Heroísmo e ironía

Por Roberto Salinas-León

La orgía de promesas políticas, las confrontaciones de todos los días, la ausencia de crecimiento, el crimen y la corrupción -todo esto, y mucho más, es un caldo de cultivo para el héroe, el caudillo que promete el cielo y las estrellas, llámese un plan alternativo de nación, un renacimiento revolucionario, o crecimiento de 7% en, digamos, un espacio de quince minutos.

El heroísmo político florece en épocas de angustia. Es a la vez, el peor enemigo de la libertad individual. En nombre de causas nobles y nacionales, se han cometido errores capitales en laboratorios caracterizados por pobreza, desempleo y desesperación. México es un país particularmente vulnerable al caudillismo, el cual se manifiesta, con diferentes mutaciones, cada ciclo de sucesión presidencial. Es cierto, todo cambió a partir del 2000; pero es cierto también que todo sigue igual.

Un posible, si bien humilde, antídoto a la fiebre de caudillismo político, y su fuerte corriente populista, es el uso de la ironía como fuente de polémica económica. Es, quizá, un escape, más que un método de argumentación. Pero en tiempos de cinismo, la lógica económica rara vez prevalece. La ciencia fúnebre llamada economía no suele prosperar cuando pasamos de las aulas a las calles. Y en las calles del mundo real, empero, la ironía puede hacer una diferencia.

Esto lo entendía bien grandes periodistas económicos del pasado, como Friedirich Bastiat en el siglo XIX o Henry Hazlitt en el siglo pasado. Bastiat era especialmente agudo. Su crítica la vestía de sátira y sentido del humor, aun cuando la causa era seria, ya sea el libre comercio o la libertad individual. Los casos de proteccionismo los atacó con un célebre recuento, donde imaginaba una petición formal ante el gobierno, presentada en nombre de los productores de velas en la sociedad, reclamando la competencia desleal de un proveedor de luz foráneo que surtía al mercado en las condiciones más depredadoras e injustas imaginables, con prácticas de precios equivalentes a cero -ni más ni menos, que el sol. La solución, siguiendo la lógica proteccionista, sería emitir una ley que prohibiese las ventanas. Ello beneficiaría a la industria local de velas, a los sectores que viven de ellas, y a la soberanía de la nación.

Algo así como sucede con nuestra industria eléctrica mexicana, donde, en nombre de la soberanía, deberemos recurrir a las velas en el futuro, para hacer frente a la escasez de luz. Estos mismos nacionalistas revolucionarios también hablan del déficit comercial, de cómo otras naciones nos hacen bailar en el campo del comercio global. ¿Qué remedio de ironía ofreció Bastiat? Vaya, si se trata de exportar más, e importar menos, podríamos recurrir a parar todos los contenedores transportando importaciones y tirar estos productos al mar. ¡Qué mejor forma de generar un superávit comercial de 100 por ciento!

Los nacionalistas populares hablan de convertir a la industria de la construcción la palanca principal de desarrollo. Segundos pisos al instante, en todos lados, sin considerar fórmulas de costo-beneficio o de riesgo-rendimiento. Bastiat mismo, y luego Hazlitt, junto con otros, hablaba de lo que se ve y lo que no se ve, como una forma de expresar la idea del costo de oportunidad. Se ve una construcción, pero no se ve lo que se deja de hacer con los recursos asignados por dedazo popular.

El tema da para mucho, pero si bien la ironía es divertida para transmitir conceptos ante la fiebre heroica de las promesas políticas, es también peligrosa, una vez se agota la paciencia ante tanto analfabetismo económico. Bastiat mismo acabó diciendo, en un tono más de profundo cinismo que de sátira, que el Estado es nada más que una "entidad donde todos buscan vivir a expensas de todos los demás".