Hacia un peso que pese: Reforma monetaria en México

Por Roberto Salinas-León

"Una moneda incierta y desordenada es una deficiencia vital de una sociedad, porque se hace sentir profundamente en toda la vida económica ."      Carl Menger

En México y América Latina, una palabra con "d" (devaluación) ha sido sustituida por otra palabra con "d" (dolarización). El colapso cambiario en Brazil y los temores de una ola de contagio regional han impulsado intensos debates populares sobre los pros y contras de la reforma monetaria integral, la unión monetaria desde Seattle hasta Satiago, la viabilidad de los consejos monetarios o cajas de conversión, o la adopción unilateral del dólar como medio de intercambio. Este debate refleja una de las consecuencias indirectas de la crisis de 1994, es decir, una atención detallada de la comunidad financiera sobre lo que David Hale llama "la calidad de las instituciones monetarias" en economías emergentes.

El entusiasmo con esta nueva palabra "d" obedece a la inquietud de cómo eliminar el fenómeno de riesgo cambiario, y con ello mejorar un sistema monetario devastado por un ciclo interminable de inflación, devaluación y promesas incumplidas. Asimismo, la idea de adoptar una unión monetaria en el continente norteamericano, o de "dolarizar" la economía mexicana, ha ganado aceptación como un corolario natural del marco comercial establecido bajo el TLC. La idea se ha popularizado entre la comunidad empresarial, especialmente a la luz de los "shocks" de volatilidad cambiaria sufridos en el periodo 1995-1998, así como la falta de determinación en las tasas de interés.

La globalización de los mercados ha propiciado el uso de variables como la tasa de inflación, la tasa de interés y el tipo de cambio, como instrumentos de apoyo a la apertura de las fronteras. Sin embargo, una cosa es diseñar un sistema financiero que sea congruente con la apertura de mercados, pero otra cosa es sostener la viabilidad de las zonas monetarias comunes como corolario de las zonas de libre comercio. En el fondo, la idea de tener una moneda sin fronteras depende de un análisis de costo-beneficio.

La polémica alrededor de la dolarización es trans-nacional. El debate ha surgido no tan sólo en países como México y en Argentina, sino también en El Salvador, Guatemala, Costa Rica, Venezuela, Ecuador, Perú, e incluso en Canadá. Sin embargo, las reacciones a la propuesta son encontradas, y frecuentemente reflejos de una disyuntiva que va desde un optimismo simplista hasta pesimismo exagerado. La propuesta, sin embargo, no es nueva. Las voces que reclaman diversos esquemas de dolarización, diferentes modalidades de una reforma monetaria integral, también encuentran algunos simpatizantes en círculos oficiales.

El caso principal detrás de la dolarización se puede resumir en una palabra: simplificar. En una zona dólar, se eliminan las distorsiones financieras y comerciales asociadas con los movimientos bruscos e inesperados de la paridad. En cristiano, se elimina el síndrome de la devaluación. Asimismo, especialistas como Robert Mundell y Herbert Grubel señalan que con una unión monetaria o dolarización, habría una eventual "homologación" de las tasas de interés y de inflación, por lo cual las diferencias en precios de bienes similares serían simples reflejos de diferencias en los niveles de productividad. Entre las propuestas que se han formulado existen las siguientes modalidades:

  • El economista estadounidense Allan Meltzer sugiere que las tres zonas monetarias del mundo adopten una regla de 0% de inflación, en la forma de un mandato institucional, y que estas monedas puedan circular como recurso legal en países con baja credibilidad en sus instituciones monetarias. En América Latina, esto equivale a un mecanimso para la dolarización de las economías.
  • En 1993, el entonces Secretario de Comercio Jaime Serra observó que la integración comercial bajo el TLC, y la gradual eliminación de barreras en el hemisferio, permitiría a los inversionistas internacionales concentrar atenciones en un sólo bloque monetario, characterizado como una zona dólar. Esto obligaría a los empresarios a poner prioridad sobre productividad, calidad, valor agregado o precios competitivos, y no a especular en torno a tal o cual nivel de la paridad. Un paso natural, incluso predecible, es formular un tratado monetario congruente con el TLC. El entorno geo-monetario se caracteriza por la conformación de un sistema tripolar: la zona dólar, la zona euro, y la zona yen. La unión de monedas, según esta lógica, conlleva altas ventajas competitivas al reducir los costos de transacción asociados con el intercambio comercial. Es una etapa natural de la integración.
  • El modelo de consejo monetario implica reconvertir el actual sistema monetario en una especie de patrón dólar, es decir, un sistema donde toda la masa monetaria de notas y monedas esté totalmente respaldado por reservas en dólares. Este sistema se basa en tres elementos: un tipo de cambio fijo a una paridad realista, total convertibilidad de la moneda nacional con la moneda "ancla," y una ley monetaria a nivel constitucional, que le prohiba al banco central (o consejo monetario) aumentar la base monetaria más allá de las reservas "líquidas" disponibles en divisas o metales preciosos. Bajo este sistema la estabilidad del sistema monetario no depende de juicios discrecionales, sino de reglas bien definidas—en las palabras de un estudio de Bancomer, el hecho que "mandarѬa una señal clara y contundente respecto a la prioridad otorgada al objetivo de contar con la estabilidad cambiaria."
  • La decentraización monetaria es otra alternativa. Esta opción no equivale a dolarización per se, sino la eliminación del monopolio sobre el recurso legal. La libertad monetaria implica eliminar el monopolio del peso sobre el recuros legal, y por ello equivale a la decentralización del poder. La competencia monetaria permitiría a los ciudadanos elegir entre diferentes monedas para denominar transacciones, determinar precios, pagar la nómina, formular contratos, incluso pagar impuestos. Así, los ciudadanos disfrutarían el derecho de proteger el fruto patrimonial de su trabajo, bajo la libertad de elegir el medio más estable, que logre garantizar la estabilidad del poder adquisitivo de sus salarios.

El economista chileno Sebastian Edwards, quién simpatiza con el espíritu de una reforma monetaria integral, advierte que el tremendo entusiamso alrededor de la dolarización es un espejismo. No hay curas instantáneas para remediar el mal de contagio financiero. El propio Alan Greenspan ha sugerido que "es cuestionable si una nación soberana, inclinada hacia la borrachera de políticas de dinero facil, pueda curar su estado de ebriedad por medio de la dolarización.

Sin embargo, los beneficios de una reforma monetaria radical similar a la dolarización son extraordinariamente atractivos:

  • Baja inflación. En las economías latinoamericanas, la inflación es un fenómeno tanto monetario como cambiario. Maxi-devaluaciones causan fuerte inestabilidad de precios, via importaciones y expectativas. La dolarización acabaría con la trampa de inflación- devaluación, y permitiría la convergencia del sistema de precios a los niveles actuales de la "zona dólar."
  • Bajas tasas de interés. La desinflación permitiría una baja sustancial en el costo de capital y con ello mayores facilidades para intermediación financiera. Los diferenciales en las tasas de interés no se darían en función del riesgo cambiario, sino en función del marco institucional, la política fiscal, y las leyes financieras.
  • Riesgo País. La convergencia de tasas de interés mejoraría la posición de riesgo país, y con ello la disponiblidad de flujos de inversión. La meta de un crecimiento sostenido, crecimiento con estabilidad de precios, se haría realizable.
  • Transparencia. La dolarización eliminaría el riesgo de confiscación cambiaria, los controles de capital, o el uso del tipo de cambio como instrumento de discrecionalidad monetaria. La transparencia del sistema monetaria daría estímulo a la reforma fiscal y la reforma estructural, ya que un error de política económica (altos déficits fiscales) ya no podrían "maquillarse" o esconderse con medidas monetarias (aumento artificial en los medios de pago). Con ello, la dolarización invitaría escrutinio internacional y motivaría mayores esfuerzos en reforma estructural.

Las objeciones a una reforma monetaria integral se dividen en tres categorías. La primera es una objeción política: la pérdida de soberanía vis-Ñ -vis la decisión de renunciar una política monetaria independiente. La segunda objeción es que la dolarización implica renunciar las ventajas de flexibilidad presentes en una política doméstica discrecional—y con ello, perder un importante amortiguador ante la presencia de choques externos. Esta objeción es popular pero también representa petición de principio, ya que la propuesta de una reforma radical nace precisamente del pésimo historial de regímenes cambiarios discrecionales. Es decir, la crítica confunde el vicio con la virtud. El argumento a favor del consejo monetario, más allá de consideraciones prácticas de si se dispone suficiente nivel de reservas, es que el sistema conlleva un alto grado de credibilidad-- precisamente porque no permite espacios para el uso de discrecionalidad monetaria.

El tercer grupo de objeciones es de carácter pragmático, los obstáculos técnicos y financieros que se deben librar para hacer funcionar una reforma monetaria radical. Entre ellos, encontramos:

  • Señoriaje. Las ganancias derivadas de la emisión de una moneda local, el señoriaje, se pierden en un entorno dolarizado. En un consejo monetario, el señoriaje se deriva de las ganacias en intereses sobre el monto de reservas disponibles. En países de baja inflación el señoriaje representa un 1% del PIB. El análisis de costo-beneficio debe medir esta pérdida en realción a las ganancias en crecimiento derivadas de una baja dramática en las tasas de interés.
  • Prestamista de Ultima Instancia. El roll del banco central como prestamista de última instancia también desaparece bajo un esquema de dolarización. El reto, para evitar una corrida bancaria o un riesgo sistémico, es lograr que el sistema bancario disponga de las líneas de crédito suficiente de parte de otras fuentes para contrarrestar los episodios de desconfianza. Ello requiere más que bajas tasas de interés, también requiere un sistema altamente internacionalizado.
  • Mercados Laborales. Los efectos de choques externos recaerían en su totalidad sobre la economía real, por lo cual habría más desempleo y fuertes distorciones en los mercados laborales. Ese mismo argumento se puede usar para exigir que se acompañe la reforma monetaria con una reforma laboral que permita mayor felxibilidad en los mercados. No corregir la deficiancia cardiaca monetaria porque el paciente sufre de obesidad laboral es más un argumento para poner todo el cuerpo en orden, no para seguir creyéndose el mito que el sobre-peso "amortigua" los dolores estacionales.
  • ¿Porqué el Dólar? A menos que nuestro nacionalismo sea fuente de miopía, la mayoría de agentes racionales, si buscan proteger su patrimonio, buscarán refugiar sus ahorros en monedas sanas, o "menos malas." En un sistema decentralizado, existe la libertad de tranzar en lo que el consumidor prefiera: dóalres, pesos, bahts, reales, oro, plata, lo que sea. La mayoría de las monedas en el mundo emergente han sufrido erosión sistemática de su valor en relación al dólar. La depreciación promedio ha sido arriba del 70% desde 1970. La mala calidad de dinero en esos países ha obligado sus poblaciones a buscar un medio de mayor calidad", por ejemplo, el dólar. No sorprende, por lo tanto, que más de $300 mil millones de dólares se usan en regiones fuera de los EUA. Asimismo, desde 1988, la mayoría del monto circula en América Latina. Estos episodios de dolarización espontánea en mercados emergentes presentan una oportunidad para usar mecanismos como los consejos monetarios o dolarización para institucionalizar un entorno estable.

Los consensos en contra de la reforma radical difieren. Por un lado, unos economistas, como Gary Becker y Robert Barro, se oponen a la unión monetaria pero se muestran más optimistas sobre las ventajas de la dolarización unilateral. Ellos aluden a los beneficios de la competencia: a más monedas en circulación, más oportunidad para el consumidor de elegir entre aquellas unidades con mayor poder de compra. En una ocasión, el economista austriaco FA Hayek uso este argumento para sostener la "desnacionalización" del dinero: que se permita usar monedas alternas como recurso legal para denominar transacciones, definir contratos o pagar impuestos.

Becker observa un gran peligro en la unión monetaria: la necesidad de una autoridad central con poderes discrecionales supra-federales—un meta-banco central regional, algo así como una Reserva Federal de Norteamérica. Esto implica concentrar las principales decisiones en una fabulosa burocracia retirada de las realidades cotidianas. Si las decisiones resultan ser incompatibles con la estabilidad de precios, el efecto de unir monedas sería contrario al que sostienen sus defensores. En esencia, es la competencia, no la unión, la que hace la fuerza.

Pase lo que pase, con el peso o pese al peso, una reforma monetaria integral debe iniciar con los conceptos de responsabilidad y transparencia en la política monetaria. Esto es lo que se logra con un consejo monetario, la unión monetaria o la dolarización unilateral de la economía. Son mecanismos para mantener el ingrediente más importante del crecimiento: la integridad de la unidad de intercambio. No es una varita mágica, pero ningún sistema cambiario lo es, ni lo debería pretender ser. Por ello, el rechazo a una reforma monetaria integral no obedece a la coyuntura, sino a la ausencia de voluntad polѬtica para ceder control sobre un instrumento tan fundamental como el tipo de cambio. Pero la historia monetaria en el período de 1976-1999 constituye una enseñanza contundente de un fenómeno que actores cotidianos saben mucho más que los tecnѲcratas de la actualidad: el sistema monetario mexicano desesperadamente requiere transparencia, credibilidad y des-politización.