En torno a la figura de Celestino VI

Alberto Benegas Lynch (h) comenta un cuento de Giovanni Papini en el que se realizan "aseveraciones tan controversiales pero, al mismo tiempo, lamentablemente, tan llenas de verdades en un mundo que aún no parece haber dado en la tecla para enfrentar las reiteradas tropelías del poder".

Por Alberto Benegas Lynch (h)

Giovanni Papini, probablemente, junto con Borges, uno de los cuentistas y ensayistas más imaginativos y originales de todas las épocas, escribió en 1946 una larga y medulosa carta pastoral de un Papa inexistente que bautizó como Celestino VI del que dice que “gracias a un azar extraño, encontré estas cartas suyas, que se traducen y publican por vez primera, en un códice sepultado entre los manuscritos de un antiguo convento, escapando a las investigaciones de los historiadores”. En realidad, el último Papa que hasta ahora adoptó el nombre de Celestino fue el número ciento noventa y tres (con el aditamento de Quinto) que reinó cinco meses en 1294 y abdicó por considerarse incompetente para manejar los asuntos de la Iglesia (el primero fue Celestino I que asumió en 422 y fue Papa durante diez años).

En esta brevísima nota transcribo algunas de las consideraciones que efectúa Papini por boca de su Celestino VI, sin glosas ni comentarios para que el lector reflexione, no necesariamente para arribar a conclusiones que nos hagan cambiar las cosas, sino para tener en cuenta aseveraciones tan controversiales pero, al mismo tiempo, lamentablemente, tan llenas de verdades en un mundo que aún no parece haber dado en la tecla para enfrentar las reiteradas tropelías del poder. Por ahora, estamos como en el cuento de Cortázar, “Casa tomada”: en retiro permanente. Es de desear que alguna vez —por lo menos en cuanto a los abusos extremos del poder— podamos decir OK tal como se acuñó la expresión en la época del octavo presidente de EE.UU., Martin van Duren, que por ser originario de Kinderbook, del estado de Nueva York, le decían “old Kinderbook” de lo cual surgió el OK para aludir a la buena situación reinante. Entonces, con esta esperanza en mente, vamos a Papini porque recordemos que en el segundo tomo de la autobiografía de Arthur Koestler se consigna que “la diferencia entre vender el cuerpo y las otras formas de prostitución —política, literaria, artística— es simplemente una diferencia de grado, no de naturaleza. Si la primera nos repele más, es señal de que consideramos el cuerpo más importante que el espíritu”.

  • “Los gerentes de los estados os han dejado a veces sin pan, a menudo sin libertad, casi siempre sin justicia; pero nunca se han mostrado avaros de altisonante palabrería”.
  • “Todos los dueños de pueblos han distribuido con generosa abundancia, dos cosas: armas y palabras. Armas para matar, palabras para engañar”.
  • “Vuestro error, inocente en sí, pero de calamitosos efectos, está en creer que existan sistemas de gobierno radicalmente distintos. Por ejemplo: que podéis ser gobernados por un hombre solo o bien por elección y voluntad de todo un pueblo. Las formas de gobierno parecen muchas a los papanatas que se dejan convencer por palabras y fachadas; pero, si consideramos con atención cuidadosa la estructura constante de la máquina política, se reducen a una sola: la oligarquía. Un hombre solo —llámese rey, tirano, autócrata, déspota o césar— no consigue mandar por entero sin la ayuda o complicidad de una pandilla de secuaces y seguidores. Todo gobierno, cualesquiera sea su nombre y sus pretensiones, no es sino el poder de una cuadrilla formada por unos pocos ciudadanos que se encaraman sobre todos los demás”.
  • “Esto no obstante, vosotros los ciudadanos, vosotros los súbditos, estáis siempre dispuestos a creer, por candidez o por inquietud temperamentales, que un cambio en el gobierno puede cambiar vuestros destinos”.
  • “He visto también sacerdotes más apasionados por las bancas y cacerías que por su ministerio, más deseosos de buena mesa que de buena fama, más preocupados por el politiqueo o el manejo de los bienes materiales que por cuidar el rebaño, más expertos en platicar que en edificar”.

En nuestro mundo de hoy el Leviatán se encarga de abrir su camino al totalitarismo principalmente a través de ataques sistemáticos a la prensa independiente. En verdad, “prensa independiente” es una tautología, usamos la expresión en vista de las arremetidas de megalómanos que pretenden aparecer ante la opinión pública como parte del periodismo cuando en verdad no son más que alcahuetes del gobierno de turno. Con mucha razón ha dicho Thomas Jefferson que “ante la alternativa de contar con una prensa libre sin gobierno o gobierno con una prensa amordazada, no dudo en aherir a lo primero”. Nada hay más valioso que el periodismo completamente libre de ataduras estatales al efecto de ventilar todas las críticas a los aparatos gubernamentales y pasar revista a todas las ideas que las plumas libres consideren pertinente. Con razón se la ha denominado “el cuarto poder” en una República como contralor de los otros tres poderes. Hoy, en nombre de “opiniones equilibradas”, “muestra de dos lados en el debate”, “atenuación de exabruptos”, “insolencias a la autoridad” y otros esperpentos, se imponen legislaciones que apuntan a la uniformidad y al coro indecente de voces.

Uno de los tantos ejemplos que hoy lamentablemente pueden exhibirse es el de Rafael Correa, en Ecuador, que en el contexto de un debate sobre una nueva ley “de comunicación” (para incomunicar a través de la censura), su gobierno ha decidido utilizar los dineros de la gente para imponer un periódico oficialista titulado —sin vergüenza alguna— “PP. El Verdadero” (PP por periódico popular) como si la verdad pudiera fabricarse con historias oficiales en imprentas estatales (es como si tuviera sentido “la literatura estatal” y otros adefesios de tenor equivalente). Este nuevo engendro ecuatioriano, tan grotesco por cierto, que la sabiduría popular no tardará en rebautizar como “El Mentiroso”, sigue los pasos de “El Telégrafo” fruto de la confiscación y a los de la radio estatal y los de la televisión estatal fruto de apropiaciones y manotazos varios, todo lo cual haría estremecer hasta límites indecibles a figuras señeras como los celestinos imaginados por los Giovanni Papinis de todas las épocas.

En estos momentos surgen personas disfrazadas de periodistas que aparentan cubrir los pasos del Tea Party en EE.UU. pero que en realidad son activistas de izquierda o tan negligentes y perezosos que, sin el menor esfuerzo por constatar información, prefieren levantar las gacetillas que fabrican las usinas que se oponen tenazmente a los principios y valores que defiende el Tea Party. Una agrupación multitudinaria ésta que comienza a desplazar a burócratas enquistados en el Partido Republicano que le han dado la espalda una y otra vez a aquellos principios y valores. Y resultaría tragicómico si no fuera dramático que se consigne que los nuevos dirigentes del Tea Party que están en línea con los preceptos establecidos por los Padres Fundadores “tienen un discurso radicalizado y extremista”. Tan es la degradación a que se ha llegado en el otrora baluarte del mundo libre que decir que deben respetarse los derechos de propiedad y que deben reducirse los gastos, la deuda, los impuestos y el déficit resulta “radicalizado y extremista”, sin percibir que estos son precisamente adjetivos aplicables a los gobernantes de uno u otro partido que de un tiempo a esta parte administran los destinos de ese gran país (especialmente algunos de los actuales asesores del presidente: unos se declaran admiradores de Hugo Chávez, otros marxistas y otros mantienen que la Constitución constituye una traba para una más franca “redistribución de ingresos”). Por último respecto a este tema, hay irresponsables que sostienen que si los candidatos del Tea Party siguen avanzando, el Partido Republicano no podrá vencer a los candidatos Demócratas en la próxima contienda legislativa de noviembre, como si fuera una solución que la ganaran los retrógrados atornillados en el actual establishment Republicano que, salvo honrosas excepciones de disidentes internos, no son más que fiel copia del partido que aparece como su contrincante.

En este contexto, para cerrar, parece oportuno recordar un pensamiento del siempre sesudo Aldous Huxley incluido en su Medios y fines: “La paciencia común de la humanidad es el hecho más importante y sorprendente de la historia. La mayor parte de los hombres y mujeres están preparados para tolerar lo intolerable […] Los gobernados obedecen a su gobernantes porque, además de otras razones, aceptan como verdaderos algunos sistemas metafísicos y teológicos que les enseñan que el Estado debe ser obedecido y que es intrínsicamente merecedor de esa obediencia […] La mayor parte de las teorías del Estado son meros inventos intelectuales con el propósito de probar que las personas que actualmente están en el poder son precisamente las que deben estar […] Entonces, en mayor o menor grado, todas las comunidades civilizadas del mundo moderno están constituidas por una pequeña clase de gobernantes corruptos por exceso de poder, y de una extendida clase de gobernados corruptos por exceso de obediencia pasiva e irresponsable”.