¿Es este el adiós de Hong Kong?

Marian L. Tupy destaca el surgimiento de Hong Kong, desde ser una colonia pobre de Gran Bretaña hasta convertirse en una ciudad próspera, cuyos habitantes tienen un ingreso per cápita que supera en un 46 por ciento aquel de la otrora madre patria.

Por Marian L. Tupy

Siempre me arrepentiré de no haber visitado Hong Kong mientras todavía estaba bajo el control de Gran Bretaña o mientras la ciudad siguió siendo “Hong Kong, Región Administrativa Especial de la República Popular de China”. Por razones que explicaré más adelante, siento un cariño especial por esta ciudad y sentiré mucha pena por la pérdida de su autonomía política y, potencialmente, el fin de su prosperidad económica.

Para los liberales clásicos, Hong Kong ha sido un faro de esperanza durante medio siglo. Se dice que Pedro el Grande construyó San Petersburgo para que sea “la ventana de Rusia hacia Occidente”. Hong Kong se suponía que debía ser la ventana del liberalismo hacia el futuro. La conocida prosperidad de la ciudad se contruyó sobre cuatro pilares del liberalismo clásico: estado limitado, Estado de Derecho, libre comercio y responsabilidad fiscal. ¡Vaya que funcionó! Esperábamos que el resto del mundo siguiese un camino similar.

Cuando Gran Bretaña obtuvo el territorio luego de la Primera Guerra del Opio (1839-1842), el Secretario de Relaciones Exteriores británico, Lord Palmerston, denunció que la adquisición era una “roca estéril con casi ni una casa en ella” que nunca “sería un mercado para el comercio”. Tenía razón —al menos durante los primeros 100 años.

En 1941, Martha Gellhorn, una corresponsal de guerra de EE.UU., acompañó a su esposo, Ernest Hemingway, en un viaje a la Hong Kong destruida por la guerra. La ciudad estaba en el frente de guerra, con el Japón imperialista lentamente ganando territorio en contra de los nacionalistas del bando de Chiang Kai-shek. Luego de aterrizar en Hong Kong, escribió las siguientes impresiones de la empobrecida ciudad:

“Las calles están llenas de personas que duermen allí por las noches. Los burdeles eran pequeños cubículos cuadrados de madera, llenando un pasadizo estrecho; $2 por noche por cada hombre por cada chica… Estas personas eran la verdadera Hong Kong y esta era la pobreza más cruel, peor que cualquiera que había visto antes. Era peor todavía debido a un aire de eternidad; la vida siempre había sido así, siempre sería así. Estos meros números, la densidad de los cuerpos, me espantaba. No había espacio para respirar, estos millones aplastados estaban asfixiándose entre ellos… Cuando finalmente visité una fría fábrica en un sótano mal alumbrado donde niños pequeños esculpían bolas de marfil dentro de otras bolas, una baratija favorita entre los turistas, no podía soportar ver más. Tuve un ligero episodio de histeria. ‘Se ven como de 10 años’, le grité al AR [Acompañante Renuente=Ernest Hemingway] ‘Tardan tres meses en hacer una de esas malditas cosas, creo que son ocho bolas dentro bolas. Estarán ciegos antes de que tengan 20 años. Y esa niñita con su tortuga. ¡Todos estamos viviendo del trabajo de esclavos! ¡La gente está medio muerta de hambre! ¡Necesito salir, no puede aguantar este lugar!’… De agonizar acerca de la situación de mis semejantes chinos, caí en un estado casi incesante de repulsión histérica. ‘¿Por qué tienen que escupir tanto?’, me quejé. ‘No se puede poner un pie en el piso sin pisar un gran escupitajo baboso! ¡Y todo apesta a sudor y a los buenos y viejos deshechos!’ La respuesta por supuesto era que el escupir se debía a la tuberculosis endémica, y en cuanto al mal olor, yo había visto dónde y cómo vivía la gente”. 

Y luego, las cosas cambiaron. Para cuando Hong Kong fue entregada a los chinos en 1997, el habitante promedio de Hong Kong era un 12 por ciento más rico que el británico promedio. El año pasado, las personas de Hong Kong fueron, en promedio, 46 por ciento más ricas que los británicos. La pobreza que Gellhorn describía no era “eterna” después de todo. Pero, el surgimiento desde la destitución hacia convertirse en uno de los territorios más ricos no fue un milagro. La ciudad se volvió un éxito debido a la aplicación meditada de principios liberales.

Supe por primera vez acerca del éxito de Hong Kong como un estudiante de maestría en St. Andrews (mi educación de pre-grado en Johannesburgo fue más convencional, enfocándose en los males del capitalismo global en lugar de la prosperidad que este confería en aquellos que participaban de este). Para principios de los 2000, el Internet era lo suficientemente bueno para ver en línea videos, incluyendo aquella serie clásica de Milton Friedman, “Libre para elegir”. En uno de los episodios, Friedman viajó a Hong Kong para admirar su escape de la pobreza. Lo hizo en 1980 y no podría haber sabido que los mejores días de la ciudad estaban por venir.

Friedman señaló que el éxito de Hong Kong no se dio por accidente y le atribuyó al servidor público británico, Sir John Cowperthwaite, el haber establecido un sistema de gobierno de laissez-faire mientras que este fue el secretario financiero de la colonia (1961-1971). Desde ese entonces, supe que Sir John no estaba solo. Arthur Grenfell Clarke, así como el sucesor que eligió Sir John, Philip Haddon-Cave compartían un compromiso similar (aunque quizás menos basado en principios) con el laissez-faire.

Había una razón, sospecho, por la cual Friedman se enfocó en el papel de Cowperthwaite. Esa razón fue la maldita década de 1960. Una cosa era promover un estado limitado en la época liberal de los 1860s o en la época posterior a la “estanflación” de los ochenta. La década de 1960 fue un hervidero muy distinto. Gran Bretaña, en ese entonces, tenía un gobierno socialista, los soviéticos enviaron un hombre al espacio, y las posesiones africanas del Gran Bretaña estaban optando por la independencia y el comunismo. Mientras tanto, Hong Kong, con sus impuestos bajos y regulaciones sencillas, sus empresas competitivas y el libre comercio, con una redistribución modesta del ingreso y con superávits en el presupuesto, era una anomalía.

Cowperthwaite sabía eso —o así me lo dijo cuando lo visité en su casa que estaba ubicada, para sorpresa mía, a tan solo tres puertas de mi dormitorio universitario. Habiéndose jubilado en St. Andrews, la ubicación de su alma mater, luego de que terminó su servicio civil, Cowperthwaite llevó una vida tranquila. Habiendo tenido la generosidad de aceptar recibirme, expresó su frustración con los comentarios simplistas (aunque divertidos) de otros de que ayudó a iniciar una era de prosperidad para Hong Kong haciendo “nada”. En realidad, dijo él, sus manos estaban llenas deteniendo los incesantes intentos por parte del gobierno británico de importar el socialismo a la colonia. Manteníendose firme, le compró un tiempo valioso a Hong Kong. Para principios de la década de 1970, los ingleses se desencantaron del socialismo. De igual forma, la URSS estaba revelando los límites de la planificación central. Más importante, el éxito económico de Hong Kong se había vuelto algo incuestionable. Y entonces, el laissez-faire permaneció. 

No se cómo el éxito de Hong Kong impactó la agenda de reformas de Margaret Thatcher en Gran Bretaña, aunque es probable que la gente que asesoró a la futura Primera Ministra debieron haber estado conscientes del experimento de aquella ciudad con el liberalismo. Los chinos comunistas ciertamente sabían lo que estaba pasando. De una lado de la frontera de la colonia, había torres brillantes de comercio y riquezas nunca antes vistas. Del otro lado, la destitución y los pelotones de fusilamiento.

Paradójicamente, fue la dama Thatcher quien, reconociendo la realidad, aceptó entregar la colonia a los déspotas comunistas en 1997 —con la condición de que Hong Kong permanecería autónoma por lo menos hasta 2047. Tal vez pensó que el tiempo transformaría a China en un país rico y libre. Si es así, ella tuvo razón a medias. Hoy, son los recientemente enriquecidos y confiados continentales quienes están asfixiando la libertad y vitalidad de la ciudad —27 años antes de tiempo.

A corto o mediano plazo, las nubes sobre la ciudad lucen muy oscuras. A largo plazo, ¿quién sabe? Palmerston no podría haber previsto el éxito de Hong Kong. ¿Quiénes somos nosotros para predecir su destrucción? Nada es permanente —¡ni siquiera los tiranos en Pekín!

Este artículo fue publicado originalmente en HumanProgress.org (EE.UU.) el 4 de junio de 2020.