El error de las cuarentenas
Axel Kaiser reseña los múltiples estudios que han encontrado una escasa justificación para las destructivas cuarentenas como medida para controlar la propagación del virus alrededor del mundo.
Por Axel Kaiser
“Las cuarentenas son el mayor error de políticas públicas que hemos cometido en la historia… Los daños a la población son catastróficos”. Las palabras son del profesor de la Facultad de Medicina de Stanford, Jay Bhattacharya. El experto en enfermedades infecciosas explica que estas restricciones no solo generan mayor daño a la salud pública que beneficios, sino que, según un reciente estudio publicado con otros colegas, estas ni siquiera evitan la propagación del virus al compararse con medidas de protección focalizada.
Bhattacharya, por supuesto, no está solo. El premio Nobel de Química y biofísico Michael Levitt, también de Stanford, que en su laboratorio lleva estudiando la pandemia junto a su equipo desde el principio, ha afirmado que la evidencia apunta a que las cuarentenas “no han ayudado” y responden a una lógica “medieval”.
El epidemiólogo y experto en estadísticas de Stanford John P. A. Ioannidis, uno de los científicos más citados del mundo que se desempeña también como profesor de epidemiología, ha cuestionado las cuarentenas afirmando que “hemos caído en el sensacionalismo y un completo estado de pánico”. Los gobiernos, añade, deben enfocarse en proteger a los mayores y los enfermos, y no en encerrar a todo el mundo, incluyendo quienes no son población vulnerable.
Sunentra Gupta, de Oxford, considerada por algunos como la mayor experta en enfermedades infecciosas en el mundo, afirma que “no podemos deshacernos del virus”, y agrega: “El problema fundamental es que no podemos pagar el precio de estar encerrados. Con ‘pagar’ no me refiero solo a que no hay suficiente dinero en las arcas. El daño causado es demasiado profundo, es solo un simple análisis de costo-beneficio. Una vez que reconoces eso, tienes que pensar: ‘Bueno, ¿qué podemos hacer?'”. En la misma línea se ha manifestado el profesor de medicina de Harvard Martin Kulldorff, especialista en bioestadística y epidemiología, además de miles de otros expertos alrededor del mundo (ver: https://gbdeclaration.org/).
Decenas de estudios se han realizado sugiriendo que las cuarentenas no reducen la cantidad de muertos y que ni siquiera frenan realmente la propagación del virus. Entre ellos se encuentran 32 estudios compilados en el siguiente link: https://www.aier.org/article/lockdowns-do-not-control-the-coronavirus-the-evidence/. Estos trabajos han sido elaborados por expertos independientes de las mejores universidades del mundo y publicados en las revistas académicas más prestigiosas. Uno reciente, elaborado por académicos de la Universidad de Chicago y publicado en la célebre Proceedings of the National Academy of Science of the USA, concluye que las cuarentenas “no tuvieron beneficios para la salud detectables”. Uno anterior, realizado por economistas de UCLA, Emory y la Reserva Federal de Dallas, en el que se incluye a Chile, concluyó que se debe “dudar” de la efectividad de medidas como las cuarentenas en reducir la transmisión del virus, la que ha seguido una trayectoria similar en países que las han aplicado y en los que no lo han hecho. Pero incluso si aceptamos que las cuarentenas disminuyen la tasa de contagios y muertos, lo que no se puede afirmar a la luz de la evidencia, la única forma racional de justificarlas es con un análisis de costo-beneficio. En esa línea, un estudio publicado por el experto en enfermedades infecciosas pediátricas de la Universidad de Alberta en Canadá, Ari Joffe, afirma: “Varios análisis de costo-beneficio de diferentes países han estimado constantemente que el costo en vidas de las cuarentenas es al menos de cinco a 10 veces mayor que el beneficio, y probablemente es mucho más alto”.
Las cuarentenas, entonces, no salvan vidas, sino que cuestan vidas. “Yo era un partidario de las cuarentenas”, agrega Joffe, explicando que había sido presa del “groupthink” (pensamiento grupal), sesgo cognitivo que lleva a un individuo a repetir las creencias del grupo para acomodarse a él. Según Joffe, el groupthink se encontró detrás de la respuesta de las cuarentenas en muchas partes. Y esto ha sido desastroso, pues, añade, “la respuesta de control de una sola enfermedad ha tenido efectos devastadores, a menudo distribuidos de manera desigual”.
Interesante en el contexto de toda esta discusión sigue siendo el caso sueco. Recientemente, el total de muertos de los países de la Unión Europea por millón de habitantes ha superado el de Suecia que, como se sabe, no aplicó cuarentenas. Es más, un reciente artículo de Reuters afirma que Suecia “emergió en 2020 con un aumento menor en su tasa de mortalidad general que la mayoría de los países europeos”, añadiendo que 21 de los 30 países con estadísticas disponibles tienen mayor exceso de mortalidad que Suecia. Otro tanto podría decirse de la comparación entre California y Florida. El primer estado aplicó cuarentenas y restricciones; el segundo casi no las aplicó, y sin embargo, los números de Florida terminaron siendo mejores que los de California.
¿Qué se puede concluir de todo esto para Chile? Cada vez más voces llaman la atención sobre el costo para la salud mental y física de la población y para el desarrollo de los niños. También es evidente que parte de la saturación del sistema de urgencia se deriva de otras enfermedades no tratadas el año pasado producto de las cuarentenas y del pánico desatado.
Ciertamente, no contamos con un análisis serio costo-beneficio que justifique las cuarentenas y ni siquiera con evidencia clara de que contribuyan más que medidas menos agresivas a frenar la propagación del virus. Lamentablemente, al constatar el fracaso que hasta ahora han mostrado estas medidas, diversos expertos, presas del groupthink, solo se limitan a decir que estas deben ser más duras y algunos incluso han insinuado, demostrando su total desconexión con la realidad, que no debiera haber habido permisos de vacaciones en verano. Y así, a un año de aplicarlas, seguimos el derrotero irracional de destruir la calidad de vida de la población, arruinar la economía, depredar las arcas fiscales, devastar la salud pública generando más muertes y patologías en el mediano y largo plazo de lo que hemos evitado, y causando un daño en muchos casos irreversible a millones de niños. Incluso con récord de vacunaciones debemos encerrarnos, pues, al parecer, nuevas variantes no se dejan aplacar por algunas vacunas, lo que, de confirmarse, hará parcialmente estéril todo el esfuerzo, cuestionando aún más la utilidad de las cuarentenas.
En la irracionalidad de este último tiempo se ha llegado al sinsentido de cerrar Chile, para que casi nadie pueda salir o entrar bajo el argumento de que podrían traer nuevas cepas. Es de esperar que se cuestione la idea inverosímil de que podemos aislarnos completamente del virus, más aún mientras ingresan periódicamente cientos de personas ilegales al país sin control sanitario alguno y cuando ni siquiera entendemos del todo cómo este se transmite.
Así las cosas, si no cambiamos el enfoque por uno más racional de protección focalizada, tal vez pasemos mucho tiempo más metiendo y sacando cuarentenas, con un costo devastador para nuestra salud física y mental, para nuestra libertad, para nuestra economía y para nuestra calidad de vida en general.
Este artículo fue publicado originalmente en El Mercurio (Chile) el 4 de abril de 2021.