Kamala Harris y el falso delito del cambio de código
Erec Smith dice que se acusa a la vicepresidente de ser falsa cuando habla de forma diferente a distintos públicos, pero todos deberíamos hacerlo.
Por Erec Smith
La vicepresidente Kamala Harris ha sido criticada por utilizar un dialecto negro o un acento sureño cuando se dirige a determinados públicos. Por ejemplo, su lenguaje ante un público significativamente negro en Atlanta fue diferente del que utiliza en grandes mítines y otros escenarios, como el acto de la CNN en Filadelfia.
No se trata de un comportamiento particular de Harris. Es un fenómeno comúnmente conocido como "cambio de código".
Denigrar el cambio de código es un agravio bipartidista. Los críticos conservadores dicen que el cambio de dialecto de Harris es inauténtico, complaciente y condescendiente. Los críticos liberales dicen que el cambio de código es malo en general porque se produce cuando se obliga a personas no blancas a comunicarse de forma "blanca".
Sin embargo, lo que hace Harris no sólo es natural, sino práctico, especialmente en una sociedad tan diversa como la nuestra. Si el objetivo de uno es la persuasión, debería darse cuenta de que algunas formas de hablar son más persuasivas que otras dependiendo del contexto.
Un artículo publicado en 2019 en Harvard Business Review definía el cambio de código de forma lamentable, diciendo que equivalía a "ajustar el propio estilo de habla, apariencia, comportamiento y expresión de forma que optimice la comodidad de los demás a cambio de un trato justo, un servicio de calidad y oportunidades de empleo". Los activistas de DEI (Diversidad, Equidad e Inclusión) afirman que tener que cambiar de código sugiere claramente que el auténtico yo de alguien no está incluido en ciertos espacios.
La comunicación eficaz y la autenticidad han estado reñidas desde la antigüedad. Platón consideraba que la retórica –el discurso destinado a persuadir– era lo contrario de la autenticidad. Decía que oír retórica era como comer dulces y oír un discurso auténtico era como consumir algo sano pero mucho menos agradable. Sin embargo, Aristóteles, discípulo de Platón, era más realista sobre la comunicación eficaz y afirmaba que la retórica es necesaria, no sea que el hombre honesto sea vencido por un mentiroso en un debate.
Una versión moderna de esta disputa surge en el campo de la antropología, y juega en nuestras actuales guerras culturales.
Los antropólogos han argumentado que cierto lenguaje o discurso se percibe a través de una "ideología de la autenticidad", mientras que otro lenguaje o discurso se percibe con una "ideología del anonimato". La primera de ellas postula que el lenguaje y la identidad están vinculados de forma esencial. El académico Matthew Engelke, en su libro Cómo pensar como un antropólogo, escribe que la ideología de la autenticidad "sugiere que nuestro lenguaje expresa algo integral de lo que somos, tanto individual como corporativamente". En otras palabras, el lenguaje no es sólo una herramienta de comunicación. Es un método para definirse a uno mismo a nivel existencial: Uno es su lengua. La ideología del anonimato, sin embargo, no ve la lengua como algo esencial para la identidad, sino como un medio de comunicación al alcance de cualquiera; no nos define como seres humanos.
Engelke cree que mucha gente adopta la ideología de la autenticidad con fines políticos, pero parece inclinarse por la ideología del anonimato como ideología superior –o, en todo caso, más práctica–. Señala que el inglés estándar es la lengua más global, la lingua franca de los negocios y la política mundiales. Si la lengua estuviera esencial y fundamentalmente ligada a la identidad, millones de personas que hablan inglés en los negocios y la diplomacia se sentirían oprimidas o privadas de su derecho a ser ellas mismas. Sin embargo, las investigaciones de Engelke y otros estudiosos demuestran que no es así. Las personas que quieren comunicarse eficazmente en todo el mundo conocen la eficacia del inglés estándar; no hay nada controvertido en utilizarlo.
Dicho esto, la ideología de la autenticidad parece estar ganando terreno en los círculos de justicia social y en el mundo académico. Muchos estudiosos de mi campo, los estudios retóricos, afirman que pedir a alguien que hable de una forma que no es indicativa de su identidad preferida constituye opresión. "Mientras tenga que acomodarme a los angloparlantes en lugar de que ellos se acomoden a mí, mi lengua será ilegítima", escribió Gloria Anzaldúa en su obra magna, Borderlands/La Frontera, ser víctima del "terrorismo lingüístico", sostiene Anzaldúa, es devastador para quienes abrazan la ideología de la autenticidad.
Más recientemente, el erudito en retórica Vershawn Young ha hecho carrera con esta idea, insistiendo en que enseñar inglés estándar a los negros "reproduce la misma lógica falsa que subyace a la legislación de Jim Crow". En un ensayo para el Journal of Advanced Composition, Young califica de "segregacionista" el énfasis en el inglés estándar en el mundo académico e insiste en que los negros que alternan entre el inglés estándar y el inglés vernáculo afroamericano sufren una especie de "esquizofrenia racial". Young incluso dice que enseñar inglés estándar a los estudiantes negros equivale a "cortarles la lengua".
Adopto la ideología del anonimato desde dos puntos de vista: uno como negro y otro como retórico. Al haber estado toda mi vida inmerso en espacios predominantemente blancos y predominantemente negros, siento que el cambio de código es auténtico porque sé lo que es transmitir un mensaje de forma diferente en función de lo que haría que un público fuera más comprensivo o receptivo. Es como traducir. Mi deseo de persuadir tiene más peso que el de expresar mi identidad; puedo hacer esto último de otras maneras, si es que decido hacerlo.
Se supone que podemos hablar con los demás sobre una variedad de temas, por una variedad de razones, en una variedad de entornos. Y alguien que se rige por una ideología de la autenticidad puede tener dificultades para transmitir un punto de vista en una sociedad de puntos de vista diversos como la nuestra. El retórico Wayne Booth lo expresa sin rodeos: Sin una habilidad adaptativa como el cambio de código, "nuestro mundo social se derrumbaría".
Quizá la verdad más importante sea que todos cambiamos de código en cierta medida. Puede que un hombre blanco no hable con sus amigos de la misma manera que habla con sus padres. Puede que no hable con extraños del mismo modo que habla con sus amigos. El cambio de código es intuitivo y pragmático para cualquiera cuyo principal objetivo sea una comunicación clara y eficaz. En una sociedad pluralista, libre y civil, el cambio de código es una especie de adaptación, un imperativo para navegar en la sociedad. El cambio de código es simplemente buena retórica.
La Vicepresidenta Harris no está actuando como un miembro de la élite que complace al público. En lo que respecta a su cambio de código, es una estadounidense normal y corriente.
Este artículo fue publicado originalmente en Boston Globe (Estados Unidos) el 31 de octubre de 2024.