Grecia: Tsipras ha ganado el primer órdago

Pedro Schwartz dice que "La unificación del continente pretendía basarse en una libre competencia económica apoyada en una moneda sólida, emitida por un BCE políticamente independiente. La regla de oro era que no habría rescates de países pródigos, como no los hay para los cantones y municipalidades suizos o los estados y las ciudades de EE.UU."

Por Pedro Schwartz

Prefiero el mus al póker, que es el estudio favorito de los especialistas de la teoría de juegos. Yanis Varoufakis, el ministro de economía de Grecia recién dimitido (otra finta), se especializó en Inglaterra en esa parte de la “económica” (si me permiten el neologismo, para distinguir la doctrina de la economía real). Nunca perdonó a Margaret Thatcher que en los años 80 ganase por la mano a los sindicatos: esta es su revancha. Compararé el referéndum que acaba de ganar la izquierda griega con un órdago sin cartas. Los europeos no han querido aceptar el envite de los griegos, que estaban jugando con dinero prestado y amenazaban con levantarse de la mesa sin devolver un chavo. Para probar su empeño, tenía el Gobierno griego que infligirse un daño a sí mismo —bueno, a los jubilados de su país— aceptando quedarse sin dinero contante. Sabía que los europeos harían cualquier cosa menos permitir que un Estado miembro abandonase el euro. Yo he calculado que el rescate de Grecia está costando al resto de los europeos por el momento 563.000 millones de euros. Ahora acabarán consiguiendo más, sostenidos por la liquidez que el Banco Central Europeo (BCE) no se atreverá a negarles. Hay que saludar rendidamente la maestría de los negociadores griegos: incluso han conseguido que el sufrimiento de su pueblo parezca obra de quienes llevamos años regalándoles dinero.

Desde el punto de vista del Derecho Constitucional, el referéndum griego se ha organizado de manera escandalosamente irregular: el plazo ha sido brevísimo y no ha permitido una explicación suficiente por los partidarios del ‘sí’y del ‘no’. El texto griego era farragoso y obscuro y contenía expresiones en inglés. Entre líneas se leía lo pretendido por el Gobierno al pedir el ‘no’: a saber, mantener a Grecia en el euro, rechazar las reformas exigidas por los acreedores y pedir otro rescate. Me extraña que nadie haya votado que ‘sí’.

Desde el punto de vista económico, el rechazo de las ofertas del FMI, la Comisión Europea y el BCE estaba basado en un error científico. De esto tenemos la culpa los economistas profesionales. He oído a un sabio tertuliano de la SER decir que el caso griego demostraba el fracaso de la política de austeridad, “bueno… exceptuando a España”. Cualquier observador honrado debería haber señalado más excepciones a ese fracaso postulado por comentaristas superficiales: Portugal, Irlanda, Reino Unido, Estonia, Letonia, Lituania… y la propia Grecia que, cuando el Gobierno de Nueva Democracia tuvo que dejar paso a Syriza, ya había equilibrado la balanza de pagos, alcanzado un superávit primario en el Presupuesto y un crecimiento más que respetable. La izquierda europea ha conseguido que llamemos “austeridad” a lo que ha sido una política de crecimiento, basada en desplazar fondos de un sector público elefantiásico hacia la inversión productiva. Todos los países citados han sufrido caídas temporales del PIB y altas de paro, tanto más prolongadas cuanto menor calado han tenido las reformas. Tan grave error de concepto tiene atenazados a políticos sin convicciones ni conocimientos, como el presidente Rajoy, que debía haberse negado a la petición de la Troika de subir salvajemente los impuestos y haber concentrado su esfuerzo político en recortar el gasto, liberar la economía y reducir la deuda. En todo caso, mejor ha sido esto que lo que ahora piden los keynesianos, con Jean-Claude Juncker a la cabeza: más deuda y más gasto.

Recordaremos el ‘no’ de Grecia como el momento en que la Unión Europea cambió de carácter. La unificación del continente pretendía basarse en una libre competencia económica apoyada en una moneda sólida, emitida por un BCE políticamente independiente. La regla de oro era que no habría rescates de países pródigos, como no los hay para los cantones y municipalidades suizos o los estados y las ciudades de EE.UU. La cuestión no está en si convendría una quita y espera de la deuda griega, que ahora está principalmente en el balance del BCE. El pasado no debe contar si se toman las precauciones para que no se repitan los errores. No bastaría con decir que no habrá más rescates. Habría que condicionar el alivio a una reforma y liberación de la economía griega, de tal forma que nadie en Europa sienta la tentación de ceder al canto de las sirenas del gasto financiado con deuda, si se me permite aludir a otro mito griego aparte el del caballo de Troya, tan manoseado en estos días.

Nada de esto se hará. Vamos camino de una Europa verde, con generoso Estado de Bienestar, amplio gasto público, altos impuestos, enfadosa regulación, barreras arancelarias y centralización presupuestaria: una Europa que intentará acallar los renovados nacionalismos con socialdemocracia, mucha socialdemocracia. Syriza (y Podemos) están ganando la partida.

Este artículo fue publicado originalmente en Expansión (España) el 7 de julio de 2015.