Este verano, recuerda que el hielo solía ser un lujo

Joakim Book destaca la increíble historia de cómo la idea de negocio Frederick Tudor, objeto de burlas durante décadas, eventualmente produjo eventualmente la industria de hielo a nivel mundial.

Por Joakim Book

Antes de que los refrigeradores se convirtieran comercialmente viables a fines del siglo XIX y los electrodomésticos comunes lo hicieron en el siglo XX, las elites de las sociedades del pasado estaban suscritas a los “servicios de hielo”. En el invierno, los trabajadores recolectaban hielo de ríos y lagos, lo trituraban en trozos más pequeños y lo almacenaban en cámaras subterráneas frescas hasta que fuera necesario en verano –para refrescarse, contrarrestar fiebres, mantener frescos los pescados y los lácteos, y para hacer helado. Esto se convirtió en un negocio que, en su apogeo, empleo a casi cien mil personas solo en EE.UU. a fines del siglo XIX. 

El agua congelada en un verano cálido y húmedo fue durante mucho tiempo un privilegio exclusivo de los súper ricos. Antes de que la industria de entrega de hielo se estableciera (es decir, cuando los clientes que vivían en la ciudad podían suscribirse a entregas de hielo diarias o semanales), las costosas mansiones en lugares como Inglaterra y Rusia venían con sus propias casas de hielo —a menudo cámaras subterráneas cerca de los lagos, abastecidas en invierno por los ríos y lagos locales. Las civilizaciones humanas alrededor de las principales cordilleras, como los Andes o las Himalayas, han cosechado hielo de los glaciares sin fin sobre la línea de árboles, enviando capas de hielo río abajo —como lo hicieron los romanos en los milenios anteriores. 

Esa era la única manera antes de la refrigeración para congelar o mantener las bebidas refrigeradas. La práctica era ardua y difícil, la cobertura geográfica era limitada y gran parte del hielo se derretía en el camino. En Inglaterra, en los años 1700s y 1800, se importaron grandes cantidades de hielo de calidad superior de Noruega y se colocaron en casas de hielo subterráneas –una de las cuales se descubrió recientemente debajo del Parque Regent en Londres. La costumbre, escribe el historiador Daniel Boorstin hace medio siglo en sus tres volúmenes acerca de la historia de EE.UU., era “parte del lujoso equipamiento del palacio de los gobernadores reales de Virginia”. En la lejana Nueva Inglaterra, el hielo estaba a punto de revolucionar la experiencia de los veranos calurosos en todo el mundo. 

El primer intento de traer hielo a las masas está asociado con un hombre testarudo llamado Frederick Tudor. Criado en una familia acomodada en el siglo XVII, el “Rey del Hielo” pudo haber nacido con una cuchara de plata en la boca, pero casi perdió la fortuna de su familia antes de finalmente despegara su negocio de hielo. Encarcelado dos veces y arrestado tres veces por deudas no pagadas, su persistencia frente a constantes fracasos es admirable y una ilustración de cómo la innovación sucede gradualmente –por emprendedores que realizan pruebas incesantemente, intentando lograr su objetivo una y otra vez.

La idea de Tudor debería haber sido el plan de negocios perfecto: enviar el hielo abundante desde Nueva Inglaterra, donde era prácticamente una molestia, a los prósperas metrópolis donde era increíblemente útil. Él creía, escribe Gavin Weightman en The Frozen Water Trade, que “podría ganar dinero con una mercancía que otros habitantes de Nueva Inglaterra consideraban inútil”. 

El primer viaje de Tudor en 1806 terminó con nada más que perdidas. Había comprado un barco propio ya que ningún transportista llevaría su carga extraña (¿el hielo derretido no dañaría el barco o su carga?). Antes de haber aprendido a aislar adecuadamente el hielo durante el tránsito, Tudor llegó a su primer destino, la colonia francesa de Martinica, sin ningún lugar para almacenar la carga mayormente derretida. No fue exactamente un éxito instantáneo.  

Después de sus primeros viajes lúgubres a las Indias Occidentales, La Habana, y el suroeste estadounidense, aprendió a establecer depósitos de hielo bien aislados en estos destinos antes de que llegara el hielo; que la turba aísla el hielo mejor que el carbón; que el aserrín y las mantas funcionaban aún mejor. Después de haber soportado durante décadas las burlas de sus fracasos comerciales y humillaciones por malgastar la fortuna de su familia, reemplazó las rocas que los barcos habían utilizado previamente como lastre con cortes de hielo estandarizados. De repente, la bodega se llenó de un producto valioso conforme los barcos navegaban del noreste hacia el sur.  

Desde los lagos de Nueva Inglaterra, y a través de los cientos de instalaciones de almacenamiento de hielo en el río Hudson y en las casas de hielo en los puertos de la costa este, se entregaron millones de toneladas de hielo a los clientes urbanos en medio de los veranos calurosos. Las revistas para mujeres, como Godey’s Lady’s Book en Filadelfia, instruía en 1850 que el helado era una necesidad de la vida y que las fiestas donde faltaba eran como un desayuno sin pan. Para los habitantes de Filadelfia, Charleston o Nueva Orleans, los suministros de hielo proporcionaban un respiro muy necesario del calor del verano.

Un torbellino de innovaciones durante las próximas décadas hizo florecer el negocio del hielo. Tudor mejoró aún más sus técnicas de aislamiento y transporte, y amplió sus entregas de Nueva Inglaterra a países tan lejanos como India y Australia. 

No sorprende, entonces, que cuando los inviernos suaves de la década de los 1880s y principios de 1900, la escasez de hielo se convirtió en una preocupación importante entre la élite. Los periódicos de la época declararon el fin del hielo cosechado, proclamando una inminente hambruna de hielo y el fin de la vida cómoda que había traído el líquido congelado. El fin de la vida como la conocían. 

Sin embargo, la falta de hielo natural no fue lo que acabó con la industria del hielo. La electricidad hizo eso. Primero suplantándolo por plantas mecánicas que fabricaban hielo y luego por refrigeradores eléctricos, el negocio de envío de hielo gradualmente cerró —debido a la innovación, y no por falta de recursos naturales o el cambio climático.  

Al enfrentarse con una “hambruna” de hielo, la humanidad resolvió el problema con la innovación, el conocimiento y la tecnología —no mediante el racionamiento del uso o de los esfuerzos para la preservar el abastecimiento de hielo. Las comparaciones con la supuesta escasez de materias primas o la sobre explotación de los recursos comunes como el pescado o los rinocerontes abundan. La creatividad humana resolvió la escasez de hielo y es probable que lo haga con respecto a otras escaseces (temporales) en el futuro.

Este artículo fue publicado originalmente en HumanProgress.org (EE.UU.) el 30 de junio de 2020.