Haití: ¿Aprenderemos alguna vez?

Por Marian L. Tupy

Ahora que Jean-Bertrand Aristide está en el exilio y su país -- de nuevo -- se sumerge en el caos, los burócratas de las Naciones Unidas y los del Departamento de Estado de EE.UU. han comenzado el proceso de intentar "estabilizar" Haití. La "estabilización", una palabra usada por el secretario general de la ONU Kofi Annan y el Secretario de Estado de los EE.UU. Colin Powell, substituyó el eufemismo generalmente utilizado para ocupación militar de un estado fallido, que es el caso de la república de Haití.

Sería irónico, incluso para los estándares del Departamento de Estado, decir que Estados Unidos desea poner a Haití "de vuelta en el camino" a la democracia y a la prosperidad. Antes fallamos dos veces y no hay razón para creer que a la tercera vez seremos más afortunados.

El primer intento de transformar a Haití y ponerlo a funcionar data de 1915, cuando un presidente norteamericano, frustrado por la inestabilidad endémica y la lucha civil interna en Haití, envió a los Infantes de Marina. Frances Maclean escribió en 1993 en Smithsonian Magazine que en los 72 años antes de la ocupación norteamericana Haití tenía "102 guerras civiles, revoluciones, insurrecciones, rebeliones y golpes de estado. De 22 presidentes, apenas uno terminó su periodo completo. Solamente cuatro murieron de causas naturales." Los norteamericanos encontraron un país completamente en caos. Las calles eran asquerosas, los puentes se habían derrumbado y los sistemas telefónicos y telegráficos eran inoperables.

Los americanos procedieron a arreglar muchos de los problemas de Haití. Construyeron caminos y puentes y arreglaron las líneas telefónicas y los sistemas de irrigación. Construyeron hospitales y reacondicionaron el sistema sanitario haitiano. Ciudadanos haitianos fueron enviados a los Estados Unidos a estudiar medicina, mientras que los doctores norteamericanos trataban a los enfermos en Haití. Los norteamericanos también construyeron escuelas, teatros y parques. Los haitianos fueron entrenados para producir cultivos en el campo, para administrar la tierra, criar ganado y cultivar plantas de tabaco.

Pero en 1934 los norteamericanos cometieron –así parecería-- un error fatal: Se retiraron. Poco tiempo después Haití estaba de nuevo en donde comenzó. Así, el historiador Robert Heinl, quien visitó Haití en 1958, encontró "líneas de teléfono muertas... los caminos destruidos... los puertos obstruidos por el sedimento... los muelles derrumbados... las condiciones sanitarias y el sistema de electrificación en precaria declinación."

Treinta y seis años más tarde, otro presidente americano, Bill Clinton, tuvo una epifanía. Él rompería el ciclo de golpes y contragolpes de estado, restablecería al depuesto presidente de Haití, Jean-Bertrand Aristide, para permitir e impulsar a Haití en el camino de la recuperación. Diez años y $2 mil millones después, Haití sigue en agitación. Las calles son asquerosas, se ha desvanecido el orden público y la economía está hecha trizas. Los $850 millones de ayuda proporcionados por los contribuyentes de EE.UU. enriquecieron a la élite gobernante pero no tenía ningún efecto en aliviar la pobreza de los haitianos. Y así, los Infantes de Marina van otra vez a restaurar el orden y a traer paz. Estarán bajo presión de permanecer y comprometerse con lo que había dicho el entonces candidato a presidente de EE.UU. en las elecciones del 2000, George W. Bush, era una idea tonta, la "Reconstrucción de Naciones."

Cuales quiera que sean los aciertos y los errores de la reciente guerra en Irak, la administración de Bush puede alegar por lo menos que la "Reconstrucción de Nación" en ese país es de interés de EE.UU. Tal afirmación no puede hacerse con respecto a Haití. Haití no tiene ninguna posible importancia estratégica para los Estados Unidos. Con todo, el presidente ha abrazado al parecer la agenda demócrata-intervencionista, que afirma que la única manera de alcanzar seguridad y prosperidad en norteamerica es rehacer a imagen y semejanza de EE.UU. las regiones conflictivas del mundo -- por la fuerza en caso de ser necesario.

Pero las democracias de mercado toman tiempo para desarrollarse. La estabilidad y la prosperidad no se pueden imponer de antemano sin un cambio drástico en la cultura política de la población ocupada. Pero, incluso bajo las mejores circunstancias, ese cambio requiere un compromiso de décadas de sangre y dinero norteamericano. Pero el presidente no puede esperar contar con esa clase de compromiso de los norteamericanos, porque son ellos los que tendrán que llevar la carga de tener impuestos más altos y de soldados perdidos en el campo de batalla en el extranjero.

Irónicamente, los partidarios más fuertes del intervencionismo norteamericano en Haití, Sierra Leone y otros estados fracasados, suelen emerger de entre los intelectuales liberales de izquierda. No debe ser ninguna sorpresa que uno de los padres fundadores del intervencionismo norteamericano, Woodrow Wilson, sea venerado en los departamentos de relaciones internacionales a lo largo y ancho de los Estados Unidos, como el hombre detrás de iniciativas visionarias como los "catorce puntos" y la Liga de las Naciones.

Wilson, dicho sea de paso, era el presidente que en 1915 envió tropas norteamericanas a Haití por primera vez. El Presidente Bush esta siguiendo los pasos de Wilson. Tal como Wilson, él fallará.