Irak: ¿Seguir qué plan?
Por Gene Healy y Justin Logan
Justin Logan es analista de política exterior del Cato Institute.
Cuando comenzó la Guerra en Irak hace dos años, el Presidente Bush declaró que las tropas estadounidenses se quedarían en Irak “tanto tiempo como fuese necesario, y ni un día más”. Cuánto tiempo duraría no estaba claro, ni lo está hoy. Durante testimonios legislativos recientes, le preguntaron a Condoleezza Rice “¿Usted cree que dentro de cinco años se retirarán algunas fuerzas estadounidenses?" Ella contestó, “No quiero especular”. Luego, una versión más suave de la misma pregunta, “¿Y en diez años?” Después de una breve expresión de bronca, respondió “No se cómo especular sobre lo que ocurrirá dentro de diez años”.
No es suficiente. El presidente y otros promotores de la actual estrategia de “seguir el plan” enfatizaron que retirarse de Irak significaría serios costos en términos de credibilidad de EE.UU. y en vidas iraquíes. Tienen razón. Pero han ignorado el precio que EE.UU. está dispuesto a pagar para evitar esos costos. Cualquier discusión sería acerca de qué hacer en Irak no puede solamente focalizarse en los costos de retirada; también deben considerarse los costos de permanecer. ¿Cuánto tiempo tardará? ¿Cuántos soldados vale la pena sacrificar por la misión? ¿Y puede acaso lograrse la misión?
El 2 de octubre, el General John Abizaid, comandante del CENTCOM, declaró que la insurrección “está bien y viva”. Y los pocos datos sólidos disponibles pintan una situación poco prometedora: desde mayo hasta agosto, el número de ataques diarios por insurgentes fue cerca del más alto, y luego subió rápidamente a un nuevo pico en septiembre. Aun así, el Presidente Bush advierte que “podemos esperar que suba el nivel de violencia” durante los próximos meses.
El General Richard Myers, ex director del comando conjunto, dijo que las insurrecciones como las que hoy enfrentamos en Irak generalmente requieren de 7 a 12 años de lucha. La Junta de Ciencias para la Defensa, la agencia de investigación del Pentágono, es aun más pesimista: reconstruir “sociedades desordenadas, con metas ambiciosas que implican cambios culturales a largo plazo, pueden requerir de 20 tropas por cada 1,000 personas indigentes” durante cinco a ocho años. Veinte tropas por cada 1,000 personas en Irak significan medio millón de tropas estadounidenses—alrededor de 350,000 más de las que están disponibles. Aun manteniéndonos en el plan actual y al nivel actual de tropas, de acuerdo con el Servicio de Investigación del Congreso, podría costar $570 mil millones para el 2010.
Mucho más importante es el costo humano de una ocupación prolongada. Hasta el momento, 2,000 soldados estadounidenses han muerto y muchos más fueron gravemente heridos. A este ritmo, cinco años más en Irak significan casi 4,000 muertes más. ¿Es este el precio que estamos dispuestos a pagar para “seguir el plan”?
No es sorprendente que la situación actual haya puesto gran tensión en el reclutamiento. Durante el año fiscal que acaba de cerrar en septiembre, la Guardia Nacional y la Reserva del Ejército se quedan cortos por 17,000 reclutas entre ambas. El servicio activo del Ejército sufrió el peor déficit de reclutamiento desde 1979. Respondió duplicando el número de reclutas que acepta quienes, tuvieron puntajes muy bajos en los exámenes de aptitud mental. En testimonios legislativos a principios de este año, el secretario del ejército Richard A. Cody dijo “lo que me mantiene despierto en la noche es cómo será esta fuerza de voluntarios en el 2007”. Este verano, el General retirado Barry McCaffrey predijo una “fundición de la Guardia Nacional y la Reserva del Ejército en los próximos 36 meses”. ¿Es este el precio que estamos dispuestos a pagar para “seguir el plan”?
Quienes se oponen a retirarse de Irak señalan que tenemos una obligación moral con Irak: como lo rompimos, lo tenemos que pagar. Este punto es importante y difícil de rebatir. Es terrible que tantos iraquíes estén sufriendo como resultado de la guerra y que sufrirían más si nos fuésemos. Pero, ¿hay un límite en los costos que deberíamos estar dispuestos a pagar para cumplir con esa obligación?
Y aun más importante, ¿podemos cumplirla? Simplemente salir no es una política—especialmente cuando conlleva serios riesgos de que en cinco o diez años nos encontremos en la misma situación en la que estamos hoy, con miles de estadounidenses más muertos. El intento de presionar a los grupos reacios en Irak para lograr una reconciliación nacional ha rendido pocos dividendos por ahora, y no se le puede exigir a los militares estadounidenses que sigan luchando mientras esperamos que esa reconciliación llegue. Nuestras tropas son voluntarias, lo sabemos, pero eso no significa que deban sufrir las consecuencias de metas mal definidas y de los fracasos del liderazgo político. Es una grave injusticia hacia nuestros hombres y mujeres en uniforme que los obliguemos a arriesgar sus vidas, día tras día, al servicio de un plan que apunta a “mantener las esperanzas vivas”.
Si la administración tiene una estrategia para seguir adelante, necesita comunicarle al pueblo estadounidense—con números y metas concretas—cómo definir la victoria, y qué es lo que intentamos cambiar para lograrla. Debe mostrar que hay un plan, y que no estamos simplemente involucrados en un lento desangramiento, con pocas esperanzas de triunfar.
En base a las declaraciones públicas de la administración, no parece tener un plan realista para triunfar en Irak. Y sin una estrategia de victoria, hay solamente una opción: la estrategia de retirada. Hace tiempo que tendríamos que haberla tomado.