Joker socialista
Carlos Rodríguez Braun reseña la película Joker de Todd Phillips.
La izquierda esgrime la película Joker como bandera anticapitalista. El Partido Laborista británico ha presentado un video donde Joker le reprocha a Batman que no pague impuestos, aduciendo que, si lo hiciera, se podría “ayudar a los pobres”.
Cultivando este camelo fundacional del socialismo, según el cual el socorro a los pobres estriba en quitarles un poco a los ricos, la corrección política remacha con sus dislates habituales contra la propiedad privada y el mercado, y nos asegura que quien usurpa nuestros bienes es Amancio Ortega, no la Agencia Tributaria.
En realidad como escribió, entre otros, Mark Judge en Law & Liberty, el filme de Todd Phillips “permite a admiradores y críticos ver lo que desean”. De ahí que la izquierda se regocije en la desigualdad y las imágenes clasistas, en el estallido revolucionario final, y por supuesto en la abominable austeridad: después de todo, los problemas de Joker se desatan cuando baja al gasto público, ¿no? Y la derecha podrá ver asimismo ratificadas sus advertencias sobre la amenaza del radicalismo izquierdista.
Pero la historia es la de Arthur Fleck, un enfermo mental, vacío de figuras paternas, que no puede vivir en sociedad, y a quien prácticamente todo el mundo, incluso su familia más cercana, maltrata cruelmente. Judge recuerda que Arthur deja de tomar su medicación y se descontrola criminalmente “cuando tanto su padre verdadero como su padre imaginario le dan la espalda”. Es cierto que al final los manifestantes lo rescatan y convierten en una figura mesiánica, pero el objetivo de Joker “no es político sino de salvación personal, encontrando otra familia que reemplace a la perdida”. El propio director, como subraya Nate Jones en Vulture, declaró que aunque los temas del guion puedan reflejar la sociedad actual, la obra no tiene intencionalidad política. Phillips ni siquiera aclara si Arthur va a ser finalmente el malvado Joker de Batman, e insiste en que la obra está abierta a lecturas distintas: “Es solo una interpretación más, como la gente realiza interpretaciones de Macbeth”, le dijo al New York Times.
Y mientras algunos pontífices de la progresía ven a un claro progresista en un ser enloquecido que se mete en su propia nevera, parecen ignorar que es patente que no todas las imágenes del filme son reales, porque hay obvios delirios de Arthur.
Lo que sí hemos visto en varias protestas, de Hong Kong a Santiago de Chile, es a manifestantes portando máscaras de Joker. Es prudente la observación de Matthew Rozsa en Salon, en el sentido de que la identificación con el personaje interpretado por Joaquin Phoenix es tan comprensible como peligrosa, porque la película, que no tiene un mensaje político razonado, sí tiene una nítida conclusión violenta.
Este artículo fue publicado originalmente en Expansión (España) el 26 de noviembre de 2019.