La agenda de políticas públicas de Biden muestra el marcado giro hacia la izquierda de los Demócratas
Ryan Bourne dice que si Biden representa el centro del Partido Demócrata y si consideramos su plataforma de políticas públicas, podemos ver qué tan lejos el partido se ha movido hacia la izquierda.

Por Ryan Bourne
Joe Biden está liderando una campaña silenciosa cuando se trata de sus propuestas de políticas públicas. Sus mensajes se concentran en el estado del discurso público en EE.UU., o en Donald Trump, o en la necesidad de unidad nacional. Su propuesta es que esta elección es tanto un referéndum acerca del actual presidente, como una prueba del “carácter de una nación” o “quiénes somos”.
Pero cualquiera que ha explorado el sitio web de la campaña Biden-Harris se sorprenderá con cuán detallada es su plataforma de políticas públicas. Todo el discurso acerca del carácter, el liderazgo, el oxígeno político aspirado por el presidente, el COVID-19, y la violencia en las ciudades, oscurece que Biden está ofreciendo una agenda marcadamente “progresista”. En conjunto, su manifiesto es una verdadera lista de demandas de políticas públicas que la izquierda de la política estadounidense ha promovido durante los últimos cinco años. La sección de su sitio web denominada “Ideas grandes” tiene 29 “Planes” distintos, nueve “Agendas”, cuatro propuestas de “Construya mejor”, una “Hoja de Ruta”, una “Propuesta” y tres otros programas. El número de secciones crece cada vez más, incluso teniendo notables ausencias. Todavía no hay un componente de política tributaria, por ejemplo, aunque hay aumentos de impuestos y nuevos créditos tributarios promovidos como parte de los planes específicos para cada tema.
En conjunto, estos 47 planes cubren la mayoría de los aspectos de la vida, pero van más allá de los asuntos de todos los días. Podríamos imaginar que cualquier candidato Demócrata propondría una respuesta Keynesiana a la recesión del COVID, un plan estatal de salud para la pandemia, y propuestas de salud, cuidados de niños, e incluso “la promoción de los sindicatos y el empoderamiento de los trabajadores”. Pero también encontramos propuestas de “justicia ambiental”, una “agenda para la comunidad católica”, y la “competitividad de la clase media”, entre otras cosas.
No sorprende que muy pocos de estos planes liberaliza la actividad económica o facilita la cooperación privada y voluntaria para resolver los problemas económicos o sociales. También hay poco aquí para nosotros los liberales clásicos. Con la notable excepción de la reforma a las licencias ocupacionales, casi todas las políticas de Biden crean nuevos programas o subsidios, nuevos mandatos o regulaciones, o sugieren nuevos impuestos o privilegios estatales. Un mejor eslogan que “Construyamos algo mejor” —el eslogan que Biden ha utilizado, similar a Boris Johnson, pare describir lo que el quiere post-COVID— podría ser “Construyamos un estado más grande”.
Nada de esto significa que Biden es un caballo de Troya para el Socialismo como Donald Trump ha afirmado. El ex vicepresidente no quiere que el estado sea el dueño de los medios de producción, ni siquiera introducir impuestos sobre la riqueza y el muy querido en la izquierda dura Medicare-para-todos. Tampoco va tan lejos como el corporativismo de estilo continental que hubiese sido ofrecido por alguien como Elizabeth Warren —haciendo que los negocios sean verdaderos perritos falderos del Estado. Aún así su agenda representa un marcado giro a la izquierda para el país y su progresismo no tiene precedente: usando el poder redistributivo y regulatorio del estado para formar los resultados económicos y sociales de tal manera que estos correspondan a las concepciones izquierdistas de cómo debería verse el mundo.
El historiador Niall Ferguson lo ha descrito como una plataforma tradicional de tributar y gastar, derivando en, como un reciente análisis de Penn Wharton ha demostrado, mucho más de lo segundo que de lo primero. Hay algo de cierto en esto. Herido con las críticas desde la izquierda de que la administración Obama-Biden dio un estímulo insuficiente para la crisis de 2008/09, el equipo de Biden ha comunicado que Biden iría hasta donde sea posible con un paquete de estímulo para el coronavirus si fuese electo con un Congreso Demócrata. Cuando suma esto a los planes de gasto permanente propuestos, el experto conservador en presupuestos Brian Riedl estima que Biden agregaría $11 billones (“trillions” en inglés) en gasto federal durante la próxima década. Eso promedia alrededor de cinco puntos porcentuales del PIB actual al año —un aumento mucho mayor que aquel propuesto por cualquier otro candidato presidencial del Partido Demócrata en una contienda electoral reciente.
Pero el gasto por sí solo no abarca la creciente envergadura de la actividad estatal que Biden propone, particularmente en torno a las regulaciones. En cuanto al mercado laboral, por ejemplo, Biden quiere un salario mínimo federal de al menos $15, subsidios federales para el trabajo “a corto plazo”, y una revisión legal para fortalecer a los sindicatos. Él hubiera renovado los beneficios del seguro de desempleo por la pandemia de $600 por semana que pagaban al 69% de los trabajadores desempleados más de lo que estaban ganando antes del COVID-19.
Él desea una estrategia industrial activista para complementar una política comercial mercantilista para promover más actividad en el sector de manufacturas. Casi de pasada, su sitio web sugiere implementar “una definición amplia de ‘empleado’ y medidas de cumplimiento severas que acaban con la clasificación errónea de trabajadores como contractores independientes”. Esto suena muy similar a la controversial Ley AB-5 en California que está acabando allí con la economía colaborativa.
Estas intervenciones, combinadas, constituyen cambios radicales al mercado laboral estadounidense —un área de política pública, no olvidemos, que muchos economistas creían que funcionaba muy bien hasta antes de que golpeara la pandemia. Hay cambios igual de importantes propuestos para las políticas de energía y salud también, sin hablar de la imitación de la política comercial retrógrada de Trump.
Dicho esto, mi colega Scott Lincicome está en lo correcto cuando advierte que las plataformas presidenciales muchas veces muestran ser una mala guía acerca de las políticas que son implementadas una vez que un candidato llega a la presidencia. Pero al menos este manifiesto señala lo que Biden el candidato quisiera lograr durante su gobierno, o quizás en este caso, lo que la campaña de Biden piensa que quienes buscan la plataforma en línea desean ver.
Se dice que Biden representa el centro del Partido Demócrata. Si es así, su plataforma muestra qué tan lejos el partido se ha movido hacia la izquierda durante la última década. A ratos, su agenda se lee como una negociación con la izquierda ascendiente. El documento resultante es de un progresismo mordaz —una agenda firmemente basada en la idea de que los planificadores y los reguladores nos pueden una obligar a comportarnos de determinada manera para eliminar las injusticias, esparcir las oportunidades, y protegernos a todos de todo tipo de fallas de mercado. La clave es el uso repetido del verbo “movilizar” —un término utilizado por la izquierda para manifestar la urgencia con la cual todos deberíamos prepararnos para organizar la sociedad y ponerla al servicio de los objetivos progresistas.
Las plataformas de políticas públicas puede que ahora no sean la cosa más importante en la vida. Muchos argumentarían que no son la cosa más importante en esta elección. Pero sin importar cualquier otra ventaja y desventaja que haya en los candidatos presidenciales, la verdadera naturaleza de la agenda progresista de Biden merece mucho más escrutinio.
Este artículo fue publicado originalmente en CapX (EE.UU.) el 22 de septiembre de 2020.