Generosos con el dinero ajeno

Víctor Pavón señala que los políticos suelen ser demasiado generosos con el dinero de otros y que por eso se requiere limitar esa notable generosidad.

Por Víctor Pavón

Hay dos maneras básicas de gastar dinero. La diferencia está en cómo se gasta el dinero propio y el ajeno. Este último caso es el que ahora nos interesa. Se viene el estudio y aprobación del Presupuesto General para el año que viene. Pero como están cerca las elecciones internas de los partidos políticos y luego las nacionales, los congresistas no pierden el tiempo en mostrarse fieles a sus electorados.

¿Para qué esperar tanto? La Cámara de Diputados, días atrás, se adelantó a lo que se viene, aprobando varias ampliaciones presupuestarias en concepto de salarios, bonificaciones y gratificaciones.

El incremento que ya cuenta con media sanción ascendió a más de 4 millones de dólares. El diputado Dionisio Amarilla lo sintetizó claramente: “esto es apenas moneda y vuelto de los perros”, según dijo.

Por supuesto, hay una notable diferencia entre gastar el dinero de uno mismo y hacerlo con el dinero de otros, como lo ocurrido en Diputados. Por lo general, si se gasta el dinero de uno mismo se tiende a economizar y hasta ahorrar, es lo que ocurre cuando uno va de compras, se busca el máximo valor.

Muy diferente sucede, sin embargo, cuando el dinero que se gasta es de otro, pues si el que lo gasta sabe que dicho dinero no le pertenece sino que es de otros a los que ni siquiera conoce o trata habitualmente y si, además, tiene la disponibilidad absoluta de destinar ese dinero hacia tal o cual sector levantando la mano en una sesión como lo es un cuerpo colegiado, entonces ese gasto tenderá a no ser económico ni ahorrativo.

La diferencia es sustancial. Si se gasta el dinero propio se busca el máximo rendimiento y su uso tiende a optimizarse. Pero si se gasta el dinero de otro la tendencia será lo contrario y tendrá todavía menos rendimiento y eficiencia si nadie controla ese gasto pidiendo periódicamente rendición de cuentas. Pues bien, este último caso es lo que caracteriza a los gobiernos, con políticos disociados de sus electores, y en los que tampoco éstos últimos hacen su parte.

El despilfarro del dinero que caracteriza a los gobiernos no es más que, desde luego, una forma de corrupción. Pero esta corrupción muchas veces no parece al comienzo afectarle al bolsillo de los contribuyentes porque los costos están diluidos entre demasiados, esto es, entre los mismos contribuyentes…hasta que se revelan. La cuestión es que no sea muy tarde.

Limitar y controlar la notable generosidad de la que hacen gala los políticos de gastar a mano levantada el dinero ajeno provocando despilfarro y corrupción no solo debe encontrarse en la Constitución y las leyes; también y especialmente es una cuestión de valores, de educación, de libertad y propiedad privada a garantizar.