La asombrosa historia de Juan Concha

Alfredo Bullard estima que los estacionamientos públicos no son gratuitos e impone un costo a la sociedad en la forma de tráfico y accidentes.

Por Alfredo Bullard

Juan Concha está muy contento. Se acaba de comprar un juego de sala y un juego de comedor. Se ven muy bien en su casa. Pero sus muebles anteriores aún están en buen estado. No los va a botar a la basura. Mejor los guarda para dárselos a su hijo que se casa el próximo año.

Lamentablemente su casa es pequeña. No tiene un depósito adecuado ni hay espacio en el resto de habitaciones. Puede alquilar un espacio en un almacén en otro lado, pero, como es obvio, le van a cobrar. Y a nadie le gusta pagar por algo que puede ser gratis.

Entonces se le ocurre una idea brillante. En la vía pública, frente a su casa, hay un espacio disponible. Va y coloca los muebles en ese espacio.

Por supuesto vienen los vecinos a quejarse. Juan les contesta: “La calle es de todos… yo vi ese espacio disponible y lo agarré, estoy en mi derecho”.

¿Lo está? Es obvio que no. Justamente porque la calle es de todos, no puede ser usada para fines meramente privados. La calle se construye con nuestros impuestos para otros fines: la circulación de personas y vehículos. Es un espacio escaso. Por eso tenemos tanta congestión y tráfico. Los muebles reducen ese espacio para el beneficio de una sola persona: Juan Concha.

Por supuesto que el lector tiene claro qué es lo que debe pasar con los muebles de Juan. Tiene que sacarlos de la calle y llevarlos a un almacén, y pagar por el costo del espacio que va a usar.

La forma de actuar de Juan Concha nos parece asombrosa. ¿A quién se le ocurre tremendo desparpajo? Solo a una persona sin criterio. La calle no es un almacén.

Lo curioso es que usted posiblemente hace lo mismo que Juan, y lo hace todos los días. Si usted tiene un automóvil y no tiene garaje en su casa, es posible que lo estacione en la calle. Y si tiene garaje o alquila un espacio en una playa, puede ser que al ir al trabajo sí deje el auto en la calle.

Muchos automóviles privados pasan largas horas, días o hasta meses estacionados en las calles ocupando el espacio supuestamente dedicado a la circulación. Y es que estacionar gratis en la calle no es realmente gratis. Cuesta, y mucho. Lo pagan conductores atracados en el tráfico o peatones circulando por espacios reducidos y ocupados por vehículos. Se paga en accidentes.

Es una buena política pública evitar que las calles se usen como depósito. Generar incentivos para la construcción de playas de estacionamiento fuera de la vía pública mejora la calidad de vida pues habrá mayor disponibilidad de espacios destinados a la circulación.

Por ello, si un municipio promueve un estacionamiento (como varios de los que, afortunadamente, se están construyendo en los últimos años), lo lógico es que elimine o incremente el costo del uso de la calle para motivar el uso de playas privadas (parqueos privados). Y es que tener un bien privado como un automóvil no debe resolverse de manera pública, sino privada. El costo de su uso debe ser asumido por el propietario. Eso significa que la solución al problema le tiene que costar al dueño y no a todos los demás.

Es legítimo reservar algunos pocos espacios para permanencias de corta duración. El señor que se estaciona para comprar 10 minutos en la farmacia o recoger su terno de la lavandería. Pero debe ser más caro que la playa de estacionamiento justamente para fomentar permanencias cortas en dicho espacio.

Por supuesto que quien no pagaba o pagaba poco reaccionará de inmediato, porque a nadie le gusta pagar por lo que antes era gratuito. Hará protestas y buscará regresar las cosas al estado anterior.

Allí surge el argumento que eliminar estacionamientos en las calles incrementa los bolsillos de las playas privadas. El argumento es correcto. Pero así debe ser porque de lo contrario son los dueños de los automóviles los que se enriquecen a costa de todos los demás, no pagando por lo que usan. ¿Y a quién le debe costar el problema que genera guardar su automóvil? Sin duda, como en el caso de los muebles de Juan Concha, a su propietario.

Este artículo fue publicado originalmente en El Comercio (Perú) el 21 de enero de 2017.