La ambición ciega no es un credencial presidencial

Gene Healy cree que "Lamentablemente, la campaña presidencial moderna suscita personajes con delirios de grandeza, un instinto natural para el engaño y un apetito insaciable por un cargo más alto".

Por Gene Healy

No se le debería confiar la presidencia a alguien que la quiera tan desesperadamente. George Washington dio en el clavo en su primer discurso inaugural: "Ningún acontecimiento podría haberme llenado con mayores inquietudes" que enterarse de su elección.

Sin embargo, conforme los poderes de la presidencia han ido creciendo mucho más allá de lo que Washington podría haber imaginado, el proceso de elección ha cambiado de tal manera que sería sumamente improbable que un Washington moderno buscara ser electo presidente hoy en día.

Lamentablemente, la campaña presidencial moderna suscita personajes con delirios de grandeza, un instinto natural para el engaño y un apetito insaciable por un cargo más alto.

La ambición de Barack Obama es ya bien conocida. "Él siempre quiso ser presidente", admitió uno de las amigas más antiguas de Obama, la asesora presidencial Valerie Jarrett.

En una entrevista de noviembre del 2007, el entonces candidato Obama comentó, "Si uno no es lo suficientemente consciente para ver el elemento de megalomanía involucrado en la idea de ser el líder del mundo libre, entonces probablemente no debería ser presidente".

De tal forma,  solo los megalómanos "auto conscientes" deberían tener acceso a armas nucleares—o al menos es una forma de verlo. Juzgando por el escenario del 2012, es lo mejor que podemos hacer.

En una famosa entrevista televisiva de 1979, el candidato presidencial demócrata Ted Kennedy fue ponchado con una pregunta bastante sencilla: "¿Por qué quiere ser presidente?" La respuesta errática de Kennedy dañó su campaña.

A pesar de su esfuerzo extraordinario en dos campañas —gastando millones de dólares de su propio dinero, no es obvio que Mitt Romney tenga una respuesta clara a esa pregunta. La "principal razón [de Mitt] parece ser él mismo", afirmó un observador del ex gobernador de Massachusetts a los autores de The Real Romney (El verdadero Romney).

"Comandante en jefe de este país", es como el ex senador Rick Santorum describe el trabajo al cual solicita — y ve la cartera del comandante en jefe lo suficientemente grande como para incluir entrometerse en la vida sexual de los estadounidenses: "Los peligros de la anticoncepción en este país, toda la idea de libertinaje sexual... Estos son temas importantes de política pública".

Es evidente que cualquier persona que quiera el trabajo lo suficiente como para dedicarse a hacer una campaña tan intensa como lo ha hecho Santorum —viviendo de un maletín en su largo recorrido a través de los 99 condados de Iowa— no quiere simplemente cuidar que las leyes sean fielmente ejecutadas y aparte de eso mantenerse fuera de los asuntos de los demás.

Pero tal vez no deberíamos estar sorprendidos de que el proceso de elección moderno llama a personas con una ambición desmedida y visiones de grandeza, como Newt Gingrich, quien se ha jactado de que "hablé por primera vez [de salvar la civilización] en agosto de 1958".

Como James Fallows dijo recientemente "se podría escribir un estudio de psiquiatría por cada presidente de la era moderna, excepto por el que nunca se postuló para un cargo nacional, Gerald R. Ford". Con disculpas a Groucho Marx, nadie que quiera pertenecer a este club debería ser miembro.

En su excelente libro See How They Ran, el historiador Gil Troy escribe que "En un principio, los candidatos presidenciales se 'presentaban' para una elección, no 'se lanzaban'. No daban discursos. No daban la mano.  La indeferencia republicana hacia  el escenario político era buena y digna; la búsqueda activa de la presidencia y solicitar votos era humillante y malo".

El ideal de Jefferson de la "tribuna silenciosa" era irrespetado en ocasiones, señala Troy, pero era algo a lo que se aspiraba, y los candidatos que lo violaban eran castigados ocasionalmente en las encuestas.

En medio del tumulto de la campaña 2012, es difícil imaginar el regreso a una era donde se hacía campaña desde el porche de la casa, donde los candidatos eran raramente vistos y escuchados.

Pero nosotros debemos esforzarnos en hacer la presidencia menos poderosa, y así, un premio menos atractivo para aquellos con hambre de poder.

Este artículo fue publicado originalmente en DC Examiner (EE.UU.) el 28 de febrero, 2012