¿Está el presidente haciéndose la pregunta adecuada?
Ryan Bourne dice que en lugar de preguntarse si el paquete del presidente Trump estimulará la economía, los diseñadores de políticas públicas deberían preguntarse si este tendrá la capacidad de mitigar los problemas que se vienen conforme el virus se esparce y las medidas requeridas para contenerlo son desplegadas.
Por Ryan Bourne
El Presidente Donald Trump quiere darle todo su esfuerzo al estímulo fiscal, así lo reporta la prensa. Hasta ahora mucha cobertura de su probable contenido ha partido de una premisa —preguntar si cualquier paquete ayudaría a “estimular” la economía al aumentar el gasto. Esa parece ser para mí la forma equivocada de pensar acerca del problema del coronavirus, en lo que concierne a la economía.
En términos económicos, la epidemia es principalmente y sobre todo un shock de oferta —una disrupción de las cadenas de suministro y de las actividades presenciales, siendo los trabajadores removidos de la producción debido a enfermedades o al miedo de enfermarse, siendo esto potencialmente exacerbado a través de las políticas de contención. Ese shock de oferta, entonces, refleja el principal problema de externalidad que es inevitable a corto plazo y los efectos económicos de las medidas de salud pública que se requieren para mitigarlo. Es simultáneamente un shock de demanda porque la gente evita ciertos tipos de gasto y de socialización y estiman que sus ingresos probablemente serán más bajos debido a este problema subyacente.
Visto desde esta perspectiva, es un error conceptual creer que lo que queremos ahora es que la política fiscal, a través de los impuestos y el gasto, de alguna manera aliente un “retorno a la normalidad” a través del fomento del consumo. De hecho, devolver el comportamiento a la normalidad incurre en el riesgo de empeorar el problema de externalidad asociado con el esparcimiento del virus, porque más actividad implica una mayor transmisión. Usted no empezaría una obra de construcción frente a un huracán inminente.
En lugar de preguntarse: “¿estimulará esto la economía?” (o incluso la bolsa de valores), parece que los diseñadores de políticas públicas deberían en cambio estar preguntándose: “¿Cómo podemos abordar la externalidad masiva del problema sin causar demasiado daño económico?”
Visto desde esa perspectiva, los grandes recortes tributarios —como el propuesto recorte en los impuestos sobre la nómina de empleados— parecen ser un instrumento costoso y directo para aliviar el stress. Si el distanciamiento social es necesario, no queremos que los empleados salgan a gastar más dinero porque lo tienen en sus bolsillos. Ciertamente, no hay argumentos a favor de un gran recorte de impuestos sobre la nómina de los empleados hasta las elecciones de noviembre, como lo parece desear el Presidente Trump.
El reto clave es cómo relajar la restricción de liquidez que limita a los hogares y negocios, los cuales sufrirían las mayores pérdidas de ingreso si la demanda de sus servicios colapsa o si se requiere que sus actividades sean pausadas temporalmente. El impuesto sobre la nómina no hará eso, para empezar porque cualquiera que sea despedido no se beneficiará de este, y aquellos trabajadores en muchas industrias de servicios tales como los restaurantes y bares (donde las propinas son importantes) no se beneficiarán mucho de estos.
Dado que pocos parecen haberse asegurado frente a este suceso fortuito, tiene mucho más sentido tomar medidas selectivas para ayudar a que los negocios que de otra manera fuesen viables no quiebren o proveer cierto nivel de seguridad a los trabajadores y contratistas que de otra manera hubiesen tenido los incentivos perversos de continuar trabajando incluso si están enfermos. Un recorte de impuesto sobre la nómina al empleador para evitar despidos tiene más sentido que un recorte por el lado de los empleados, particularmente si es dirigido a ciertas industrias. Y aunque estuviesen plagados de problemas de compadrazgos, puedo por lo menos ver la razón detrás de los programas de préstamos para ayudar a ciertos negocios soportar lo que parece ser una recuperación con forma de “V”. Lo que queremos evitar, sin embargo, son los grandes rescates y los problemas de riesgo moral —esto es, lanzarle dinero a negocios que no serán viables en el nuevo mundo posterior a la epidemia. Han habido reportes preocupantes acerca del presidente pidiendo asistencia para las empresas de petróleo y gas natural en vista de la caída de los precios del petróleo, por ejemplo. No queremos establecer la idea de que o las epidemias son una ocurrencia anormal que los gobiernos siempre deberían resolver mediante su intervención, destruyendo así las futuras respuestas de mercado como un seguro contra una pandemia o que las empresas y los hogares tomen medidas de precaución.
El punto clave, no obstante, es que el paquete que presente el presidente eventualmente no debería ser juzgado por su capacidad de estimular la economía, sino más bien por su capacidad de “mitigar los problemas que se vienen conforme el virus se esparce y las medidas necesarias para contenerlo son desplegadas”. Esta es una diferencia sutil de énfasis, pero es una diferencia importante.
Este artículo fue publicado originalmente en Cato at Liberty (EE.UU.) el 10 de marzo de 2020.