¿Es necesaria la bolsa de valores de Nueva York?

Por Stephen Moore

El mérito de esta pregunta la tiene Richard Baker, el republicano de Louisiana que dirige el Comité para Servicios Financieros de la Cámara. El señor Baker se está ganando la reputación como el congresista más polémico por sus batallas en contra de los intereses especiales más poderosos e influyentes de Washington. Se ha ido en contra de titanes corporativos a los que incluso Ralph Nader probablemente les tendría miedo.

El año pasado, el señor Baker causó revuelo en Washington por cuestionar la sabiduría de los multimillonarios subsidios con los que el Tío Sam colma a las gigantescas financieras hipotecarias Fannie Mae y Freddie Mac. Estas lucrativas empresas patrocinadas por el gobierno han gastado millones y millones de dólares de los contribuyentes para proteger sus fortalezas justamente de este tipo de ataques políticos. Es una buena apuesta que no muchas de las jóvenes estrellas del Congreso tendrían el valor para enfrentarse a estos profundos intereses especiales. Él lo hace porque los beneficios que el Tío Sam confiere a Fannie y Freddie son un escándalo nacional.

Semanas atrás el señor Baker la tomó contra una vaca sagrada: la Bolsa de Valores de Nueva York (NYSE, según sus siglas en inglés). El martes 18 de mayo, el señor Baker presentó una audiencia cuestionando si la NYSE realmente sigue siendo necesaria. Esa es una buena pregunta en esta economía de la era de la información, que está exterminando las industrias dinosaurio de la manera como las cigarras se despojan de sus exoesqueletos.

El señor Baker señaló que la NYSE deriva su poder, no del mercado, sino del fuero gubernamental. Esta empresa patrocinada por el gobierno es un impuesto minúsculo sobre las transacciones bursátiles por servicios que pueden ya no ser necesarios. Después de todo, Nasdaq funciona muy bien sin los servicios y los honorarios de la Bolsa de Valores de Nueva York.

La mayoría de los estadounidenses –y especialmente los miembros de la clase de accionistas- probablemente tiene una sensación agradable y difusa sobre la NYSE. Después de todo, ¿no es esta institución el mejor símbolo del super-eficiente mercado financiero de Estados Unidos que comercia casi un cuarto de la riqueza mundial? Cuando pensamos en la NYSE, nos acordamos de fotos de líderes mundiales, titanes de la industria y celebridades de Hollywood posando en el piso de transacciones, tocando la campana para comenzar un día de comercio. Esto es capitalismo al natural en su máxima expresión y forma virtuosa. ¿O no?

Existe creciente evidencia que señala que la NYSE se ha convertido en un aburrido y anacrónico inhibidor de la eficiencia del mercado que sobrevive en gran parte debido al proteccionismo del gobierno. ¿Qué otra institución podría haberle pagado a su Jefe Ejecutivo Oficial, Richard Grasso, decenas de millones de dólares en compensación por un trabajo que es esencialmente ceremonial?

Es esta época de mercados electrónicos, compañías como eBay, Instinet y Yahoo pueden ejecutar transacciones en nanosegundos. Infortunadamente, la Comisión de Valores de Estados Unidos todavía les exige a los corredores de bolsa enviar las órdenes de sus inversionistas a través de la NYSE, en donde el servicio es lento y poco confiable y en donde intermediarios innecesarios toman una tajada de la acción.

La NYSE supuestamente está para ayudar al inversionista y mantener la integridad de nuestros mercados bursátiles. En la actualidad, actúa como una costo innecesario sobre las transacciones.

La raíz del problema parece ser la llamada regla de la “intermediación”, que envía órdenes a través de la NYSE para asegurar a los inversionistas que obtendrán el mejor precio. Pero las acciones en el Nasdaq se pueden intercambiar sin el gran tablero y los inversionistas no están siendo engañados.

Además, parece ser que porque el gran tablero es tan lento y gigantesco comparado con las transacciones digitales, los inversionistas pueden no estar obteniendo el mejor precio posible, especialmente, cuando el mercado es volátil y los precios están cambiando instantáneamente.

De pronto, el poder monopolístico más dañino conferido a la NYSE es su estatus de cartel de la información para el mercado bursátil. Las firmas corredoras de valores son forzadas por la regulación a enviar información acerca de la disposición de sus clientes para comprar o vender acciones a un precio dado (información de gran valor)para ser telegrafiada a la bolsa y ser computada. Esas mismas firmas luego son obligadas a comprar de nuevo las cifras agregadas cuando le proveen a sus clientes una acción cotizada en la bolsa. Esto le permite a la NYSE tener un cartel de la información y perjudica la liquidez del mercado bursátil.

No es de sorprender que este monopolio informativo genere grandes ingresos para la bolsa. La NYSE mantiene que este arreglo beneficia a los inversionistas. Eso puede ser así, pero más probablemente impone “rentas” a las firmas de comercio de acciones y, en última instancia, los inversionistas. Esto explica cómo es que Richard Grasso y sus colaboradores se han convertido en los “reguladores” mejor pagados del planeta.

Libremente admito que no he podido armar un estimado de cuánto les cuesta a los contribuyentes este romance entre el Congreso y la Bolsa de Valores de Nueva York. Es difícil saber cuánta eficiencia se pierde por las actuales reglas de comercio, establecidas hace décadas, antes de la revolución de la información. En tanto nos movemos más velozmente a una era electrónica, donde decisiones de miles de millones de dólares pueden ser hechas con el toque de un botón del teclado, es evidente que la NYSE es tan relevante como el teléfono de disco.

Hay que darle crédito al señor Baker por tratar de llegar al fondo del problema. Le está haciendo un gran favor a los 110 millones de estadounidenses accionistas que, a diferencia de la NYSE, no tienen cabilderos bien posicionados para que persigan sus mejores intereses.

Traducido por Javier L. Garay Vargas para Cato Institute.