Excelencia en el periodismo

por Carlos Ball

Carlos Ball es Periodista venezolano, director de la agencia de prensa AIPE (www.aipenet.com) y académico asociado del Cato Institute.

Muchas veces entre la confusión y la incertidumbre de una sociedad urgida de verdaderos modelos a seguir, surgen personalidades incorruptibles, con fuertes convicciones, entregadas a la eterna lucha del bien común en aras de un sostenido desarrollo y evolución de grupos sociales cada vez más fortalecidos, más justos. Carlos Ball, prestigioso periodista venezolano de amplia trayectoria, es un claro ejemplo de esas individualidades que a fuerza de constancia, sabiduría e ideales han impuesto la excelencia en favor de la consecución de la integridad del ser humano en sus más diversas expresiones.

Por Carlos A. Ball

Muchas veces entre la confusión y la incertidumbre de una sociedad urgida de verdaderos modelos a seguir, surgen personalidades incorruptibles, con fuertes convicciones, entregadas a la eterna lucha del bien común en aras de un sostenido desarrollo y evolución de grupos sociales cada vez más fortalecidos, más justos. Carlos Ball, prestigioso periodista venezolano de amplia trayectoria, es un claro ejemplo de esas individualidades que a fuerza de constancia, sabiduría e ideales han impuesto la excelencia en favor de la consecución de la integridad del ser humano en sus más diversas expresiones.

¿Cuáles fueron los principales obstáculos con los que se encontró mientras ejerció el periodismo en Venezuela? ¿Por qué tomó la decisión de trabajar en el exterior?

En Estados Unidos soy periodista porque fui gerente general de un periódico (La Verdad), director general de otro (El Diario de Caracas) y fundé mi propia agencia en 1991. Pero en Venezuela nunca tuve ese numerito concedido por el colegio/sindicato. Aunque allá los obstáculos fueron otros, también fueron de carácter político. Porque –claro está– eso del numerito, que recuerda al corporativismo medioeval, es una interferencia política a mi libertad de expresión y de informar.

La Verdad la fundamos en 1965 para combatir el apabullante predominio de la extrema izquierda en la prensa venezolana de la época, cuando diarios como El Nacional le hacían abiertamente el juego a la guerrilla castrista y El Universal pasaba por unos de sus frecuentes períodos de intensa timidez.

La Verdad nació a las 2:31 a.m. del 1° de septiembre de 1965. Yo era el más joven e inexperto de los socios y recuerdo que confrontamos inicialmente tantos problemas que no fui a dormir a casa durante tres o cuatro noches. Desde entonces mi pasión profesional ha sido el periodismo.

En la mesa de la directiva de La Verdad nos sentábamos un alto porcentaje de los venezolanos de entonces que creíamos en la libertad individual, la economía de mercado, la propiedad privada como derecho fundamental, la igualdad ante la ley, la seguridad jurídica y en un gobierno limitado. Nuestro líder intelectual era Nico Zuloaga, quien junto con el brillante economista español Joaquín Sánchez Covisa había fundado cuatro años antes la que fue la mejor revista económica de América Latina, Orientación Económica. También estaban en la directiva Enrique Sánchez, Ricardo Zuloaga, Ramón Díaz y Oscar Machado. Mi viejo amigo Oscar Yanes era el director del periódico.

Aunque La Verdad fue un buen periódico, ágil, moderno, bien diagramado, con una buena circulación, sufrimos de escasa publicidad. Entonces me sorprendía, pero hoy sé que los "capitalistas" venezolanos en general no apoyan las ideas del libre mercado. Es mucho más fácil y conveniente estar en la buena con un par de ministros que competir libremente contra cualquiera que se aparezca con un producto mejor y más barato. Como dice mi amigo mexicano Luis Pazos, "los revolucionarios marxistas están dispuestos hasta a dar la vida por sus ideales, mientras que los empresarios no están dispuestos ni a dar la cara".

Luego de un corto tiempo en La Verdad, tuve que dedicarme a otras cosas y ganar plata para educar a mis hijos; pero cuando se me presentó la oportunidad regresé a tiempo completo al periodismo. En el entretanto me publicaba El Universal y, sobretodo, Resumen, la revista de Jorge Olavarría, casi la única publicación durante los años de la Venezuela Saudita dispuesta a darle tribuna a un liberal como yo y a combatir los abusos del obeso y derrochador estado venezolano de CAP I.

Me encargué de El Diario de Caracas en enero de 1984 y desde el primer día el sindicato de periodistas me vio como el diablo. Diego Arria, fundador y anterior dueño del periódico, lo había dejado con una inflada nómina, como si se tratara de una dependencia estatal. Así es que el primer gran desafío fue equilibrar una operación, bajo la perversa inflexibilidad de las leyes laborales venezolanas y con líderes sindicales que me veían como un verdadero enemigo, cuando mi misión era sacar un mejor periódico y preservar tanto la inversión de los accionistas como los puestos de trabajo de los buenos y leales empleados.

Una madrugada, el jefe del sindicato de pregoneros atravesó su Cadillac a la salida de los camiones de El Diario, impidiendo la distribución del periódico ese día. Para mí fue una inolvidable lección sobre la inseguridad jurídica en Venezuela. Ese señor tenía mejores contactos políticos que yo, por lo cual sentía que podía hacer lo que le viniera en gana para conseguir mayores ingresos.

Otro constante obstáculo fue que muchos periodistas no sabían escribir y que su idea de entrevistar a los políticos era prender la grabadora, para luego reproducir todas las necedades que suelen decir. Si yo enseñara periodismo, lo primero que le inculcaría a los estudiantes es la necesidad de informar con claridad y desinflarle el ego a los políticos que se sienten dueños del país e irradian hipocresía por cada poro.

Pero todos esos eran obstáculos contra los cuales se podía luchar, ganando unas y perdiendo otras.

El verdadero obstáculo hizo su aparición cuando Lusinchi mandó a meter preso a Rodolfo Schmidt, por cosas que había escrito y que molestaron mucho a Miraflores, por ser verdad. Los embustes no pican. Cuando Rodolfo llevaba dos meses preso, me llegó un mensaje muy claro: su libertad a cambio de que El Diario de Caracas dejara de publicar las columnas de José Vicente Rangel y de Alfredo Tarre Murzi (Sanín).

Una segunda condición fue la suspensión de cuatro investigaciones de corrupción gubernamental y de la policía que entonces adelantábamos en el periódico.

Mi primera reacción fue tirar la toalla y regresar a mi negocio de arrendamiento de vehículos, donde me había ido muy bien a lo largo de 12 años porque jamás le arrendé al gobierno. Pero irme hubiera significado una doble victoria para Miraflores. Un viernes por la tarde me reuní en mi oficina con Rangel y Sanín para decirles exactamente lo que estaba sucediendo y anunciarles que nuestra primera obligación era con Rodolfo, por lo cual ambos quedaban suspendidos. El martes siguiente Schmidt fue puesto en libertad.

El gobierno de Lusinchi pretendía que la prensa actuara como relacionista del gobierno, repitiendo como loros la información "veraz" de la OCI. De esto se aseguraban pasándole subvenciones por debajo de la mesa a ciertos periodistas claves, bastante superiores al sueldo que recibían por nómina. Y la publicidad estatal dependía en gran medida del rastracuerismo y la ceguera frente a los abusos y la corrupción de los poderosos.

Para mí, lo más difícil de mi trabajo era tener que ir de vez en cuando a Miraflores. Recuerdo que como Tesorero del Bloque de Prensa tuve que asistir a una reunión con Lusinchi y su gabinete económico para discutir las dificultades en obtener dólares para la importación de papel. Bajo el control de cambio sólo se obtenían dólares pagando comisiones a los funcionarios. Luego de explicarle al presidente que sin dólares no había papel y sin papel no había periódicos, el presidente Lusinchi con tono de supremo bienhechor dio instrucciones a los ministros presentes de eliminar todas las trabas respecto a los dólares a los miembros del Bloque de Prensa. Mis colegas sonreían de oreja a oreja, mientras yo pensaba en los miles de comerciantes sin acceso al palacio y a quienes nosotros, los miembros del llamado Cuarto Poder, teníamos la obligación de defender.

Pero lo que sucedió seguidamente fue mucho peor. Lusinchi dedicó más de dos horas a despotricar contra El Diario de Caracas, donde según él su gobierno era atacado hasta en las páginas deportivas. En tres o cuatro ocasiones le dije que estaba equivocado y en sus ojos vi la sorpresa de que alguien osara contestarle.

Mayor sorpresa fue la mía al día siguiente, cuando informé detalladamente lo sucedido a los dueños del periódico y uno de estos me dijo: "Carlos, tienes que aprender que al Presidente no se le replica".

Cuando publicamos en primera plana las maniobras iniciales de Carmelo Lauría y Alvarez Stelling para ponerle la mano al Banco de Venezuela, el Secretario de la Presidencia me mandó a decir que él no le tenía miedo al director de El Diario, por lo cual yo publiqué el 12 de octubre de 1986 un artículo titulado "Carmelo, yo sí te tengo miedo".

Con inusitada frecuencia, a media noche, venían a visitarme en el edificio en la Urbanización Avila, donde yo vivía, agentes del Impuesto sobre la Renta. En la caseta de la CANTV, frente a mi edificio, estaba escrito con brocha el nombre "Bol".

A medida que la circulación de El Diario aumentaba, bajaba la publicidad. Primero, perdimos virtualmente toda la publicidad del gobierno y de las empresas del estado y, luego, la publicidad de las grandes empresas que hacían negocios con el gobierno.

Para mí, el comienzo del fin ocurrió en marzo de 1987, cuando me tocó presentar a la Sociedad Interamericana de Prensa, reunida en San Antonio, Texas, el informe de Venezuela en la Comisión de Libertad de Prensa. Allí enumeré los abusos del régimen de Lusinchi y la intención del gobierno de instalar una planta para la elaboración de papel prensa, con el fin de seguir el ejemplo del PRI mexicano y controlar la prensa por medio del suministro del papel.

No tengo ninguna duda que ese era el único fin del proyectado molino de papel, que iba a costar 400 millones de dólares, para darle empleo a apenas mil personas. $400.000 por puesto de trabajo, cuando la industria privada venezolana creaba un empleo nuevo invirtiendo apenas $10.000 y el sector informal con $500.

Cuando regresé a Caracas, fui informado que en lo sucesivo le reportaría a Hernán Pérez Belisario, vicepresidente del grupo Radio Caracas Televisión. El problema para mí fue que Hernán era íntimo de Blanca Ibáñez, quien inclusive –según información recabada– entonces tenía participación en la empresa de Pérez Belisario, la cual le fabricaba todos los teléfonos a la CANTV.

Lo primero que mi nuevo jefe me dijo fue que no veía la necesidad de que El Diario publicara editoriales todos los días. Después de todo, El Universal no lo hacía. Pero como no eliminé el editorial, me ordenó leérselo por teléfono cada noche, para así asegurarse que no hubiese crítica alguna al gobierno.

Eso a menudo significó que a última hora había que volver a escribir el editorial, cuando lo que me provocaba hacer era dejar el espacio en blanco, como entonces lo hacía frecuentemente La Prensa de Nicaragua por la censura del gobierno sandinista. La autocensura es algo más despreciable aún.

A los pocos días, Pérez Belisario me informó que estaba preparando un desayuno en El Diario en honor de Lusinchi y Blanca. Inmediatamente le dije a Marcel Granier, quien originalmente me había traído a El Diario, que yo respetaba demasiado al periódico como institución para recibir, en mi calidad de director general, a una señora que todo el mundo sabía que controlaba los negocios sucios del régimen.

A las 4:30 p.m. del miércoles 13 de mayo de 1987, Hernán Pérez Belisario entró a mi oficina para decirme que estaba despedido y que sacara mis corotos porque el presidente Lusinchi venía ese viernes a desayunarse en el periódico.

El problema era que estaba de por medio la renovación de la licencia de transmisión de Radio Caracas Televisión, dueña del periódico, y el precio aparentemente fue mi cabeza.

Ese viernes, mientras Lusinchi sonreído escribía a máquina en la Redacción del periódico una frase famosa que fue publicada en primera plana al día siguiente, "Es pecado hablar mal del gobierno", yo estaba en el Tribunal Quinto de Instrucción, donde el juez Ramírez Colmenares me dijo. "Dr. Ball, yo aquí no veo gran cosa, pero usted comprende, tengo instrucciones de arriba".

Yo estaba siendo acusado de acaparamiento de vehículos, con el supuesto fin de beneficiarme de un aumento de los precios regulados, en una empresa que había dejado de dirigir en diciembre de 1983. Esa noche, cuando llegué a casa, Anita mi esposa me dijo: "vámonos, ahora que no tienes el periódico respaldándote vas a terminar preso". Emigramos a Estados Unidos y, poco después, los cargos contra mí fueron retirados.

Debo agregar que en 1987 El Diario de Caracas ganó el Premio Nacional de Periodismo.

¿Cómo nace la agencia de noticias AIPE? ¿Cuáles son los principales retos que ha tenido que enfrentar a la hora de decidir tener una empresa independiente en un país extranjero?

Vine a Estados Unidos como "senior fellow" de Heritage Foundation, un instituto conservador, radicado en Washington, que se especializa en examinar y criticar los proyectos de ley que se discuten en el Congreso. Durante los gobiernos de Reagan y Bush fue, sin duda alguna, la institución privada de estudios públicos que más influencia tenía en el gabinete y en el Partido Republicano.

Aprendí mucho e hice los primeros contactos con varios que hoy escriben para mi servicio. Año y medio después intenté fundar en Caracas una institución similar. Yo había sido, en 1984, uno de los tres principales fundadores de Cedice, centro que inició actividades ofreciendo libros de los grandes autores liberales, como Mises, Hayek y Friedman, a estudiantes universitarios que en el área económica sólo conocían a autores como Marx, Keynes y Galbraith. También inició un estupendo programa de entrenamiento para periodistas jóvenes y considero que en pocos años su influencia se ha visto en el mejoramiento profesional.

Pero yo pensaba que en Venezuela se necesitaba otra institución, menos educacional y más combativa en el campo político, sin estar aliada a ningún partido. Les presenté mi proyecto a varios de mis viejos compañeros de la directiva de la Cámara de Comercio de Caracas, representantes de algunas de las más viejas y grandes empresas venezolanas.

La reacción fue decepcionante. Mis amigos no estaban interesados en dar la pelea por los principios fundamentales de la economía de mercado. Algunos claramente me dijeron que sus negocios dependían de la buena voluntad de las autoridades, de las licencias de Fomento, de la aprobación del Banco Central, de la protección de Agricultura y Cría... De "amos del valle" les quedaba sólo el apodo. Transigiendo aquí y allá para ganar este privilegio o bloquear a aquel competidor, le habían vendido el alma al diablo. Espiritualmente eran los mismos empresarios que aplaudieron la estatización petrolera, sin prever que cuando los políticos encontraran insuficiente la renta petrolera procederían a expropiarles con regulaciones, devaluaciones e impuestos la riqueza creada por varias generaciones, haciendo desaparecer o pasar a manos extranjeras la mayoría de los grandes bancos y viejas empresas.

Comprendí entonces por qué no había habido en Venezuela una verdadera oposición al dúo AD/Copei. Era más fácil y provechoso montarse a la tarima. De hecho, los peores ministros de Hacienda y Fomento han sido altos ejecutivos de los grandes grupos empresariales. Y cuando Carlos Andrés Perez procedió a la estatización del Banco Central no hubo un don Enrique Pérez Dupuy que se enfrentara con todos los hierros y se condenó al bolívar a tener el mismo destino que el peso, el sol y el cruceiro.

Anita y yo volvimos a hacer las maletas y nos fuimos a Europa, pensando radicarnos en España o en Inglaterra. Estando allá, vivimos muy de cerca la caída del muro de Berlín, prueba fehaciente que las ideas y la información terminaron siendo más poderosas que los tanques soviéticos. 

En enero de 1990 participé en una reunión de la Sociedad Mont PѨlerin en Guatemala. Esa sociedad fue fundada por Hayek en 1947 porque "hasta la más preciada posesión del hombre occidental, la libertad de pensamiento y expresión, está amenazada por la diseminación de credos, que alegando el privilegio de la tolerancia cuando son minoría, buscan una posición de poder para suprimir y obliterar aquellos puntos de vista diferentes a los suyos".

Allá me encontré con varios colegas liberales que había antes invitado a escribir para El Diario de Caracas, y les ofrecí distribuir sus artículos a periódicos de diferentes países del hemisferio. Casi todos apoyaron con entusiasmo la creación de la Agencia Interamericana de Prensa Económica. Durante el resto del año 1990 me dediqué a darle forma al proyecto y a visitar colegas editores, compañeros de la SIP, para que se suscribieran al servicio y poder contar con un mínimo de ingresos desde el primer día.

AIPE nació en abril de 1991 y, desde entonces 444 economistas, politólogos, periodistas, abogados, sociólogos, etc. han colaborado con el servicio. Nuestra colección de más 3.900 artículos está disponible en los archivos del Hoover Institution de la Universidad de Stanford y espero ofrecerlos dentro de poco en nuestra propia página web, www.AIPEnet.com  actualmente en construcción.

El principal reto de toda nueva empresa es económico, pero una vez cubiertos los gastos, mi aspiración ha sido ofrecer la más diáfana discusión de los grandes temas del momento, explicándole al lector común y corriente de diarios cómo los titulares afectan sus bolsillos y el futuro de su familia.

El momento fue oportuno. De repente, los malos de la partida ya no eran las multinacionales que invierten en nuestros países y los latinoamericanos nos dimos cuenta que habíamos perdido toda una década bajo el estatismo aplastante que sufríamos.

Los diarios estaban interesados no sólo en los premios Nobel de nuestra lista de autores, como Milton Friedman, Gary Becker y Jim Buchanan (todos ellos, por cierto, miembros de la Sociedad Mont PѨlerin), sino que también en gente nueva que escribía sobre las lecciones de naciones exitosas como Chile, las experiencias del Tratado de Libre Comercio, las reformas monetarias de Cavallo en la Argentina y el auge casi permanente de Estados Unidos, la economía más libre del continente. También sobre los fracasos históricos de Alan García en el Perú, Samper en Colombia y Caldera en Venezuela .

La radio, la televisión y más recientemente el Internet convencieron a muchos diarios que su negocio ya no es la noticia caliente sino la interpretación y el comentario de esta, exactamente la razón de ser de AIPE.

Y no puedo ocultar que mi principal aliado en todo esto ha sido la Primera Enmienda de la Constitución de Estados Unidos, la cual me da plena libertad de funcionar como empresa periodística, sin el menor intento de las autoridades americanas en influir sobre lo que hago y total libertad para escribir "con pelos y señales". Es más, aquí nadie osaría acusarme de "traidor" –como lo hizo Caldera– por escribir en mi columna que Clinton es un personaje indeseable y merecía ser despojado del cargo.

Otra gran cosa de este país es que mucha gente me ha abierto las puertas, se ha interesado en lo que hago, me invitan a conferencias, me mandan libros y artículos, contestan mis llamadas telefónicas y mis correos electrónicos, por más importantes y famosos que sean.

Me sentí muy entusiasmado cuando Milton Friedman me autorizó a traducir y editar cualquier artículo o conferencia suya que quisiera, para distribución por AIPE. Una característica poco comentada respecto a Estados Unidos es la generosidad y accesibilidad de las grandes figuras académicas.

Hace cinco meses fui gratamente sorprendido al ser elegido primer vicepresidente de la Philadelphia Society, una especie de Mont PѨlerin americana que fue fundada en 1964 por Milton Friedman, William Buckley (fundador de la revista National Review), F. A. Hayek y Ed Feulner (presidente de Heritage Foundation), entre otros.

Mucha gente me ha ayudado en este país, sin otra razón que por creer en lo que estoy haciendo, lo cual ha hecho bastante menos difícil comenzar de nuevo. No quiero decir que la pelea no ha sido dura. Compito contra gigantes que ofrecen un limitado número de firmas, con vendedores empujando constantemente sus servicios a los diarios del hemisferio y las ventajas de ser algo adicional al inmenso flujo de noticias que distribuyen.

Otra cosa que distingue a AIPE es que no tenemos compromiso de publicación con nadie y nuestros autores nos permiten editar sus escritos, de manera que sean interesantes y fácilmente comprendidos en los 14 países donde tenemos periódicos suscriptores.

Eso, en buena parte, lo debo a mi experiencia escribiendo para The Wall Street Journal desde hace 12 años. Mis artículos son mejorados y pulidos. A veces, recortados. En una ocasión que estaba de viaje, mi editor me llamó cuatro o cinco veces, a países diferentes, para que le aclarara algún concepto o citara a algún tercero en apoyo a algo que yo planteaba.

Cuento con excelentes corresponsales, como Carlos Sabino en Venezuela (profesor de sociología en la UCV), Martín Krause en Buenos Aires (subdirector de la Escuela Superior de Economía y Administración de Empresas) y Alvaro Bardón (ex presidente del Banco Central de Chile), quienes me mandan reportajes que no hay que cambiarles una coma. Con mi tocayo, Carlos Sabino, con inusitada frecuencia me sucede que decido pedirle escriba sobre cierto tema candente en Caracas, abro mi correo electrónico y encuentro allí un artículo suyo exactamente sobre el tema que quería. El más frecuente colaborador de AIPE este año ha sido el brillante analista político mexicano Roberto Blum.

En Venezuela sólo nos publica Venezuela Analítica, desde que El Universal, El Nacional y otros diarios cancelaron nuestro servicio. No deja de asombrarme que en países pequeñitos como El Salvador y Panamá tenemos varios diarios subscriptores, pero en Venezuela ninguno.

En los ocho años y pico de AIPE, no he tenido tiempo de fastidiarme y, a los 60 años –recién cumplidos– es una bendición porque ni el golf ni la pesca me atraen para nada. Aunque sí echo de menos las partidas de dominó caraqueñas.

¿Cuáles han sido los principales logros del CATO Institute del cual Ud. forma parte como académico asociado?

Mi primer contacto con el Cato Institute ocurrió en el verano de 1984, cuando mi hijo mayor (ahora profesor de leyes en la Universidad de Illinois) y yo asistimos a un seminario de una semana en Dartmouth, presentado por Cato. Fue una experiencia intelectual inolvidable. Por primera vez en mi vida me sentí totalmente identificado con las exposiciones de todos y cada uno de los conferencistas, gente como el profesor Leonard Liggio (actual vicepresidente del Atlas Economic Research Institute), el profesor Israel Kirzner (ex alumno de Mises) y Edward Crane, presidente de Cato. Me di cuenta de haber encontrado a mi familia intelectual y que ya no estaba solo en el mundo de las ideas. Mi admiración e identificación personal con el Cato Institute sólo ha aumentado con el pasar de los años.

Fue, entonces, una muy agradable sorpresa cuando el año pasado Jim Dorn, vicepresidente académico, me invitó a formar parte del instituto, como "adjunct scholar", académico asociado.

Cato, fundado en 1977 por su actual presidente, Ed Crane, lleva 22 años promoviendo políticas públicas basadas en la libertad individual, un gobierno limitado, libre mercado y paz.

El nombre del instituto conmemora las Cartas de Catón, ensayos libertarios que mostraron el buen camino a los próceres de la independencia de Estados Unidos.

Hoy, con un presupuesto anual de $13 millones, un precioso y moderno edificio propio en el centro de Washington, cuenta con 77 empleados a tiempo completo, 55 "adjunct scholars" y 14 "fellows"

Monografías y estudios cortos son comisionados con el propósito de examinar el presupuesto federal, la Seguridad Social, la política monetaria, el FMI, la política de recursos naturales, los gastos militares, las regulaciones estatales, la OTAN, el comercio internacional, entre otros muchos temas. El Instituto también publica libros, la revista trimestral "Regulation" y el "Cato Journal". Sus miembros están permanentemente dictando conferencias, atestiguando ante comisiones del Congreso, siendo entrevistados en la televisión y escribiendo artículos para la prensa.

Cato tiene una página web en español ( http://www.elcato.org ) y José Piñera, ex ministro del Trabajo y autor de la privatización de las pensiones en Chile, es co-presidente del Proyecto Cato para la Privatización del Seguro Social. Roberto Salinas León de México y Enrique Ghersi del Perú son también "adjunct scholars". Ian Vásquez, peruano de nacimiento, es director del Proyecto de Libertad Económica Global.

Según el New York Times: "El Cato ha conseguido generar más actividad e interés a lo ancho de un más amplio espectro político, que algunos de sus más sedados y mejor presupuestados competidores". Y según The Wall Street Journal: "Uno de los tanques de pensamiento con más rápido crecimiento en Washington, el Cato continúa construyendo una reputación de integridad".

¿Cuál es su opinión con respecto al principio de información veraz propuesto por el periodista Eleazar Díaz Rangel el cual está siendo propuesto por algunos sectores políticos con el fin de que sea parte de la nueva Constitución que regirá a Venezuela?

El empeño en manipular y coartar la información es algo mucho más viejo que la imprenta. Orwell decía que el intento de cambiar la historia nacía el mismo día en que se reporta la noticia, creyendo –además– que las más letales armas de Hitler y de Stalin fue la tergiversación de la historia.

El código impuesto por Fidel Castro a los corresponsales extranjeros mantiene que estos "deberán actuar en su trabajo profesional con objetividad, ateniéndose a la rigurosidad de los hechos, en consonancia con los principios éticos que rigen el ejercicio del periodismo… de acuerdo con las normas y regulaciones establecidas en el país". Esa es "la información veraz" según Fidel, quien como dictador ha sobrevivido todas las presiones de Estados Unidos, pero sabe que no sobreviviría una prensa libre en Cuba.

La mejor defensa de la total libertad de expresión, sin reglamentaciones ni cortapisas, la formuló John Stuart Mill en su ensayo "Sobre la libertad", publicado en 1857. De allí cito estas lapidarias líneas: "…la peculiaridad del mal que consiste en impedir la expresión de una opinión es que se comete un robo a la raza humana; a la posteridad tanto como a la generación actual; a aquellos que disienten de esa opinión, más todavía que a aquellos que participan en ella. Si la opinión es verdadera se les priva de la oportunidad de cambiar el error por la verdad; y si errónea, pierden lo que es un beneficio no menos importante: la más clara percepción y la impresión más viva de la verdad, producida por su colisión con el error".

Es otra muestra de fatal arrogancia política intentar controlar la información. Al igual que bajo el libre mercado los productos mejores y más baratos desplazan a los menos buenos, bajo total libertad de expresión, la verdad desplaza a la mentira, sin intervención del soberano.

¿Cuáles cree Ud. que pueden ser las principales consecuencias positivas o negativas para Venezuela una vez que se haya redactado y aprobado la nueva Constitución?

La lamentable realidad es que las mejores constituciones del continente son las más antiguas: la de Estados Unidos y la redactada por Alberdi en la Argentina en 1853. Las más recientes constituciones, como la de Brasil (1988) y la de Colombia (1991) son las peores. La prueba de lo que digo está a la vista de quien quiera ver y ello me hace pesimista sobre la constitución de Chávez.

Considero un error la propaganda del régimen actual que le hace creer a la gente que la nueva constitución será un efectivo remedio a los graves problemas que acosan a Venezuela.

También creo que es un error la definición misma de lo que es una constitución. Lejos de ser una piñata negociada para el reparto o asignación de los llamados derechos sociales, debiera ser un documento que defiende al ciudadano de los abusos de los gobernantes y de las violaciones de ese fideicomiso que los electores dan a sus representantes políticos para que defiendan sus derechos naturales a la vida, la libertad, la propiedad y la búsqueda de la felicidad.

Así como los cristianos se rigen por Diez Mandamientos, muy fáciles de comprender por todos, una buena constitución no debe ser mucho más larga ni mucho más complicada. Los adornos y multiplicidad de cláusulas sólo la debilitan por ser el resultado de intentos de ingeniería social y de la concesión de derechos o protecciones especiales a ciertos grupos, en detrimento de la igualdad ante la ley.

A fin de cuentas, no creo que las consecuencias vayan a ser mucho peores que nuestra experiencia democrática de los últimos 40 años. Después de todo, los adecos y los copeyanos gobernaron por más de 30 años con los derechos económicos suspendidos, de la constitución que ellos mismos redactaron en 1961, por el "estado de emergencia" de 1960. Eso le permitió al Ejecutivo gobernar por decreto, planificar la economía y ponerle la mano a las riquezas de la nación.

No pareciera que Chávez va a estar a la cabeza de un Poder Ejecutivo más débil que el de sus antecesores, por lo que independientemente de las frases grandilocuentes de la nueva constitución habremos cambiado el derecho de elegir a un dictador cada cinco años por la elección de un dictador por seis o siete años, reelegible inmediatamente a un segundo período.

Más que la constitución, veo la ineludible profundización de la globalización como lo que puede proteger a los venezolanos del abuso del poder y del saqueo de sus propiedades, en nombre de la redistribución y la justicia social.

Hemos comprobado que las ganancias petroleras ya son insuficientes para alimentar, educar, proveer de vivienda y atención médica a 24 millones de venezolanos, inclusive si se lograra cambiar el actual sistema de ineficiencia y corrupción a lo ruso por otro de eficiencia y ética militar.

La confirmación constitucional de la estatización petrolera efectuada por Pérez perjudica a todos los venezolanos y en especial al estado, cuyos ingresos de una operación politizada, poco transparente y crecientemente ineficiente será siempre inferior a los ingresos fiscales provenientes de un sector petrolero independiente, manejado y gerenciado bajo las eficientes reglas e incentivos del mercado.

La única salida a corto plazo para Venezuela es crear incentivos y el ambiente de seguridad necesario para atraer inversiones (tanto extranjera como la   repatriación de capitales nacionales) y eso no se logra con constituyentes, altos impuestos, regulaciones, funcionarios deslenguados o amenazas de confiscaciones a los latifundios y demás propiedades mal vistas por el régimen. Eso se logra solamente si la gente confía en poder retener el fruto de su esfuerzo y si los inversionistas prevén un atractivo rendimiento sobre el capital arriesgado en el país.

Mi recomendación a los miembros de la constituyente sería recordar la frase de Thomas Jefferson: "Si podemos evitar que el gobierno malgaste la labor de la gente bajo la pretensión de ayudarlos, el pueblo será feliz".

En este mundo tan globalizado y de economías tan fortalecidas como por ejemplo la estadounidense y la de determinados países europeos ¿Qué cree usted que sigue ocasionando el hecho de que Latinoamérica continúe teniendo los grandes problemas políticos-sociales-económicos de los que adolece? 

Estados Unidos sí, pero no estoy convencido que se puede incluir en la misma frase a los países europeos. En gran parte Europa vive de laureles pasados, sus tasas de desempleo se acercan a las latinoamericanas, la inflexibilidad de sus leyes laborales y el inmenso peso de sus gastos sociales la colocan en clara desventaja vis-a-vis Estados Unidos y Asia.

La vieja Europa privilegia a los viejos, a los pensionados, a los funcionarios públicos y a los miembros de los grandes sindicatos. Los jóvenes competentes y ambiciosos tienden a emigrar, si no a Estados Unidos, por lo menos a Inglaterra, donde la "tercera vía" de Blair no ha destruido todavía los logros de Mrs. Thatcher. O a Irlanda, que es la más reciente historia de auge económico, principalmente por haber reducido drásticamente los impuestos, a pesar de todas las presiones de Bruselas por unificar ese mal europeo.

Para el bienestar moral es indispensable la libertad política. Lamentablemente, la historia del siglo XX nos muestra que la libertad política no sólo no conduce necesariamente a la libertad económica, sino que —por el contrario- suele empujar en el otro sentido, a medida que poderosos grupos de presión (sindicatos, industriales y agricultores proteccionistas, funcionarios públicos, etc.) obtienen legislación que les concede privilegios y rentas.

La libertad económica, por el contrario, tiende a tornarse con el tiempo en libertad política, como sucedió en Chile; a la vez que deja en manos de la gente todas las decisiones cotidianas sobre qué comprar y vender, a qué dedicarse, etc. Tales decisiones, a fin de cuentas, son mucho más importantes para el bienestar personal y familiar que las decisiones acerca de por quién votar. El intervencionismo beneficia a los poderosos (aquellos que tienen los mejores contactos políticos o los bolsillos más profundos para comprar a funcionarios y legisladores), mientras que el libre mercado beneficia a la gente común y corriente. Igualmente importante es que el libre mercado hace que en el país se hagan las inversiones más provechosas (la óptima asignación de escasos recursos), mientras se importa libremente todo lo que sale más barato traer de fuera. Eso aumenta el nivel de vida de la población y exactamente por ello es que un obrero americano vive mejor que un profesional de clase media alta europeo.

Mientras en Venezuela la Corporación de Guayana instalaba fábricas que eran obsoletas antes de inaugurarse y que sólo producirían pérdidas a la nación (infame asignación de recursos), en San José, California se disparaba una segunda revolución industrial para complacer las necesidades del próximo milenio. Esa es la diferencia entre la planificación del burócrata y la libertad de empresa.

Yo no creo en la superioridad de las razas ni en que los protestantes son más trabajadores que los católicos. Después de todo, los chinos han logrado tener inmenso éxito en Hong Kong y en el resto del Asia, mientras que en su patria, la China comunista, hasta ayer se morían de hambre. Los cubanos en Miami manejan autos último modelo y en La Habana andan a pie o en bicicleta. Es la misma gente. La diferencia es el sistema político y económico; el sistema venezolano nos ha empobrecido, convirtiendo a un país de inmigrantes en uno de emigrantes, donde muchos de los jóvenes más ambiciosos y mejor educados votan con los pies, marchándose al exterior. Bolívar nos recordaría que él murió en Santa Marta.

Entrevista publicada en Venezuela Analítica www.analitica.com.