Fauci, Paul y “seguir la ciencia”

Peter Van Doren dice que la frase “seguir la ciencia” contiene una serie de juicios de valor y es algo que se ha vuelto más difícil, incluso para los doctores.

Por Peter Van Doren

A mediados de marzo, el Dr. Anthony Fauci, director del Instituto Nacional de Alergia y Enfermedades Infecciosas, y el Senador Rand Paul (Republicano de Kentucky) renovaron su viejo argumento en torno a las recomendaciones de política gubernamental respecto de reducir la transmisión del virus del COVID-19. Esta vez, su lucha se enfocó en lo que se debería hacer en casos en los que las personas ya recibieron el régimen completo de la vacuna contra el COVID-19 o aquellos que ya habían contraído el COVID-19 y se habían recuperado de la enfermedad. 

En ambos casos, parece poco probable que dichas personas podrían transmitirle la enfermedad a otros, pero eso no lo sabemos con certeza. Fauci cree que dichas personas deberían continuar utilizando mascarillas para reducir el riesgo de propagación de la enfermedad hacia otros. Paul sostiene lo contrario, e incluso criticó a Fauci, quien ha sido vacunado, por hacer “teatro” utilizando todavía una mascarilla.

El argumento entre dos doctores (Paul es un oftalmólogo) y su reportaje del mismo en la prensa y en las redes sociales son solo las últimas rondas de la lucha incesante en torno a “seguir la ciencia”. Ese estribillo es un atajo para realizar una serie de juicios de valor, incluyendo:

  • Evitar los efectos negativos de salud del COVID-19 pesa más que todas las demás consideraciones, incluyendo la libertad personal, la economía y los efectos sobre la salud mental del aislamiento
  • Las recomendaciones del consenso de los expertos médicos pesan más que todas las demás recomendaciones. 
  • Las políticas para la pandemia del ex-presidente Donald Trump fueron malas (el Presidente Joe Biden, quien entiende esta realidad política, varias veces ha dicho que su administración “seguirá la ciencia”).

El verano pasado escribí un ensayo para la serie Pandemia y Políticas Públicas del Instituto acerca de lo que la ciencia puede y no puede hacer y el papel que esta puede jugar en las decisiones de políticas públicas. En pocas palabras, la ciencia puede explicar las relaciones entre la causa y el efecto, nada más. No se pueden derivar conclusiones normativas acerca de las decisiones individuales o colectivas directamente de la ciencia. En cambio, esta aporta un insumo para la toma de decisiones individuales y colectivas, junto con sus costos, beneficios y otros valores. 

El problema es que los políticos y el público muchas veces quieren que la ciencia haga más de lo que puede. Las personas en situaciones aterradoras en las que carecen de pericia quieren que el mundo sea nítidamente delineado entre lo que es “seguro” y lo que es “peligroso”. A los políticos no les gusta tomar decisiones difíciles cuando están en la mirada pública, así que se esconden detrás del velo de la ciencia cuando discuten que favorecen algunos resultados por sobre otros. Los periodistas contribuyen a este problema porque están acostumbrados a contar historias binarias acerca de lo “seguro” y lo “peligroso”, y de lo “bueno” y lo “malo”, en lugar relatar historias matizadas acerca de los pros y contras y de los cambios estadísticos en los resultados de salud considerando varios comportamientos y exposiciones. 

Y, por supuesto, a algunos científicos les gusta decirles a otros qué hacer. La pericia no es solo la habilidad de proveer información; para algunas personas es poder político

Considerando todo esto, fui placenteramente sorprendido al encontrar en el New York Times un pensamiento altamente matizado en este artículo reciente acerca del origen de la regla de seis pies de distanciamiento social que ha gobernado nuestras vidas durante la pandemia. La regla se originó en la creencia de los expertos durante las etapas iniciales de la pandemia de que el virus se esparcía únicamente mediante la humedad de gotitas expulsadas por una persona infectada, y no mediante aerosoles expulsadas de igual forma. Debido a que las gotitas no suelen viajar más de tres a seis pies (a diferencia de los aerosoles que pueden permanecer en el aire durante largos periodos de tiempo), los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades realizaron la recomendación conservadora de mantener espacios de seis pies entre las personas.  

Pero la ciencia siempre se está actualizando entonces la regla de seis pies de distancia ahora se encuentra bajo un escrutinio crítico. Un reciente experimento natural en Massachusetts comparó los distritos que impusieron normas estrictas de distanciamiento de seis pies con aquellos que requerían tan solo tres pies. La diferencia de tres pies no tenía un efecto estadísticamente detectable sobre la tasa de casos de COVID-19 (aunque “los autores del estudio reconocen que no podían descartar la posibilidad de que un mayor distanciamiento proveía un beneficio pequeño”) y había menos casos en las escuelas que en las comunidades que las rodeaban.

Todavía más impresionante, desde mi punto de vista, fueron los comentarios de un experto médico citado en el artículo:

“No hay un umbral mágico para cualquier distancia”, dijo el Dr. Benjamin Linas, un especialista en enfermedades infecciosas de la Universidad de Boston. “Hay un riesgo a seis pies, hay un riesgo a tres pues, hay un riesgo a nueve pies. Siempre hay riesgo”. Agregó: “La pregunta es: ¿qué tan grande es el riesgo? Y, ¿a qué renuncias por reducir ese riesgo?” 

…“He evolucionado sobre esto”, dijo el Dr. Linas. “El verano pasado sentía como que, ‘¿Cómo le vamos a explicar a la gente que son seis pies en todas partes menos en las escuelas? Eso no parece ser consistente y es problemático’”.

…“Los beneficios de las escuelas son diferentes a los beneficios de los cines y los restaurantes”, dijo. “Así que yo estaría dispuesto a asumir un poco más de riesgo tan solo para mantener [a las escuelas] abiertas”.

Eso suena justo como lo que mi colega Jeff Miron y yo argumentamos en otro ensayo de Pandemia y Políticas Públicas el año pasado, pero dichas afirmaciones usualmente provienen de economistas y no de especialistas en enfermedades infecciosas. De manera que “seguir la ciencia” es ahora oficialmente más complicado, incluso para los doctores. 

Eso es progreso.

Este artículo fue publicado originalmente en Cato At Liberty (EE.UU.) el 20 de marzo de 2021.