Héroes del progreso, Parte 31: Willem Kolf
Alexander C. R. Hammond destaca la contribución al bienestar de la humanidad del médico holandés Willem Kolff, quien inventó la primera máquina de diálisis para los riñones.
Hoy presentamos la parte 31 de una serie de artículos publicados por HumanProgress.org titulada “Héroes del progreso”. Esta columna provee una breve introducción a los héroes que han realizado una contribución extraordinaria al bienestar de la humanidad. Puede encontrar la parte 30 de esta serie aquí.
Esta semana nuestro héroe es Willem Kolff, un médico holandés que inventó la primera máquina de diálisis para los riñones. Kolff también jugó un papel fundamental en el desarrollo del primer corazón artificial y, posteriormente, del primer ojo artificial. El Foro Económico Mundial ha estimado que desde su invención, la máquina de diálisis para los riñones de Kolff, o lo que él solía llamar “el riñón artificial”, ha salvado más de 9 millones de vidas.
Willem Kolff nació el 14 de febrero de 1911 en Leiden, Holanda, en el seno de una familia patricia. Kolff sufría de dislexia, pero como la condición no era reconocida en ese entonces, cuando era un niño Kolff muchas veces era castigado en la escuela por dificultades que tenía leyendo y escribiendo. Inicialmente, Kolff quería ser el director de un zoológico, pero luego de que su padre le indicó que esa carrera profesional tenía ofertas de trabajo muy limitadas dado que solo habían tres zoológicos en Holanda en ese entonces, Kolff decidió seguir los pasos de su padre y seguir una carrera en medicina.
Kolff empezó a estudiar medicina en la Universidad de Leiden en 1936 y recibió su título de medicina en 1938. Ese año, Kolff empezó a estudiar su doctorado en la Universidad de Groningen, mientras también trabajaba como asistente en el departamento médico de la universidad.
El 10 de mayo de 1940, Alemania invadió Holanda. Durante la invasión Kolff coincidentemente estaba asistiendo a un funeral en La Haya. Kolff decidió retirarse del funeral temprano y dirigirse al principal hospital de la ciudad, que ya estaba abrumado con las víctimas, para pedir establecer lo que sería el primer banco de sangre de Europa. El hospital aceptó y Kolff recibió un auto. Kolff manejó alrededor de la ciudad recogiendo tubos, botellas, agujas, citrato, y demás parafernalia —todo mientras evitaba el fuego de los francotiradores y las bombas que caían del cielo. Cuatro días después el banco de sangre en el principal hospital de La Haya estaba funcionando y salvó las vidas de cientos de personas.
Un mes después de la invasión de Alemania, el mentor judío de Kolff en un hospital de Groningen se suicidó y fue reemplazado por un funcionario Nazi. Kolff, no queriendo trabajar con los Nazis, fue transferido a un hospital pequeño en Kampen durante el resto de la guerra. También fue durante la guerra que escondió de los nazis al hijo joven de un colega judío en su casa.
Cuando Kolff era un doctor joven presenció la muerte dolorosa de un paciente de 22 años que murió de un fallo renal (fracaso de los riñones). En ese entonces, Kolff no pudo hacer nada para salvar a ese joven, pero le impresionó que si hubiese podido remover la urea (el desperdicio que los riñones sanos usualmente filtran y descartan), entonces el paciente hubiese vivido. Kolff señaló, “Me di cuenta que removiendo 22 centímetros cúbicos de toxicidad de su sangre hubiese podido salvar su vida”. Después de esa experiencia traumática Kolff se dedicó a investigar el fallo renal.
Kolff desarrolló su primer prototipo de máquina para dializar los riñones en 1943. Conforme los Países Bajos todavía estaban ocupados por los alemanes, los materiales eran escasos pero Kolff logró construir su máquina utilizando latas de jugos de naranja, partes usadas de autos, y piel de celofán para salchichas envuelta alrededor de un cilindro que descansaba sobre un baño esmaltado con líquidos desinfectantes. La máquina de Kolff sacaba la sangre de un paciente hacia el líquido desinfectante, la limpiaba, y luego la volvía a introducir al cuerpo del paciente. A lo largo de un periodo de dos años Kolff trató de realizar el tratamiento a 15 pacientes con la máquina pero todos los intentos fracasaron. A pesar de la perdida de vida, Kolff persistió.
Un avance se dio el mes después de que la guerra terminara en agosto de 1945, cuando Kolff trató a una mujer de 65 años encarcelada por ser colaboradora de los Nazis y quien se encontraba en una coma debido a un fallo renal. Muchos de sus compatriotas no aprobaron que la mujer fuese tratada por sus nexos con los Naxis, pero Kolff insistió en su deber hipocrático y luego de horas de tratamiento, la mujer se despertó y continuó viviendo otros seis años antes de morir de causas no relacionadas a sus problemas de riñones. Un años después, en 1946, Kolff recibió su doctorado de la Universidad de Groningen.
Luego de comprobar el éxito de su riñón artificial, Kolff elaboró máquinas de diálisis y las envió a los hospitales alrededor del mundo. Las máquinas pronto se volvieron populares y en 1948, el riñón artificial fue utilizado para desempeñar la primera diálisis humana en EE.UU., en el hospital Mount Sinai de la ciudad de Nueva York.
Kolff emigró a EE.UU. en 1950 y trabajó en la Fundación de la Cleveland Clinic. Durante su tiempo en Cleveland, Kolff ayudó a desarrollar las primeras máquinas de corazón y de pulmones, las cuales oxigenaban la sangre y mantenían al corazón y a las funciones pulmonares de un paciente durante una cirugía cardíaca. En 1967, Kolff llegó a ser jefe de la División de Órganos Artificiales y del Instituto de Ingeniería Biomédica en la Universidad de Utah. Durante su estadía en Utah, Kolff lideró el equipo médico que desarrolló el primer corazón artificial del mundo, el cual fue exitosamente implantado en un paciente en diciembre de 1982.
Aunque Kolff se jubiló oficialmente en 1986, continuó trabajando como un profesor de investigaciones y como director del Laboratorio Kolff en la Universidad de Utah hasta 1997. A lo largo de su vida, Kolff recibió más de 12 doctorados honorarios de universidades de todas partes del mundo, y más de 120 premios internacionales, incluyendo: el Premio Científico de la Asociación Médica Estadounidense (AMA, por sus siglas en inglés) en 1982, el Premio Albert Lasker para la Investigación Clínica Médica en 2002, y el Premio Russ en 2003. En 1990, la revista Life destacó a Kolff como una de las 100 personas más importantes del siglo XX. Kolff murió el 11 de febrero de 2009, tan solo tres días antes de cumplir 98 años.
Willem Kolff es muchas veces llamado el “Padre de los órganos artificiales” y la tecnología que él creó ha salvado millones de vidas alrededor del mundo. Por esta razón, Willem Kolff es nuestro Héroe del Progreso No. 31.
Este artículo fue publicado originalmente en HumanProgress.org (EE.UU.) el 15 de noviembre de 2020.