¿Gradualismo o terapia de choque?
Lorenzo Bernaldo de Quirós estima que el debate en torno al gradualismo o la terapia de choque ha vuelto a cobrar relevancia por el nuevo gobierno en Argentina, pero que este es relevante para las economías desarrolladas que durante los últimos años se han instalado en unas finanzas públicas insostenibles.
Por Lorenzo Bernaldo de Quirós
El debate sobre la denominada terapia de choque y el gradualismo ha vuelto a cobrar relevancia a raíz de la apuesta por el primer enfoque del nuevo Gobierno de la Argentina. La diferencia entre ambas posiciones se suele plantear en términos más emocionales e ideológicos que técnicos con una marcada inclinación a descalificar a los partidarios de la terapia de choque como unos despiadados fundamentalistas dispuestos a arrasarlo todo en pro de su extremista, insolidario y asocial ideario. En definitiva, se trata de defender que el modelo económico imperante es el mejor o el menos malo de los posibles y, por tanto, sólo cabe realizar hacer modificaciones parciales en él.
Esta discusión no se remite ni se va a remitir a la Argentina en los años venideros, sino tendrá una importancia fundamental para los países desarrollados entre ellos España, aquejados de profundos desequilibrios y de bajas tasas de crecimiento. Por lo que se refiere a la Vieja Piel de Toro, ésta será una de las cuestiones fundamentales en los próximos años a medida que se vean con claridad las enormes disfunciones del sistema socioeconómico construido por la coalición social comunista y sus muy desagradables consecuencias. Ante este panorama es necesario o, mejor conveniente, realizar una reflexión sobre las diferencias entre la postura gradualista y la de la terapia de choque, sobre su efectividad y viabilidad.
Esas disparidades no estriban tanto en los objetivos a alcanzar, en definitiva, un crecimiento de la economía sólido y sostenido, como en tres elementos: primero, la velocidad del ajuste, definido por el período de transición de un conjunto inicial de variables macroeconómicas a las deseadas por el Gobierno; segundo, el necesario para transitar de una economía muy intervenida por el Estado a una orientada al mercado y tercero, el orden de introducción de las reformas. En esos parámetros de análisis se centra el meollo de la cuestión.
De entrada, la credibilidad de la política gubernamental es esencial para el éxito de las reformas y para reducir el coste social y económico de los ajustes. Si el programa macro y micro del Gobierno es creíble, las familias, las empresas y los inversores tienden a alinear su comportamiento con las políticas anunciadas por el Ejecutivo. En este contexto, la rápida introducción de un amplio paquete de medidas en la dirección descrita tiene altas probabilidades de éxito porque la sociedad le percibe como una ruptura con las prácticas fracasadas del pasado y porque ab initio reduce o quita fuerza a los grupos de interés opuestos al cambio.
Los riesgos asociados a uno u otro de los proyectos de estabilización y de reformas son claves. La terapia de choque conduce de manera inevitable a una menor producción y a un mayor desempleo en el corto plazo para corregir los desequilibrios macro y micro. Pero con el gradualismo no sólo ocurre lo mismo, sino que la evidencia muestra que suele fracasar a causa del tiempo necesario para que su actuación arroje resultados positivos y éstos sean percibidos por la gente. A la incertidumbre general sobre los posibles efectos de aquél se suman la creciente oposición de sus críticos y de su capacidad movilizadora. Esto debilita el soporte de la opinión pública al Gobierno gradualista, que acaba por renunciar a su agenda y opta por mantener un statu quo insostenible que pretendía modificar. Los Gobiernos de Mauricio Macri y de Mariano Rajoy ilustran bien esa dinámica.
Por otra parte, la tesis a favor de la terapia de choque se refuerza por un hecho determinante: la distancia entre su introducción y su efectividad abre una oportunidad para que aquella funcione antes de que el Gobierno que la implanta se enfrente a unas elecciones generales. Esto es así porque, ceteris paribus, los réditos o, mejor, la visibilidad de éstos por el grueso de la población no es por definición inmediata. En consecuencia, cuanto más tarde un Gobierno en actuar, menores son sus posibilidades de sacar partido electoral a sus iniciativas reformistas.
A la hora de elegir entre la terapia de choque y el gradualismo es vital tener en cuenta el punto de partida de la economía. Cuando ésta se está deteriorando a gran velocidad, la situación requiere actuar con rapidez porque los agentes privados revisan sus expectativas con celeridad y acentúan la trayectoria depresiva si no se produce un giro radical en la política económica. En los países con una inflación y un desequilibrio de las finanzas públicas muy altos, por ejemplo, un programa radical de estabilización presupuestaria y monetaria, un big bang es esencial para quebrar las perspectivas inflacionistas y las dudas sobre la solvencia estatal. Esto es imprescindible y es el punto de partida para restaurar la confianza.
Para avanzar hacia una economía con estabilidad macro y un alto crecimiento es básico proceder a liberalizar los precios, aumentar la competencia en los mercados y privatizar. Cuando los mercados no funcionan con eficiencia, ni los precios libres ni las privatizaciones crean los incentivos adecuados. Esto exige crear marcos financieros y regulatorios capaces de crear una masa crítica de propiedad privada para evitar la reversión del proceso privatizador y para asegurar la presión competitiva en la estructura económica. En este sentido, la apertura hacia el exterior es esencial para el éxito de un plan de estabilización y de reformas. En suma, es básico eliminar o reducir las rigideces estructurales de la economía para disminuir el impacto inicial negativo de la restricción monetaria y fiscal.
La causa a favor de la terapia de choque no se restringe a los países emergente sino se extiende a los avanzados que durante los últimos años se han instalado en posiciones presupuestarias insostenibles y han sembrado sus economías de una miríada de regulaciones que lastran su capacidad de crecer.
Este artículo fue publicado originalmente en El Economista (España) el 17 de enero de 2024.