Fue el estado

Victor H. Becerra dice que el desastre económico que está por venir no se debe en gran medida al COVID-19, sino a la reacción de los gobiernos y políticos.

Por Victor H. Becerra

Se acerca una de las peores crisis económicas, quizá la peor para muchos en toda su existencia. El desastre económico venidero, a la par de la destrucción de empresas y empleos, creará una pobreza masiva que exacerbará las enfermedades y las muertes, más allá de los efectos actuales del COVID-19. En cierta medida, muchos de los avances en el combate a la pobreza de los últimos años, se verán revertidos.

Así, las Naciones Unidas (NNUU) predicen que una recesión mundial revertirá una tendencia de tres décadas en el aumento del nivel de vida y hundirá a 420 millones de personas en la pobreza extrema, definida como ganar menos de 2 dólares por día. En cuanto a los 734 millones de personas que ya están allí, el tsunami económico hará que les resulte mucho más difícil salir.

Adicionalmente, las NNUU predice que el coronavirus podría llevar a 130 millones de personas más al borde de la inanición para fines de 2020. World Vision, una organización internacional de ayuda cristiana, advierte que 30 millones de niños corren el riesgo de morir.

Por eso es bueno subrayarlo: esta crisis no fue creada por el COVID-19 ni es consecuencia directa de la pandemia. Fue creada por los gobiernos, los políticos y sus malas políticas públicas. Así, el problema no fue el coronavirus per se, sino los errores, las contradicciones y el autoritarismo de las medidas adoptadas, muchas sin lógica o por mera arbitrariedad. Por ejemplo, ¿era necesario cerrar todas las empresas en cada país? ¿Con qué criterio se hizo una distinción entre actividades esenciales y no esenciales?

La mayoría de los políticos y los gobiernos siguieron las recomendaciones del Imperial College of London (ICL), una prestigiosa universidad británica, que anticipaba millones de muertes alrededor del mundo y aconsejaba la cuarentena obligatoria como la única solución para evitarlas. Esto es, impedir que las personas se movieran y trabajaran libremente, muchas veces por la fuerza, sin que nadie supiera bien hasta cuando iba a durar tal cuarentena ni los resultados concretos a lograr. A ese consejo la mayoría se plegó, gracias también a la publicidad de la Organización Mundial de la Salud (OMS) sobre los “buenos resultados” del confinamiento hermético (en realidad, censura total) practicado por la dictadura china en el epicentro de la pandemia, Wuján.

Los políticos creyeron que si no actuaban en esa dirección y se llegaban a cumplir los pronósticos del ICL, ellos y sus partidos serían acusados de provocar miles de muertes en sus respectivos países, convirtiéndose en políticos rechazados. Pocos políticos y países se apartaron de ese guión, empujados también (hay que decirlo) por una opinión pública asustada, exigente de protección y resguardo.

Aún es temprano para evaluar el impacto de tal política. Por ahora, cabe señalar que los que se apartaron de ese guión, han venido obteniendo buenos resultados médicos, mejores que el promedio, y lo han logrado sin destruir su economía: por ejemplo, Taiwán, Japón, Singapur, Corea del Sur, y Suecia. Aún no pueden darse conclusiones definitivas que expliquen esos buenos resultados, dado que el propio virus es aún objeto de estudio, pero sí se han identificado algunas de las razones detrás de ellos.

Éstos básicamente se centran en la anticipación y rapidez en la respuesta de esos países (ciertamente obstaculizadas por la tardanza de China y de la OMS en dar la voz de alarma sobre la pandemia), la realización de pruebas masivas de detección, sobre todo en áreas críticas (hospitales, asilos de ancianos, transportes, etc.), que permitieron identificar temprano a los infectados y a sus contactos más recientes, hacer su seguimiento, aplicándoles una estrategia de confinamiento selectivo, en lugar de generalizado, así como la concientización social y una mayor responsabilidad individual sobre las medidas de mitigación (distanciamiento social, lavado de manos, uso de guantes y cubrebocas, etc.).

En tal sentido, en esos países una cuarentena obligatoria y prolongada no ha sido precisamente la estrategia más utilizada ni la de mejores resultados. En algunos de esos países se entendió, en cambio, que una cuarentena obligada y prolongada podría, a la larga, matar y perjudicar a más personas que las vidas que salvaría.

Sin embargo, muchos de los países que optaron por una cuarentena obligatoria y prolongada no necesariamente muestran los mejores números en términos sanitarios ni las mejores expectativas económicas en el mediano y largo plazo. A esto agréguese que algunos estudios médicos hablan de que la pandemia puede prolongarse, con distinta intensidad, hasta el 2021 e incluso, hasta el 2022, lo que quizá lleve a una serie de confinamientos recurrentes porque como sabemos, la cuarentena solo evita la sobresaturación de los sistemas de salud, pero no ayuda ni a generar defensas ni a curar la enfermedad ni a evitarla finalmente en el lago plazo. En esos escenarios tan prolongados, el coste de una cuarentena obligatoria sería inasumible y sus efectos económicos serían un verdadero crimen de lesa humanidad.

A esto sumemos los problemas resultantes del propio encierro, ya visibles en la actual cuarentena: mayor incidencia de trastornos psicológicos, violencia intrafamiliar, soledad y distanciamiento familiar, suicidios por la angustia y el desempleo, ansiedad y estrés que podrían afectar el sistema inmunológico, mala nutrición, aplazamiento o suspensión de tratamientos médicos importantes, etc. Al respecto, es dable decir que el aumento de muertes por cáncer, insuficiencia renal, suicidios u otros males, será el resultado de la respuesta gubernamental al COVID-19. Esos fallecidos no tienen un estudio como del ICL que pronostique su número. Nadie está contando esas muertes.

La mayoría de políticos y gobiernos decidieron optar por la vía de las cuarentenas, más o  menos obligatorias, sin mucha conciencia del camino sin salida al que se metían: compraron una solución que no era solución. Hoy muchos están cada vez más desesperados por re-abrir las economías, al apreciar los malos resultados obtenidos. Pero seguramente volverá a temblarles el pulso cuando sucedan los primeros (naturales, inevitables) contagios tras la cuarentena.

Esto sucederá porque muchos de ellos no aprendieron las lecciones que estaban a la mano. Por ejemplo, muchas empresas en nuestros países se resistieron de diversas formas a la suspensión de actividades. En el caso de México, por ejemplo, empresas como Coppel, Autofin, Famsa, pero emblemáticamente Elektra, parte del Grupo Salinas, cadena dedicada a la venta de electrodomésticos, y también a los servicios bancarios para los segmentos más pobres, lograron permanecer en actividades, usando diversos recursos legales, al menos durante tres semanas después de que se ordenara su suspensión de actividades en el país, por ser la suya una “actividad no esencial”.

Durante ese periodo, Elektra solo presentó un caso de coronavirus, esto mientras la pandemia se generalizaba en el país y se llegaba a las 3 mil muertes (hoy ronda las cinco mil defunciones), mientras algunos cálculos hablaban de que un millón de mexicanos ya se habían infectado para entonces. A pesar de la impopularidad de la empresa por no querer cerrar, puede servir de buen testimonio y contra ejemplo de que con los cuidados básicos, la pandemia no requirió el cierre obligado de la economía.

Nuestra región cerrará el 2020 con una caída de 4,6 por ciento según el Banco Mundial. Esta situación podría ser aún peor para los países petroleros que vieron derrumbarse el precio del crudo a niveles jamás vistos. En esas circunstancias, mantener la cuarentena por tiempo indefinido, sólo profundizará las malas expectativas futuras.

La economía debe abrirse ya, concientizando a la población sobre los auto cuidados básicos y con protocolos claros de qué hacer en áreas sensibles (escuelas, transportes, hospitales, asilos, etc.). De lo contrario, las cuarentenas terminarán produciendo una catástrofe peor que la que pretendían evitar. Con todas las precauciones del caso, debemos de retomar nuestras vidas o dejar que el Estado las destruya con nuestro consentimiento tácito.