Fuerzas contrarias al progreso

Gabriela Calderón de Burgos dice que la creciente prosperidad y liberalización a nivel mundial han resultado en algunas tendencias que han puesto en jaque las identidades nacionales y los mercados laborales.

Por Gabriela Calderón de Burgos

La semana pasada decía que hay muchas razones para celebrar el fin de las cuatro mejores décadas que ha tenido la humanidad. Pero como bien dice Steven Pinker en su best seller En defensa de la Ilustración: “el progreso no es magia […] Este no significa que todos estén supremamente felices. No significa que todo mejora para todos en todas partes todo el tiempo”. De hecho, mientras más rápido ha progresado el mundo, más han aumentado las fuerzas contrarias al progreso.

La creciente prosperidad y liberalización a nivel mundial han derivado en algunas tendencias que han puesto en jaque las identidades nacionales y los mercados laborales.

El mundo globalizado de las últimas décadas presenció el incremento marcado de la migración a nivel mundial, aunque los 272 millones de migrantes internacionales del mundo en 2019 constituyen tan solo 3,5% de la población mundial, esta cantidad ha incrementado en 119 millones desde 1990 (cuando eran solo 153 millones). Esto ha llevado que muchos ciudadanos de países receptores de migrantes internacionales se sientan amenazados. Por ejemplo, algunos estadounidenses han experimentado una sensación de dislocación conforme la vieja tienda tradicional del barrio ha sido reemplazada por un “mercado” con banderas mexicanas. Esto ha llevado a muchos a apoyar partidos nacionalistas inusualmente radicales en las democracias liberales de Occidente.

Estos partidos suelen apelar a esa nostalgia tan difundida y común en las personas, aquella que nos lleva a pensar que todo tiempo pasado fue mejor. En la era de las redes sociales ha prosperado un clima de “posverdad” en el que valoraciones subjetivas que muchas veces carecen de base alguna en la realidad llegan a ser aceptadas como la verdad.

Súmele a eso el miedo frente a los avances tecnológicos, particularmente con la robótica. Similar al movimiento de los luditas en la Inglaterra del siglo 19, siempre han habido grupos de individuos cuya carrera, ocupación o trabajo se vuelve obsoleto debido a la invención de un nuevo proceso o máquina.

Finalmente, está también el auge de la política de identidades. Se trata de identidades en torno uno o múltiples colectivos que buscan reivindicar derechos realmente o supuestamente vulnerados por el orden vigente. Los LGBTI, las minorías raciales o étnicas, la nueva ola de feministas, etc. Los partidarios de esta forma de hacer política, sacrificarían los derechos individuales ante los derechos colectivos de determinado grupo.

Hemos gozado de tanto progreso en las últimas décadas que muchos lo dan por sentado e ignoran las bases de dicho progreso. La democracia liberal luce ineficaz y corrupta. Se considera que la competencia en el mercado es ineficiente y demasiado lenta para resolver los problemas que son considerados como los más urgentes. Se propone desde la mayoría de las tribunas como alternativa la acción estatal, que no es otra cosa que la coartación de la libertad para elegir y actuar de los individuos.

Detrás de todo esto está una profunda desconfianza en la capacidad de los individuos de encontrar soluciones de manera descentralizada, cuando la historia demuestra que la principales innovaciones que resolvieron grandes problemas de la humanidad, como las hambrunas y enfermedades, se dieron precisamente en países que gozaban de mayores niveles de libertad individual

Este artículo fue publicado originalmente en El Universo (Ecuador) el 3 de enero de 2019.