Es hora de examinar el papel del FMI en la política exterior

Por Marian L. Tupy

Los argentinos tomaron las calles recientemente para conmemorar el primer aniversario del colapso del económicamente inepto gobierno del presidente Fernando De la Rúa. Desdichadamente su salida no trajo un giro económico. Los argentinos permanecen en la agitación económica y política. Una de las principales razones del fracaso de Argentina es la incompetencia del gobierno, el cual ha sido posible gracias al Fondo Monetario Internacional y a su principal patrocinador, Estados Unidos.

Argentina ha experimentado un crecimiento en la intervención gubernamental en la economía durante la mayor parte del siglo XX. En los cuarenta, Juan Perón nacionalizó gran parte de la base industrial del país. En los setenta Argentina siguió la teoría de sustitución de importaciones y autarquía de Raúl Prebish. Ambas resultaron ser desastrosas.

El presidente Carlos Menem finalmente introdujo reformas de mercado de largo alcance, pero incompletas, a inicios de los noventa. Desdichadamente, dichas reformas fueron acompañadas por un incremento dramático en el gasto público. Entre 1989 y el 2000, el gasto del gobierno federal como porcentaje del PIB creció de un 9.4% a un 21%. Durante la presidencia de Menem, el corrupto sistema legal argentino permaneció incólume. En el 2001, Transparencia Internacional colocó a Argentina en el puesto 57 entre los 91 países estudiados.

Un factor externo importante que ha contribuido a la caída de Argentina fue la intervención del FMI. Argentina se integró al Fondo en 1956. El país ha recibido préstamos del FMI en 34 de los últimos 46 años. El objetivo de dichos préstamos era la estabilidad macroeconómica. Sin embargo, para el 2002 Argentina era un caos. Su ingreso per capita era un 23% más bajo y su deuda externa ocho veces más grande de lo que era en 1980. Incluso para los mismos estándares laxos del FMI, su participación en Argentina fue un fiasco. Como resultado, los argentinos ahora vilipendian al Fondo y a su principal patrocinador, Estados Unidos. Otro perdedor, por su asociación con el FMI, es el ideal del libre mercado.

En la raíz del problema se encuentra el hecho de que lejos de ser una herramienta capitalista, el FMI no es una organización de mercado. Éste usualmente ha funcionado como un benefactor de los regímenes corruptos e ineptos, los cuales se ven envueltos en malos manejos macroeconómicos de grandes proporciones. Si no fuera por el Fondo, los gobiernos económicamente incompetentes se verían forzados a buscar préstamos bajo las condiciones normales del libre mercado. Los acreedores les prestarían a los gobiernos a tasas que reflejarían el riesgo envuelto. En otras palabras, los gobiernos más incompetentes se verían forzados a pedir préstamos a tasas de interés más altas y viceversa. Tasas de interés altas estimularían entonces la circunspección gubernamental a la hora de pedir prestado y de gastar.

El FMI hace lo opuesto. El Fondo le presta dinero a tasas de descuento a los gobiernos de la mayoría de los países en desarrollo. También provee ayuda masiva a los gobiernos cuya supervivencia considera importante para la "estabilidad" de la economía mundial. Sin embargo, las decisiones del FMI no son hechas basándose en principios económicos responsables, sino políticos. Así que países estratégicamente importantes para Estados Unidos, como Rusia, México y Turquía, disfrutan desproporcionadamente de la generosidad del FMI.

Esto nos lleva al principal actor dentro del Fondo, Estados Unidos. Una meta estadounidense es la de promover la estabilidad económica mundial al proteger los mercados de conmociones "innecesarias." Así es que Estados Unidos utiliza al FMI para prestar el dinero de los contribuyentes norteamericanos a tasas de interés por debajo de las del mercado.

Algunos críticos reprenden a Estados Unidos por usar al Fondo para ganar intereses sobre los préstamos a los países en crisis económicas. En realidad, los contribuyentes estadounidenses pierden, ya que su dinero podría haber ganado intereses más altos en el mercado.

Además, una vez que los malos manejos gubernamentales crean las crisis, las correcciones económicas se hacen necesarias. Al permitirle a los mercados trabajar, los tomadores de decisiones pueden identificar a las políticas dañinas, resolviendo las crisis de manera más efectiva y evitando cometer errores similares en el futuro. Argentina no es un caso especial. Sabiendo que el FMI iba a venir a su rescate, los políticos argentinos e inversionistas en ese país continuaron dirigiendo a la economía hacia el desastre.

El grado de la crisis actual está relacionado con la extensión de la "ayuda" del FMI. Pero la intervención del Fondo fue aún más dañina. La misma contribuyó a desencantamiento del pueblo argentino con el libre mercado aún cuando difícilmente lo han experimentado. Finalmente pero no menos importante, el fracaso del FMI encendió el odio argentino hacia su principal patrocinador, Estados Unidos.

Estados Unidos debería reevaluar su participación en el FMI. Respecto a sus metas políticas y económicas, el Fondo es perjudicial a los intereses nacionales de Estados Unidos. El mismo evita que los mecanismos de mercado funcionen y promueve el comportamiento irresponsable por parte de los gobiernos recipientes e inversionistas. El FMI exacerba el grado de los ajustes económicos y compromete tanto al libre mercado como a la reputación de Estados Unidos en el mundo. En lugar de asociar a Estados Unidos con sus aliados naturales—las masas de arduos trabajadores—asocia a los estadounidenses con sus opresores.

Traducido por Juan Carlos Hidalgo para Cato Institute.