Guatemala: Una elección diferente

Por Carlos Sabino

La segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Guatemala ha servido para confirmar que el país no participa de la ola de populismos radicales que sumerge a varias naciones de la América Latina y que tampoco existe allí el clima de pugnacidad que es frecuente encontrar en la región. Con dos candidatos que en definitiva eran bastante moderados y con un proceso electoral limpio y muy poco objetado, Guatemala se sigue apartando en los hechos de la imagen de violencia e intolerancia a la que todavía algunos la asocian en el extranjero.

Alvaro Colom, el candidato triunfante, construyó en los últimos diez años una organización partidaria sólida y amplia, en un país donde los partidos políticos suelen ser bastante efímeros y poco definidos ideológicamente. Situado en la izquierda moderada, y con amplio apoyo en el interior rural del país, Colom logró vencer por un margen bastante reducido (53% contra 47%) a Otto Pérez Molina, un general retirado que enarboló como eje de su campaña la lucha por la seguridad y se identificó con el eslogan “Mano Dura”. Pérez tuvo un buen desempeño en las urnas, en todo caso, ampliando considerablemente la votación que obtuviera en la primera vuelta y ganando con 65% la elección en la capital, pero tres factores le impidieron triunfar: por una parte, su falta de propuestas concretas y de un mensaje más definido no lograron entusiasmar al electorado de centro derecha que en la primera vuelta había votado por la coalición de gobierno y por Eduardo Suger; por otra parte, no pudo disipar los temores que se asocian a su condición de militar retirado y que pesaron decisivamente en la actitud de muchos ciudadanos más inclinados hacia la centro izquierda; y, por último, la abstención lo perjudicó.

Sólo un 47,4% de los empadronados concurrió a las urnas, porcentaje bastante bajo que, sin embargo, resulta en realidad algo engañoso. Porque una gran proporción de los guatemaltecos que han emigrado a los Estados Unidos, y que son más de un millón, todavía aparecen en los registros electorales, y porque muchos electores —como siempre sucede— se abstuvieron de concurrir a las urnas ya sea por estar más interesados en las elecciones locales que se efectuaron hace casi dos meses o porque no encontraron una oferta convincente en los dos candidatos que concurrían a esta segunda vuelta.

La campaña fue áspera, plagada de insultos y denuncias, aunque sería exagerado calificarla de violenta. Pero luego todo cambió; Guatemala puede mostrar al mundo un proceso electoral que en muchos sentidos puede considerarse como ejemplar: tanto la votación en sí como el proceso de conteo de los votos fueron limpios y transparentes, los resultados estuvieron disponibles apenas a tres horas de cerradas las urnas y, muy poco después, el candidato derrotado aceptó con gallardía la victoria de su oponente. El presidente electo, por su parte, hizo de inmediato declaraciones muy moderadas, afirmando: “a partir de hoy soy presidente de una elección y no secretario de un partido político”, mientras llamaba a un gran acuerdo nacional que le permita gobernar con todos los sectores del país. Esperemos que estos buenos augurios se vayan concretando en los próximos meses y que Guatemala pueda enfrentar con mejores políticas la lucha contra la inseguridad y tomar las medidas que necesita para acelerar su crecimiento económico.