Honduras: de la sartén al fuego
Manuel Hinds dice que el problema no son los malos políticos de América Latina, sino los electorados que en lugar de elegir gobiernos con otro tipo de orientación, insisten en aquellos que manejan un discurso de odio.
Por Manuel Hinds
Cuando Xiomara Castro hizo sus primeras declaraciones como presidenta electa de Honduras, se manifestó como una seguidora de Hugo Chávez con palabras que sólo una extremista puede pronunciar después de que el régimen chavista eliminó la democracia venezolana, disparó contra su propio pueblo, matando a muchos de sus compatriotas, metió en la cárcel a todos los que le hacían sombra, y llevó a Venezuela de ser el país más rico a ser el más pobre de América Latina mientras las familias de Chávez y Maduro se hacían inmensamente ricas. Con gran entusiasmo, ella dijo, entre otras cosas: “Quiero ratificar aquí ante ustedes que el espíritu del Comandante Chávez anida en cada uno de los corazones de los que hoy estamos impulsando esta revolución en nuestra patria…y decirle, Compañero Nicolás, no estás solo, ¡habemos hombres y mujeres, en las naciones del mundo que estamos respaldando esta lucha y no los vamos a dejar, y no los vamos a defraudar! ¡Chávez, Chávez es pueblo, pueblo y Latinoamérica y las naciones son Chávez, hasta la victoria siempre! ¡Unidos venceremos!”.
Estas palabras no son dirigidas a discutir los graves problemas económicos y sociales de Honduras. Ni siquiera son sobre Honduras. No son sobre ideas, sino sobre humillantes cultos a las personalidades. Es un discurso de poder, a nivel continental, defendiendo a líderes lejanos que han llevado a su país a la miseria, líderes que no van a dedicar ni cinco minutos pensando en cómo resolver los problemas de Honduras. Llevan un mensaje de muy mal agüero: si el gobierno de Xiomara Castro tiene éxito en hacer lo que quiere hacer, llevará a Honduras por la misma ruta de Venezuela, Nicaragua y Cuba, destruyendo la economía, creando más problemas sociales y llenando más de odio la política del país hasta llevarlo al caos y la tiranía absoluta.
Analizando este último suicidio nacional en América Latina —después de Perú, Chile, Nicaragua, Venezuela y Cuba— la gente echará la culpa de este descalabro, no a Xiomara Castro, sino a Juan Orlando Hernández, el previo presidente, pensando que, al haber manejado al país tan mal, llevó al pueblo a su propia perdición, yéndose con el partido que ahora está tomando el poder. Según este pensamiento, la gente no tenía otra cosa que hacer.
La gente ve estos imaginarios procesos como muy lógicos. Pero no lo son, como no lo es saltar de la sartén al fuego. Ciertamente, Hernández es culpable de casi cualquier mala práctica política, y puede ser acusado de varios crímenes en juzgados hondureños y norteamericanos. Pero haber tenido un mal gobernante no implica que la población tenga que poner a otro igual o peor que va a llevar al país por el rumbo de Venezuela. Estar en la sartén no implica que uno tenga que saltar al fuego cuando se puede saltar a un lugar seguro —como ha sucedido en los países desarrollados cuando han tenido malos gobiernos y los han superado. El triunfo en la vida no es tanto el no haber cometido errores sino el haberse recuperado rápidamente de ellos. El resultado de no recuperarse se ve claro no solo en la falta de desarrollo de América Latina sino en el caso trágico de Argentina, que, siendo más rico que Alemania a principios del Siglo XX, es ahora un país pobre que ha declinado por más de un siglo como resultado de encapricharse al final de cada mal gobierno con poner en el poder a uno todavía peor.
Esto desemboca en un punto en el que he insistido muchas veces en estas líneas, que los países tienen el gobierno que se merecen. La excusa de que los malos políticos han engañado al pueblo para llevarlo por esta calle de la amargura no funciona cuando esto ha pasado por 200 años. El problema ya no es el engañador sino los engañados. Por otro lado, hay que notar que los políticos, aun los tiranos, son reflejos del carácter nacional. Hitler nunca hubiera ganado una elección en Inglaterra, Roosevelt nunca hubiera ganado en Alemania, Xiomara Castro nunca hubiera ganado en Noruega. Ella, sin duda, expresa algo muy hondureño. Que usted conozca a varios hondureños que no son así, no es argumento. En su mayoría, ellos reaccionaron positivamente a sus mensajes de odio, que funcionan porque la gente cree que los objetos del odio serán otros, no ellos. Cuando se dan cuenta de que ellos también, ya es muy tarde. Que entonces lloren no los excusa de que optaron por el discurso de odio cuando pudieron generar otras alternativas.
Este artículo fue publicado originalmente en El Diario de Hoy (El Salvador) 2 de diciembre de 2021.