económica y favorables al intervencionismo estatal pueden ganar terreno, lo que en el caso de Chile minó el legado de los Chicago Boys. En efecto, la igualdad material, la vieja obsesión de la izquierda, se convirtió en el credo de la mayoría de la clase política e intelectual de Chile. La igualdad material también fue respaldada por la Iglesia Católica, una gran parte de la comunidad empresarial de Chile y muy influyente entre sus elites culturales. Los resultados de esta narrativa igualitaria fueron cambios institucionales graduales que, a lo largo de los años, llevaron a la disminución de las tasas de crecimiento económico. Como expresó René Cortázar, ministro en el primer Gobierno de Michelle Bachelet: 

“El crecimiento, que había permitido un fuerte aumento de los salarios, el empleo y el consumo, y que había permitido la aparición de nuevos estratos medios, comenzó a ser dado por sentado por muchos. Se olvidó que el crecimiento acelerado no era un atributo del alma nacional; que en general nuestro desarrollo había sido mediocre; y que sólo la implementación de reglas de juego de buena calidad, y la construcción de consensos en torno a ellas, había permitido dar el salto al primer lugar en la región [Cortázar 2019: 11]”.

Cortázar, economista del MIT y del think tank de centroizquierda CIEPLAN, señaló crucialmente que “el énfasis se puso sólo en los aspectos distributivos” y añadió que “los resultados distributivos fueron criticados con amargura” aunque los salarios estaban subiendo como nunca (Cortázar 2019: 12). Por lejos, el gobierno igualitario más agresivo, en la línea denunciada por Cortázar, fue el segundo mandato de Bachelet (2014-18), en el que se aprobaron varias reformas estatistas con el objetivo de “terminar con los vestigios neoliberales”, en palabras de la propia Bachelet.5 Las reformas laborales, tributarias y educativas de Bachelet, combinadas con una narrativa extremadamente hostil contra las empresas y las ideas de mercado, provocaron uno de los descensos económicos sin precedentes en décadas. De hecho, entre 2014 y 2017 la tasa de crecimiento económico promedio de Chile fue del 1,8 por ciento, la más baja desde principios de la década de 1980 y casi un tercio de la tasa del 5,2 por ciento logrado en los cuatro años anteriores de la administración de Sebastián Piñera de 2010 a 2014 (Bergoeing 2017: 7).6

Muchos en la izquierda trataron de culpar a los factores internacionales de la pobre actuación económica de Bachelet, pero durante su administración “antineoliberal” el mundo disfrutó de una tasa de crecimiento promedio del 3 por ciento. Como el economista Raphael Bergoeing señaló, las condiciones internacionales fueron favorables para el crecimiento económico de Chile bajo la presidencia de Bachelet. Asimismo, una estimación moderada indica que, en ausencia de las reformas estatistas de Bachelet, Chile habría crecido a tasas del 4 por ciento anual (Bergoeing 2017: 7). El clima de incertidumbre que creó Bachelet se reflejó claramente en las tasas de inversión. Desde que comenzó la recopilación de datos a principios de los años sesenta hasta la administración de Bachelet, Chile nunca había mostrado cuatro años consecutivos de inversión decreciente (ibid.: 12).7

Un documento crucial para entender la filosofía antiliberal de la administración de Bachelet fue un libro escrito por cinco miembros de su grupo de expertos poco antes de ser elegida por segunda vez. El libro se titulaba El otro modelo: Del orden neoliberal al régimen de lo público, y la portada mostraba a cinco trabajadores destruyendo un ladrillo (Atria et al. 2013).8 “El ladrillo” fue el nombre dado al programa económico escrito por los Chicago Boys a principios de 1970 e implementado tras la caída de Allende. El mensaje de la portada —y del libro mismo— era claro: el modelo económico de los Chicago Boys tenía que terminar, y Bachelet, que fue la oradora estrella en el lanzamiento del libro en 2013, debía liderar ese proceso. Según El Otro Modelo, el neoliberalismo y el individualismo habían creado una sociedad desigual, egoísta e injusta donde unos pocos privilegiados tenían acceso a cosas que deberían ser consideradas como derechos para todos. En vista de los autores, los gobiernos eran responsables de asegurarse de que no existieran diferencias cuando se trataba de bienes económicos como la educación, las pensiones o cualquier otra cosa que los autores definieran como un “derecho social”. Los autores además argumentaron que sólo cuando la lógica del mercado hubiera sido expulsada de estas esferas podría surgir una sociedad igualitaria y justa basada en la solidaridad. Aunque lo hizo en términos diferentes, El Otro Modelo presentó y defendió una ideología y un sistema político socialista. El segundo gobierno de Bachelet encarnó esta ideología radical y las reformas que siguieron.

Debido a la persistencia de la narrativa igualitaria a lo largo de los años, gran parte del público compró la idea de que el neoliberalismo había llevado a más desigualdad e injusticias a pesar de que la desigualdad de ingresos estaba disminuyendo. Cuando en febrero de 2020, Bachelet en su calidad de Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, declaró que la desigualdad era la causa de las manifestaciones en Chile y Ecuador, reforzando la percepción de gran parte de la población de Chile.9 En efecto, según las encuestas de opinión publicadas en diciembre de 2019, los chilenos consideraban que la principal razón de la crisis social había sido el alto nivel de desigualdad de los ingresos (CEP 2019). El Índice de Desigualdad Percibida del 2015 de la CEPAL mostró que Chile era el país con mayor percepción de desigualdad en los ingresos de América Latina. De igual forma, el mismo índice mostraba que la percepción de que la desigualdad de ingresos era injusta había aumentado a lo largo de los años. 

Si el consenso entre las elites era que la desigualdad era el principal problema de Chile antes de la crisis social, no es de extrañar que después de que estallara la crisis este consenso se reforzara. En referencia a la explicación popular de la crisis, Carlos Peña, un influyente académico de centroizquierda, observó: “Si tomamos en cuenta las reacciones inmediatas de estos días, la causa del fenómeno sería la injusticia y especialmente la incuestionable desigualdad que afecta a la sociedad chilena” (Peña 2020: 11–12).10 Sin embargo, el propio Peña notó correctamente que el país nunca había sido más próspero e igualitario que en la actualidad. Esto significaba que la idea bien establecida de que la desigualdad económica había sido la causa de la crisis social era "intelectualmente incorrecta" (ibid.: 13). A su vez, Peña argumentó acertadamente que era la percepción de la desigualdad la que había cambiado. Así, aunque la desigualdad había disminuido en Chile, la gente se había vuelto más sensible a ella porque la sensación de que la desigualdad existente era legítima se había erosionado (ibíd.: 128-29). Fue precisamente este sentimiento de injusticia, creado en gran medida por la narrativa igualitarista, la que pavimentó el camino para las desastrosas reformas de la segunda administración de Bachelet. A su vez, esas reformas crearon una frustración adicional con el sistema al detener el tren del progreso económico. Después de Bachelet, Piñera llegó al poder por segunda vez prometiendo traer de vuelta “tiempos mejores”, en palabras de su lema de campaña. Después de fracasar en el cumplimiento de sus promesas, la crisis social estalló. 

Parte de la razón por la cual la crisis será tan difícil de resolver en Chile es que los creadores de opinión no se dan cuenta de que sus orígenes son principalmente ideológicos. Es a través de este lente que los ataques generalizados al libre mercado deben ser entendidos. El sociólogo de centroizquierda, Eugenio Tironi estaba en lo cierto cuando argumentó que las manifestaciones masivas de 2019 eran ideológicamente opuestas al modelo económico de los Chicago Boys (Tironi 2020: 26-27). Sin embargo, como Peña y muchos otros, Tironi no pareciera entender que las percepciones de la legitimidad de ese modelo habían sido erosionadas por las ideologías igualitarias que intelectuales como él y otros habían popularizado. Esto desplazó las instituciones políticas y económicas del país casi por completo hacia el redistribucionismo. 

Como Douglass North (1988: 15) observó, las ideologías se refieren a las “percepciones subjetivas que la gente tiene sobre cómo es el mundo y lo que debería ser”. En la medida en que las ideologías tienen un componente prescriptivo, “afectan a la percepción de las personas sobre la equidad o justicia de las instituciones de un sistema político-económico” (ibíd.). Más aún, dado que las ideologías y creencias disponibles en una determinada cultura definen en última instancia la forma de gobierno que determina las reglas formales del juego—es decir, los derechos de propiedad y las características de aplicación—no es una sorpresa, dijo North (1993), que los mercados económicos eficientes sean tan excepcionales. 

North (1990: 110–11) también sostuvo que la ideología es clave para resaltar los malos resultados económicos de los países del Tercer Mundo, por la razón de que sus ideologías suelen promover políticas que imponen limitaciones institucionales y desalientan la actividad productiva. De hecho, en el caso de Chile, la ideología igualitaria de la nación condujo a cambios en el marco institucional de su libre mercado, transformando su sistema en uno cada vez más incapaz de proporcionar resultados económicos beneficiosos. Esto alimentó aún más las narrativas igualitarias porque, como es típico de los dogmáticos ideológicos, los defensores del sistema igualitario se negaron a cambiar sus puntos de vista. Contra toda evidencia, la frecuente repetición de la idea de que los problemas del país eran el resultado de una desigualdad extrema y de la injusticia social terminó por convencer a muchas personas de que el sistema debía socializarse más. Como ha argumentado el psicólogo Daniel Kahneman, “una forma fiable de hacer creer a la gente en falsedades es la repetición frecuente porque la familiaridad no se distingue fácilmente de la verdad” (2012: 62). 

La muerte de la Concertación y el colapso del consenso de mercado 

En cierto sentido, el modelo económico de los Chicago Boys estaba condenado a ser desmantelado con el paso del tiempo. El hecho de que los gobiernos que vinieron después de los Chicago Boys aceptaran sus reformas no significa que estas administraciones tuvieran una profunda comprensión de la naturaleza positiva de las fuerzas del mercado, y mucho menos un verdadero compromiso moral con la libertad económica. Patricio Aylwin, el primer presidente después de los años de Pinochet, reflejó de mejor forma la visión de centroizquierda sobre el mercado cuando a principios de 1990, declaró: 

“El mercado puede estimular la creación de riqueza, pero no es justo cuando se trata de la distribución de la riqueza. El mercado no tiene consideraciones sociales o éticas. El mercado suele ser tremendamente cruel y favorece a los más poderosos y compite en mejores condiciones, mientras que empeora la miseria de los más pobres porque aumenta las desigualdades sociales [Otano 2006: 417]”.

La falta de compromiso real con la libertad económica en la izquierda política e intelectual —así como en segmentos crecientes de la derecha— permitió que las narrativas socialistas más radicales obtuvieran una mayor aceptación. La influencia de los grupos socialistas creció tanto que los partidos políticos de centroizquierda responsables de administrar las reformas del mercado de los Chicago Boys se sintieron demasiado avergonzados para reivindicar la enorme prosperidad que las fuerzas del mercado alcanzaron bajo sus propios gobiernos. Sin casi ninguna excepción, nunca defendieron su legado de los ataques de la izquierda radical. 

El jurista y ex ministro de la Concertación Jorge Correa explicó que una de las causas de la desaparición de los moderados de la Concertación, que a su vez permitió el surgimiento de la radicalizada coalición de izquierda, la Nueva Mayoría,11 fue que sus miembros sintieron vergüenza de decir que eran “partidarios del mercado... Nunca en verdad nos animamos a defender con tesis claras lo que en la práctica sí estábamos abrazando” (Correa 2018: 223). Reconociendo la importancia de la batalla de las ideas en la guerra política, el exministro añadió: “La derrota fue cultural antes que política. No se puede tener éxito en política si se siente vergüenza, menos si no te atreves a mostrar tu ideario" (ibíd.). La Concertación, concluyó, “se suicidó... dejó de creer en sí misma, de defender” (ibid.: 224). 

La centroderecha tampoco se dedicó a una fuerte defensa de los principios de mercado. Piñera expresó de mejor manera el tono comprometedor que la centroderecha tomó hacia las ideologías igualitarias durante su primera administración. En un famoso discurso dado en 2010, declaró: 

“Yo pienso que, en primer lugar, los chilenos y chilenas no toleran los grados excesivos de desigualdad que han cruzado a nuestra sociedad desde hace tanto tiempo. Y se han rebelado contra una desigualdad excesiva, porque Chile es el país con mayor ingreso per cápita de América Latina, pero también es el país, junto a otro más, con mayor desigualdad relativa en América Latina.

Y, por tanto, están pidiendo una sociedad más justa, una sociedad más igualitaria, con menos desigualdades, o con mayor igualdad de oportunidades, porque las desigualdades que vivimos en Chile son excesivas, y yo siento que son inmorales, porque están atentando contra lo que es la esencia de una sociedad, que es su cohesión y su armonía interna”.12

Siguiendo esta visión, en su segunda administración, Piñera lanzó un programa para expandir los beneficios sociales a la clase media llamado Clase Media Protegida. El programa reflejaba una filosofía socialdemócrata que validaba la idea de que el papel del gobierno era cuidar del bienestar de la población. Así, Piñera llevó a Chile un paso más allá en el camino de convertirse en un estado de bienestar.13

En este sentido, tras el estallido de la crisis social en octubre de 2019, Piñera pronunció un discurso en el que pidió disculpas al pueblo chileno por las injusticias del sistema económico del país y anunció un aumento masivo del gasto público:

“Es verdad, que los problemas no se han producido en los últimos días, se venían acumulando hacía décadas. Pero es verdad también que los distintos Gobiernos no fueron o no fuimos capaces de reconocer esta situación en toda su magnitud. Esta  situación de inequidad, de abuso que ha significado una expresión genuina y auténtica de millones y millones de chilenos. Reconozco esta falta de visión y le pido perdón a mis compatriotas”.14

Piñera también declaró que “tuvimos muchas coincidencias, en el diagnóstico y en las soluciones” de la crisis con los líderes de la izquierda, los mismos políticos que culpaban al “neoliberalismo” y a la desigualdad de la crisis.

La falta de voluntad de la Concertación —y de muchos políticos de centro derecha como el presidente Sebastián Piñera— para defender claramente el libre mercado precipitó el colapso del consenso político y social en el que se habían basado las instituciones económicas de Chile. Este clima abrió la puerta a una transformación completa del modelo económico chileno, cuyo grado de concreción sólo se verá con el paso del tiempo y una vez que se complete el nuevo experimento constitucional que Chile puso en marcha en 2019. En cualquier caso, e independientemente del resultado exacto de la cuestión constitucional, si hay algo que la caída de Chile puede enseñar al mundo, es que, una vez más, el poder de las ideas e ideologías es mucho mayor que el atractivo de los hechos. En otras palabras, Chile confirma la vieja lección liberal clásica de que no hay esperanza para la supervivencia del libre mercado sin el argumento moral de la libertad económica. Dicho caso moral y cultural a favor de la libertad económica, que debe ser aceptado por el público, debe ser ante todo generado —al menos en parte— por la élite intelectual, política y económica. 

Notas:

1. En la década de 1950 la Universidad Católica y la Universidad de Chicago comenzaron un programa de intercambio que permitió a los estudiantes chilenos realizar estudios de postgrado en el Departamento de Economía de la Universidad de Chicago. Estos estudiantes llegaron a ser conocidos como los "Chicago Boys", una etiqueta que también se aplicó a otros estudiantes que se graduaron en universidades americanas distintas de Chicago y participaron en la implementación de reformas de libre mercado bajo el régimen de Pinochet.

2. Según el estudio, era más probable que las personas con padres en el fondo del 25 por ciento de la escala de ingresos pudieran pasar al 25 por ciento superior de la escala de ingresos en Chile que en cualquier otro país de la OCDE.

3. En octubre de 2019, el gobierno de Sebastián Piñera anunció un pequeño aumento en el precio de las tarifas del transporte público en Santiago. Las demandas para que se retirara el aumento se generalizaron después de que se implementara la nueva tarifa. Inicialmente, el gobierno no mostró voluntad de reconsiderar lo que correctamente llamó una medida "técnica". Como resultado, cientos de estudiantes comenzaron a evadir el pago del metro. El 18 de octubre, dos semanas después de que se anunciara la subida de precios, el país explotó. Grupos coordinados quemaron y destruyeron casi 80 estaciones de metro que paralizaron el sistema de transporte público de Santiago. Disturbios y ataques masivos a la propiedad pública y privada siguieron al caos desatado en la capital. Al final del día, la situación era tan desesperada que el presidente Sebastián Piñera no tuvo más remedio que declarar el estado de emergencia y poner a los militares al control. Siguieron manifestaciones masivas y Piñera cedió a las demandas de la izquierda de aumentar sustancialmente el tamaño del gobierno y crear una nueva constitución a través de una asamblea constitucional o una convención. El referéndum que iniciaría el proceso constitucional debía tener lugar en abril de 2020, pero se pospuso hasta octubre de 2020 debido al estallido de la crisis del coronavirus.

4. Ver Centro de Estudios Públicos (2017).

5. Ver www.latercera.com/noticia/bachelet-habia-vestigios-del-modelo-neoliberal-los- ido-terminando-traves-las-reformas.

6. Aunque Chile experimentó un alto crecimiento económico durante la primera administración de Piñera, la capacidad de crecimiento de la economía chilena no invirtió su tendencia decreciente. De 1990 a 2016, el PIB potencial disminuyó desde cerca de 7,5 por ciento a alrededor del 4 por ciento (ver Le Fort Varela 2016).

7. La predicción del Banco Central de Chile a la que se refiere el artículo resultó ser acertada.

8. Para una revisión de los mitos, falacias y errores de El Otro Modelo, ver Kaiser (2015).

9. Ver www.latercera.com/mundo/noticia/bachelet-pide-que-se-fijen-responsabili- dades-por-violaciones-de-ddhh-cometidas-durante-protestas-en-chile-y- ecuador/EFXRNNTG5RGUVAZC4WJ6AOLHVI.

10. Hay otra causa de la crisis social que Peña menciona, a saber, la excesiva emocionalidad de las generaciones más jóvenes. Según Peña, los estudiantes chilenos carecen hoy en día de marcos normativos capaces de orientar sus vidas más allá de su mera subjetividad. Como resultado, se han vuelto más intolerantes, mostrando una tendencia a romper las reglas de conducta socialmente aceptadas (Peña 2020: 142). Este argumento se asemeja mucho al análisis de Jonathan Haidt y Lukianoff sobre la juventud americana en su obra The Coddling of the American Mind (2018). También hay que mencionar que otra causa de frustración entre los jóvenes de clase media y sus familias es lo que se puede llamar la “paradoja del bienestar”. Esto se refiere al hecho de que los retornos económicos de la educación superior — el principal motor de la movilidad social en Chile durante las últimas décadas—han disminuido junto con su masificación. En otras palabras, el mismo proceso que ha permitido a millones de personas ascender en la escala de ingresos ha hecho más difícil la meta de un ingreso alto y el estatus social asociado a él (Klapp y Candia 2016).

11. Nueva Mayoría fue la coalición de partidos políticos de izquierda que sucedió a la Concertación y que llegó al poder con Bachelet en su segunda administración. Aunque incorporó a todos los ex miembros de la Concertación, también incluyó a partidos políticos de extrema izquierda como el antiguo Partido Comunista. También hizo alianzas con la nueva coalición populista de extrema izquierda, Frente Amplio.

12. Ver www.lasegunda.com/Noticias/Politica/2011/07/667325/Texto-completo-del- discurso-del-Presidente-Sebastian-Pinera-en-el-aniver-sario-del-diario-La-Segunda

13. Ver https://clasemediaprotegida.gob.cl

14www.youtube.com/watch?v=JlPfH76A_BI. Joaquín Lavín, candidato presidencial y uno de los políticos de centroderecha más emblemáticos y populares del país, fue más allá de Piñera. En una columna publicada en El Mercurio, argumento que Chile necesitaba “cambiar su modelo de desarrollo” porque había creado dos países separados al igual que el Muro de Berlín. Lavín pidió una “reunificación” social y atacó a la élite económica de Chile por obstaculizar la movilidad social. También denunció la desigualdad “horizontal” que, en su opinión, caracterizaba a la sociedad chilena. Bajo este concepto, Lavín se refería a las desigualdades en la atención sanitaria, la vivienda y la educación. Bajo su punto de vista, estas injusticias tienen que ser “terminadas” a través un mayor gasto gubernamental, niveles de impuestos más altos y políticas públicas diferentes a las implementadas (Lavín: 2019).

Referencias 

Aninat, I., and González, R. (2016) “¿Existe una crisis institucional en Chile actual?” Puntos de Referencia 440 (Octubre). Santiago de Chile: Centro de Estudios Públicos. 

Atria, F.; Benavente, J. M.; Couso, J.; Larraín, G.; and Joignant, A. (2013) El otro modelo. Del orden neoliberal al régimen de lo público. Santiago de Chile: Debate. 

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Traducción de Carlos P. González. Disponible en PDF aquí.