¿Fin de la globalización?
Manuel Suárez-Mier dice que la globalización no es irreversible, pues puede sucumbir ante los ataques de políticos populistas que están reviviendo el nacionalismo-revolucionario del pasado.
Es frecuente escuchar a comentaristas que pretenden tranquilizar a la opinión pública frente a los peligros de elegir demagogos nacional-populistas, como Donald Trump, afirmar que “la inserción de los países en la globalización es irreversible lo que acota severamente su ámbito de acción”.
Esta falsedad es necesario contrarrestarla mostrando que es muy posible dar marcha atrás al proceso de apertura e inserción global de cualquier país del mundo. Los populistas denuncian el “modelo neoliberal” y proponen cerrar la economía para “recuperar las fuentes de empleo que nos robaron”.
La pregunta es cómo se vuelve a arquetipos como el “nacionalismo revolucionario” sofocante y enclaustrado que padeció México tantos años, en perjuicio sobre todo, de los más pobres, y cuya más reciente versión la sufrimos en el desgobierno de José López Portillo (1976-82).
Cerrar la economía es más fácil de lo que parece. Basta con seguir adelante con lo que los demagogos ya están haciendo al denunciar compromisos internacionales, proteger a industrias obsoletas, lo que provoca represalias, en lo que se vuelve un juego alucinante de ping-pong que culmina en guerras comerciales y hasta bélicas.
Los ánimos en Washington son hoy agresivos y proteccionistas, como lo acredita la tontería de tratar de detener el flujo migratorio del sur con la construcción de bardas, separar criaturas de sus padres en busca de asilo humanitario, y amagar la expulsión de más de 10 millones de forasteros deportables que viven en EE.UU.
Las secuelas para México de cancelar el TLC, como amaga EE.UU., serían devastadoras. Se estima que el número de empleos directos vinculados con las ventas a sus socios de Norteamérica excede los 2,7 millones y que otros 7,5 millones son trabajos indirectamente ligados a ese flujo comercial.
Como bien subrayan los expertos, además de perderse los muchos y tangibles beneficios que Canadá, EE.UU. y México reciben hoy por el TLCAN, lo más grave de cancelarlo sería liquidar la oportunidad que Norteamérica sea uno de los bloques más competitivos del orbe.
Los populistas en México creen en adoptar subsidios, aranceles y permisos de importación para proteger “sectores estratégicos” de la “injusta” competencia externa, aunque en esta campaña electoral se han cuidado de ocultar su auténtico talante, como lo muestra el escrito del despistado economista Seade, comentado aquí.
Pero la llegada de nativistas al poder significa también que los países sufrirán una pérdida aún más grave que la de su dinámico sector exportador, al limitarse la inmigración de talento y, con frecuencia provocar una masiva fuga de cerebros, que ya es ruinosa para muchos países como México.
Mientras Trump insiste en la insensata construcción de su muro y nuestros populistas proponen sus trenes bala, procurarán limitar o eliminar el acceso de la gente al gran medio de comunicación, análisis y crítica que es el internet, lo que vemos claro con la eliminación de la neutralidad en la red, recién adoptada en EE.UU.
En connivencia con las empresas de telefonía y telecomunicaciones, que no se caracterizan por su amor a la competencia, pero cuyas concesiones dependen del gobierno, los líderes populistas negociarán términos para que mantengan su posición dominante a cambio de que limiten o eliminen opiniones para ellos indeseables.
En el mundo populista la restauración del vigor del Estado, como ellos gustan calificar al gobierno, requiere de la creación de nuevas empresas paraestatales que corrijan el error histórico que representó la privatización emprendida por los odiados tecnócratas “neoliberales”.
No hay que dejarse engañar con el cuento que la globalización es irreversible pues, al igual que hace un siglo, al término de la 1ª Guerra Mundial, ello ya está ocurriendo.
Este artículo fue publicado originalmente en Asuntos Capitales (México) el 22 de junio de 2018.