La bendición del "dumping"

Por Rigoberto Stewart

Por segunda vez, Oscar Arias fue investido como presidente de la República de Costa Rica, el 8 de mayo. Una de sus primeras medidas fue fusionar el ministerio de Agricultura con el de Economía, Industria y Comercio para formar el ministerio de la Producción, un acto sustentado en su errónea convicción de que la prosperidad se gesta por medio de la producción o que toda producción genera prosperidad. Al igual que tantos despistados gobernantes latinoamericanos, el presidente Arias no advierte que, en el sistema de mercado, producción y creación de riqueza pueden ser dos cosas muy distintas.

Tal despiste fue ratificado recientemente por el nuevo ministerio. Bajo el titular “Prevención de comercio desleal”, la prensa informó recientemente que el ministerio “presentó ayer un plan para monitorear los precios de los productos que importa el país. El proyecto pretende identificar, con ayuda del sector privado y varias cámaras y asociaciones, prácticas de comercio desleal (“dumping”) y defraudación fiscal, así como imponer medidas de salvaguarda”.

Obviamente que los nuevos jerarcas no entienden que el objetivo de la actividad económica es satisfacer necesidades de consumo y cuanto más baratos son los bienes, mejor se satisfacen esas necesidades. Pero, inexplicablemente, pretenden evitar que sus compatriotas compren productos importados baratos.

En la intrincada red de interrelaciones e interdependencias, conocida como el sistema de especialización e intercambio (o sistema de mercado), cada individuo produce un bien y obtiene todos los demás mediante el proceso de intercambio; de esa forma abarata los bienes y servicios que consume. En efecto, la esencia de la creación de riqueza y bienestar consiste en que cada individuo encuentre, en cualquier parte del mundo, la mejor solución (la más barata) para sus necesidades de consumo. Lo contrario, que se logre la mejor solución para las necesidades de producción nos aniquilaría.

No existe ninguna razón para limitar las opciones del consumidor a lo que se ofrece en su pueblo, su provincia, su país o el continente donde vive. Limitarlo a cualquier unidad geográfica es un acto criminal y una monumental estupidez.

Ilustremos el error ministerial con un ejemplo hipotético. Imaginemos que en Costa Rica vivan un millón de enfermos de sida y que algunos residentes han tomado la iniciativa de buscar una cura. Pero cuando el ministro de Comercio Exterior se entera que unos científicos estadounidenses ya la encontraron, procede a acusar a los gringos de comercio desleal, alegando que los investigadores allá estudiaron en mejores universidades y tienen mejores laboratorios y más recursos gubernamentales que los costarricenses. Por lo tanto, el producto de sus investigaciones equivale a comercio desleal, a “dumping”. Acto seguido, el muy humanitario ministro impone un arancel de 500 por ciento a los medicamentos gringos, con el fin de “proteger” a los investigadores y laboratorios ticos. Está convencido de que, con esa protección, algún día ellos encontrarán la cura y así todos los ticos nos enriqueceremos. Sí, todos, menos el millón de muertos por la enfermedad. Esos consumidores nunca entraron en los cálculos ni la consideración del burócrata. En este caso, cuanto más rápido se obtengan las medicinas y más barata sea la cura, mayor es el bienestar generado, venga de donde venga.

Se trata de una verdadera aberración conceptual. El raro concepto de lealtad comercial que motiva la acción del flamante ministerio de la Producción proviene de una concepción totalmente errónea. Si los actores de otro país realizan acciones que abaratan un bien que se produce y consume en Costa Rica, las autoridades califican ese hecho como “comercio desleal”; pero si sus acciones encarecen el bien en cuestión, las mismas autoridades aplauden. ¿Por qué? Porque están convencidas de que la producción más la exportación son los enriquecedores del ciudadano y de la sociedad; pero sabemos que es todo lo contrario: son la importación y, finalmente, el consumo lo que genera bienestar y prosperidad. En efecto, la riqueza generada en una sociedad durante un período dado es equivalente a la totalidad de bienes y servicios que se logra disponer para el consumo: lo exportado no forma parte de ello, pero lo importado sí.

Hace unos años, un ex ministro de Comercio Exterior de Costa Rica me contó que estando en una reunión con colegas de muchos países, le preguntó, desinteresadamente, a su compañero de mesa que cómo manejaban ellos el tema del “dumping”. El asiático lo miró sorprendido y le dijo: “¿Cuál “dumping”? Si no hay “dumping”, nosotros no compramos.” ¡Aleluya, algunos sí entienden!

Artículo de la Agencia Interamericana de Prensa Económica (AIPE)
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