La blasfemia está en el frente de la batalla por la libertad de expresión
Walter Olson dice: "Si usted defiende la libertad de expresión hoy, dese cuenta de que la “blasfemia” está en el frente de la batalla, en París y alrededor del mundo".
Por Walter Olson
Si usted defiende la libertad de expresión hoy, dese cuenta de que la “blasfemia” está en el frente de la batalla, en París y alrededor del mundo.
No hay un punto medio, no hay un compromiso vago disponible para que todos estén contentos— no después de los asesinatos en el periódico satírico Charlie Hebdo. O nos decidimos a defender la libertad de todos los que escriben, dibujan, tipean, y piensan —ni siquiera solo cuando niegan la verdad de una religión o se burlan de ella, pero especialmente en esos momentos— o esa libertad solo durará lo que aguanten los musulmanes fanáticos en nuestras sociedades. Y este momento oscuro para la causa de la libertad intelectual será seguido de muchos más.
¿Puede alguien que haya prestado atención realmente decir que estaban sorprendidos por los ataques en París? La revista satírica francesa desde hace mucho había estado en las primeras posiciones de una lista de supuestos objetivos de los musulmanes radicales. En 2011 —para un horror del mundo que fue pasajero, en el mejor de los casos— unos fanáticos bombardearon (en inglés) sus oficinas por haber impreso unas caricaturas. Tampoco fue eso algo nuevo. En 2006, el caricaturista danés de Jyllands-Posten tuvo que esconderse por el mismo tipo de ofensa, así como lo había hecho el autor Salman Rushdie antes que ellos.
En un nuevo libro titulado The Tyranny of Silence: How One Cartoon Ignited a Global Debate on the Future of Free Speech, el periodista Flemming Rose, que estuvo en el centro de la controversia acerca de la caricatura danesa, rastrea las desalentadoras secuelas en la auto-censura de la opinión occidental (en inglés). Gran parte de la prestigiosa prensa de Occidente evitó reproducir las caricaturas, y detrás de las excusas de sensibilidad muchas veces estaba el simple miedo. Como el periodista Josh Barro señaló (en inglés) en Twitter, “Los musulmanes han sido en gran medida exitosos en intimidar a la prensa occidental de tal modo que esta no publica imágenes de Mahoma”.
El miedo se ha sentido en EE.UU. también. Yale University Press, al momento de publicar un libro acerca de la controversia sobre las caricaturas de Mahona, eligió omitir imprimir dichas caricaturas, con el argumento de que hacerlo “incurría en el serio riesgo de instigar violencia” (El difunto Christopher Hitchens, destacado periodista británico-americano, criticó brillantemente a Yale University Press por su falta de coraje).
En lo que concierne a los líderes electos, ellos difícilmente se comportaron mejor. El gobierno francés varias veces presionó (en inglés) a Charlie Hebdo para que no vaya tan lejos en sus ofensas. El gobierno de Jacques Chirac respaldó, y según algunos recuentos incluso promovió, una acción judicial con el objetivo de multar a la revista por haber ofendido a algunos musulmanes (en inglés). El entonces ministro de relaciones exteriores de Gran Bretaña, Jack Straw, representando a la nación que le dio al mundo a John Milton y a John Stuart Mill, criticó (en inglés) la reproducción de las caricaturas como algo “insensible” e “irrespetuoso”. Y si usted se imagina que los líderes de EE.UU. reaccionaron mejor, aquí hay otra columna (en inglés) de Christopher Hitchens acerca de lo tibios que fueron en ese entonces frente a la causa de la libertad intelectual, que se supone está entre las garantías de las que más se jacta EE.UU.
El peligro no es que haya muy pocas muestras de solidaridad, dolor, e indignación durante estos días. Por supuesto que habrá eso. Las manifestaciones que se dieron alrededor de Francia, por ejemplo. El peligro viene después, una vez que la historia pase y los intelectuales y aquellos que discuten y distribuyen su trabajo deciden cómo y si deben adaptarse a un clima más intenso de miedo. En los medios de comunicación, entre los planificadores de conferencias, en las universidades, habrán ciertos abogados, administradores de riesgo, expertos en el cumplimiento de las leyes, compradores de seguros, todos listos para aconsejar cuál es el camino más seguro, el camino del silencio.
Y luego están los legisladores. Después de años durante los cuales se asumía que las leyes de blasfemia eran cosa del pasado, las leyes que logran casi el mismo efecto están siendo implementadas nuevamente en Europa, prohibiendo la “difamación de la religión” (en inglés), el insulto de las creencias religiosas, o las críticas demasiado vigorosas de la religión (en inglés) de otras personas como “discurso odioso”. Esto debe parar. Una manera en la que podemos honrar a Charb, Cabu, Wolinski, Tignous, y los otros que fueron asesinados en París es eliminar los límites legales sobre lo que sus sucesores pueden dibujar y escribir el día de mañana.
Este artículo fue publicado originalmente en Time (EE.UU.) el 7 de enero de 2015.