Escuelas públicas: Privatízenlas

Por Milton Friedman

Este ensayo fue publicado originalmente el 19 de febrero de 1995 en el Washington Post y fue reproducido en inglés por el Cato Institute con permiso del autor y del Washington Post (Cato Institute Briefing Paper no. 23). También puede leer este documento en formato PDF aquí.


Sumario

Nuestro sistema de educación, primaria y secundaria, necesita de una reestructuración radical. Una reconstrucción así, sólo puede realizarse privatizando la mayor parte del sistema educativo, es decir, permitiendo que la actividad privada, con fines de lucro, desarrolle una amplia variedad de servicios educativos y sea una competencia efectiva a las escuelas públicas. El modo más factible de realizar esta transferencia, del sector público a las empresas privadas, consiste en establecer, en cada estado, un sistema de bonos escolares que permita a los padres escoger las escuelas a las que asisten sus hijos. El bono escolar debe ser universal, disponible para todos los padres y suficiente para cubrir los costos de una educación de alta calidad. No deberían fijarse condiciones anexas a los bonos escolares que interfirieran con la libertad de las empresas privadas para experimentar, explorar e innovar.

Introducción

Nuestro sistema educativo primario y secundario necesita de una reconstrucción radical. Esta necesidad surge como resultado, en primer lugar, de los defectos de nuestro sistema vigente. Pero, además, se ha visto reforzada, en gran medida, por algunas de las consecuencias de las revoluciones, tecnológica y política, ocurridas en las últimas décadas. Estas revoluciones prometen aumentos considerables en la producción mundial, pero también amenazan con serios conflictos sociales a los países desarrollados, debido a la creciente brecha de ingresos entre los altamente calificados (la elite del conocimiento) y la mano de obra no calificada.

Una reconstrucción radical del sistema educativo puede evitar los conflictos sociales mientras que fomenta mejoras en la calidad de vida, posibles gracias a la revolución tecnológica y el crecimiento del mercado global. En mi opinión, una reconstrucción radical sólo se lograría privatizando la mayor parte del sistema educativo —es decir, permitiendo que las empresas privadas con fines de lucro ofrezcan una gran variedad de servicios educativos para que compitan con la educación pública. Semejante reconstrucción no podrá hacerse de la noche a la mañana; inevitablemente, debe ser un proceso gradual.

La manera más factible de realizar una transferencia, gradual pero importante, de la educación pública a las empresas privadas es mediante de un sistema de bonos escolares implementado en cada estado que permita a los padres la libertad de escoger las escuelas a las que asistan sus hijos. Propuse éste sistema de bonos hace 40 años.

En los últimos años se han realizado muchos intentos de adoptar el sistema de bonos escolares. Salvo excepciones menores, nadie ha logrado implementarlo, debido al poder político del establishment educacional, recientemente fortalecido por la Asociación Nacional de Educación y la Federación Americana de Maestros, el grupo de presión más poderoso de los Estados Unidos.

1. El deterioro de la enseñanza

Nuestras escuelas hoy son mucho peores de lo que eran en 1955. En ningún otro aspecto son tan grandes las desventajas de los residentes de los barrios pobres como en la calidad de la educación que pueden obtener para sus hijos. Las razones son, en parte, el deterioro de nuestras ciudades centrales y, también en parte, la creciente centralización de las escuelas públicas —como lo muestra la reducción del número de escuelas de distrito de 55.000 en 1955 a 15.000 en 1992. Con la centralización, ha resultado —como causa y efecto— el incremento del poder de los sindicatos docentes. Cualquiera que sea la razón, el deterioro de la educación primaria y secundaria es un hecho indiscutible.

Con el paso del tiempo, el sistema ha empeorado a medida que se ha venido centralizando. El poder de decisión se ha ido desplazando desde la comunidad local a la escuela, de ésta al distrito escolar, de éste al estado hasta llegar al gobierno federal. Cerca del 90% de nuestros niños ahora van a las denominadas escuelas públicas, que no son nada públicas, sino feudos privados propiedad principalmente de sus administradores y de los dirigentes sindicales.

Todos conocemos los tristes resultados: hay algunas escuelas públicas relativamente buenas que se ubican en los suburbios y en las comunidades de altos ingresos; otras escuelas públicas muy malas, se encuentran en el interior de nuestras ciudades, afectadas por altas tasas de deserción, creciente violencia escolar, bajo rendimiento y desmoralización de maestros y estudiantes.

Estos cambios en nuestro sistema educativo ha mostrado claramente la necesidad de una reforma fundamental. Pero también ha fortalecido los obstáculos para una amplia reforma del sistema, que podría realizarse mediante un efectivo sistema de bonos escolares. Los sindicatos de maestros se han opuesto amargamente a cualquier reforma que disminuya su poder y han adquirido una enorme fuerza, política y financiera, que están dispuestos a utilizar para derrotar cualquier intento de adoptar el sistema de bonos escolares. El último ejemplo de lo que vengo diciendo es la derrota de la Proposición 174, ocurrida en California, en 1993.

2. La nueva revolución industrial

Una reconstrucción radical de nuestro sistema educativo se ha vuelto más urgente debido a las revoluciones gemelas que han ocurrido en las últimas décadas: una revolución tecnológica —el desarrollo, en particular, de medios más eficientes y eficaces de comunicación, transporte y transmisión de datos; y una revolución política que ha ampliado la influencia de la revolución tecnológica.

La caída del muro de Berlín fue el acontecimiento más dramático de la revolución política. Pero no fue, necesariamente, el más importante. Por ejemplo, el comunismo no ha muerto en China y no ha colapsado. Y aún así a comienzos de 1976, el Primer Ministro Deng inició una revolución dentro de China que condujo a que ésta se abra al resto del mundo. De modo semejante, una revolución política tuvo lugar en América Latina, la cual, en el curso de las últimas décadas, ha conducido a un incremento importante en la porción de la población de esa región que vive en países que pueden ser descritos con propiedad más como democracias que como dictaduras militares, y que están luchando por ingresar en los mercados mundiales abiertos.

La revolución tecnológica ha hecho posible que una empresa ubicada en cualquier lugar del mundo pueda emplear recursos ubicados en cualquier sitio, para elaborar un producto en otro lugar y luego venderlo en cualquier otro lugar del planeta. Es imposible decir, “éste auto es estadounidense” o “éste auto es japonés”, y lo mismo sucede con muchos otros productos.

La posibilidad de coordinar el capital y el trabajo, en cualquier parte del mundo, con el capital y el trabajo, de cualquier otro sitio, tuvo efectos dramáticos incluso antes de que la revolución política tuviera lugar. Significó la existencia de una gran oferta de trabajo, relativamente de salarios bajos, para colaborar con el capital de los países desarrollados, capital físico y más importante aún, capital humano —habilidades, conocimientos, técnicas, capacitación.

Antes de que la revolución política sucediera, la vinculación internacional del trabajo, el capital y los conocimientos ya había resultado en una rápida expansión del comercio internacional, en el crecimiento de las empresas multinacionales y en un grado, inconcebible hasta ese momento, de prosperidad en los países otrora subdesarrollados de Asia del Este, conocidos como los “Cuatro Tigres”. Chile fue el primero en beneficiarse de estos desarrollos en América Latina, pero su ejemplo pronto se extendió a México, Argentina y otros países de la región. En Asia, el último en embarcarse en un programa de reformas de mercado ha sido India.

La revolución política reforzó considerablemente a la revolución tecnológica de dos maneras. Primero, aumentó grandemente la masa de mano de obra de salarios bajos —aunque no necesariamente de baja calificación— que podría ser empleada para coordinarse con el trabajo y el capital de los países avanzados. La caída del “telón de acero” agregó, tal vez, a 500 millones de personas; y China liberó, al menos parcialmente, a cerca de 1000 millones de personas que luego podían ser involucradas en actos capitalistas con personas de cualquier otro lugar del mundo.

Segundo, la revolución política desacreditó la idea de la planificación centralizada. Condujo, en todas partes, a una mayor confianza en los mecanismos de mercado que en el control gubernamental centralizado. Y aquello fomentó el comercio internacional y la cooperación entre las naciones.

Estas dos revoluciones ofrecen la oportunidad de una importante revolución industrial —comparable a la ocurrida hace 200 años, también esparcida mediante los desarrollos tecnológicos y el libre comercio. En aquellos 200 años, el producto mundial creció más que en los 2000 anteriores. Ésta meta podría superarse en las próximas dos centurias si los habitantes del mundo obtienen plenos beneficios de las nuevas oportunidades.

3. Diferencias salariales

Las revoluciones gemelas han producido salarios más altos para los trabajadores y mejores ingresos para casi todas las clases sociales en los países subdesarrollados. El efecto ha sido un poco distinto en los países desarrollados. La fortalecida relación entre el trabajo de bajo costo y el capital ha elevado los salarios de los trabajadores de alta calificación y las ganancias sobre el capital físico, pero ha presionado a la baja a los salarios de los trabajadores de baja calificación. El resultado ha sido un notable ensanchamiento de las diferencias salariales entre los trabajadores de alta y los de baja calificación, tanto en los Estados Unidos como en otros países desarrollados.

Si el ensanchamiento de las diferencias salariales prosigue de manera descontrolada, hay riesgo de que resulte en un problema social de grandes proporciones en nuestro país. No estaremos dispuestos a ver un sector de nuestra población descender un nivel de vida del Tercer Mundo, mientras que otro sector de nuestra población se vuelve cada vez más rico. Semejante estratificación, es una receta para el desastre social. La presión para evitarlo, mediante el proteccionismo y otras medidas semejantes, será irresistible.

4. Educación

Hasta ahora, nuestro sistema educativo ha incrementado la tendencia hacia la estratificación social. Y ello a pesar de que es la única fuerza visible con capacidad de mitigar esa tendencia. La inteligencia innata juega, sin lugar a dudas, un papel importante en determinar las oportunidades de cada individuo . Sin embargo, no es la única característica humana de importancia, como lo demuestran numerosos ejemplos. Lamentablemente, nuestro sistema educativo actual contribuye muy poco a que los individuos, cualquiera que sea su coeficiente intelectual, hagan el mejor uso de sus características. Y ello a pesar de ser el camino para revertir las tendencias hacia una mayor estratificación. Un sistema educativo de mejor calidad podría hacer más que cualquier otra cosa para reducir el daño que produciría a nuestra estabilidad social una amplia y permanente clase de gente muy pobre.

Existe un enorme espacio para la mejora de nuestro sistema educativo. Difícilmente exista otra actividad técnicamente más atrasada en los Estados Unidos. Enseñamos a los niños, esencialmente, de la misma forma en que lo hacíamos hace 200 años: un maestro frente a un grupo de niños, encerrados en un salón. La disponibilidad de computadoras ha cambiado la situación, pero no de modo fundamental. Las computadoras adquiridas por las escuelas públicas no se emplean de manera creativa ni innovadora.

Creo que la única forma de hacer una mejora importante en nuestro sistema educativo es través de la privatización, hasta el punto en que una porción substancial de los servicios educativos sea suministrada por empresas privadas. No hay otra forma de debilitar o de destruir considerablemente el poder del establishment educacional —una precondición necesaria para mejorar radicalmente nuestro sistema educativo. Y sólo las empresas privadas de educación podrán introducir una competencia que obligue a las escuelas públicas a mejorar, con el fin de mantener su clientela.

Nadie puede predecir la dirección que tomará un verdadero sistema educativo de libre mercado. Por las experiencias en otras actividades, sabemos cuán creativas pueden ser las empresas privadas bajo un sistema de libre competencia, qué variedad de productos y servicios pueden ofrecer, cuán aptas se muestran para satisfacer a los clientes —es lo que necesitamos en las escuelas, hoy. Sabemos de qué manera la industria de telecomunicaciones se ha revolucionado mediante la apertura a la libre competencia; cómo el fax ha comenzado a socavar el monopolio del correo de primera clase; de qué forma UPS, Federal Express y muchas otras empresas privadas han transformado la entrega de paquetes y de correspondencia y, en un nivel estrictamente privado, cómo la competencia de autos japoneses ha transformado a la industria automotriz nacional.

La educación privada a la que asiste un 10 % de los niños consiste de unas pocas escuelas de exclusivas que educan a un alto costo a una pequeña porción de la población, mientras que las escuelas parroquiales sin fines de lucro compiten con la educación pública, a bajos costos, gracias a la dedicación de sus maestros y a los subsidios de las instituciones que las patrocinan. Estas escuelas privadas proveen una mejor educación, para una pequeña porción de los niños, pero no están en condiciones de hacer cambios innovadores. Para ello, necesitamos la participación de un sistema de empresas privadas más amplio y vigoroso.

El problema es cómo llegar de aquí a allá. Los bonos escolares no son un fin en sí mismos; son los medios para una transición desde un sistema público a un sistema de mercado. El deterioro del sistema educativo y la estratificación creada por la nueva revolución industrial han hecho más urgente e importante la privatización del sistema de lo que era 40 años atrás.

Los bonos escolares pueden promover una rápida privatización sólo si son aptos para crear una gran demanda de colegios privados, lo suficiente para constituir un incentivo real para que los empresarios ingresen a esta industria. Para ello es necesario, en primer lugar, que el bono escolar sea universal, disponible para todos los que pueden enviar a sus hijos a escuelas públicas; y, en segundo lugar, que si el bono tiene un valor nominal inferior al costo por alumno de la educación pública, sea suficiente para cubrir el costo de una empresa educacional privada, con fines de lucro, que suministre una educación de alta calidad. Si esto se lograra, habría un número significativo de familias dispuestas a gastar algo más de sus ingresos para que sus hijos obtengan una educación de mayor calidad aun. Como sucede en todos los casos, el producto "de lujo" pronto se difunde, convirtiéndose en un producto básico.

Para implementar este modelo, es esencial que no se impongan condiciones para la aceptación de los bonos escolares que interfieran con la libertad de las empresas privadas de experimentar, explorar e innovar. Si el modelo se lleva a cabo, todos —excepto un reducido grupo de intereses particulares- ganarán: los padres, los estudiantes, los buenos docentes, los contribuyentes —para quienes bajará el costo del sistema educativo— y especialmente los residentes de las ciudades centrales, que tendrán una alternativa real a las miserables escuelas urbanas a las que tantos de sus hijos están hoy forzados a asistir.

Los empresarios están muy interesados en expandir la cantidad de potenciales empleados bien educados, y en conservar una sociedad libre con apertura comercial y mercados en expansión en todo el mundo. Ambos objetivos serían promovidos mediante un adecuado sistema de bonos escolares.

Por último, al igual que en las demás áreas en las que ha habido un amplio programa privatizador, la privatización de las escuelas producirá una nueva, activa y beneficiosa actividad, lo que creará oportunidades reales para mucha gente de talento que ahora se ve disuadida de ingresar en la profesión docente, debido al espantoso estado de muchas de nuestras escuelas.

Éste no es un asunto que le corresponde al Estado federal. La educación es, y debe seguir siendo, una responsabilidad principalmente de las comunidades locales. El apoyo a la libertad de escoger entre las escuelas ha crecido con rapidez y no podrá ser contenido por los intereses particulares de los sindicatos de docentes y de la burocracia educativa. Pienso que estamos al borde de un adelanto en un estado u otro que se propagará como un incendio por el resto del país en cuanto demuestre su eficacia.

Para lograr que la mayoría de la población apoye un sistema de bonos escolares, debemos estructurar nuestra propuesta de tal modo que: (1) sea tan simple y honesta que pueda ser comprendida por el votante; y que (2) garantice que la propuesta no incrementará la carga impositiva sino que reducirá el gasto público en educación. Un grupo de nosotros en California ha realizado una propuesta que reúne ambas condiciones. Las posibilidades reales de obtener suficiente respaldo a esta propuesta en 1996 son luminosas.