En México hay demasiado dinero persiguiendo pocos bienes
por James A. Dorn
James A. Dorn es Vice-presidente para Asuntos Académicos de Cato Institute y especialista en China y coautor de China's Future: Constructive Partner or Emerging Threat? (El Futuro de China: ¿Socios Constructivos o Amenaza Emergente?).
Ahora que el partido que tradicionalmente ha dirigido México, el Partido Revolucionario Institucional (PRI), ha completado su histórica primaria, el país calienta motores para lo que promete ser la elección más abierta y competitiva de que se tenga memoria.
Por James A. Dorn
Ahora que el partido que tradicionalmente ha dirigido México, el Partido Revolucionario Institucional (PRI), ha completado su histórica primaria, el país calienta motores para lo que promete ser la elección más abierta y competitiva de que se tenga memoria.
Las políticas establecidas por el Banco de México durante este último ciclo electoral, que llevaron a la devaluación del peso en 1994 y a la severa crisis de 1995, todavía existen como una memoria permanente en las mentes de los inversionistas. Por ello, puede esperarse que hasta la elección del 2 de julio se va a prestar mucha atención a cada movida del banco para evaluar si está actuando en forma independiente, como lo requiere una ley de abril de 1994, que pretende pavimentar el camino hacia el "objetivo principal" de lograr estabilizar los precios a largo plazo. Cualquier señal de intervención política en materias económicas para definir la línea monetaria, afectará la reacción tanto de los inversionistas mexicanos como de los extranjeros, que responderán según lo que perciban.
Hasta ahora, el banco, bajo la dirección su presidente Guillermo Ortiz, el otrora ministro de finanzas de Ernesto Zedillo, tiene una trayectoria preocupante. Aunque ha logrado estabilizar algo el peso en relación al dólar norteamericano, el aumento del circulante y la inflación siguen siendo excesivas y las tasas de interés enfrentan el nivel más alto de los últimos cinco años. Los personeros del banco podrán sugerir que están simplemente acomodando la demanda pública y que un nivel de inflación cercano a cero es políticamente inviable. El primer punto, sin embargo, es un sofisma, y el segundo, bastante inconsistente con el argumento que aboga por una independencia de la autoridad monetaria.
El Banco de México tiene un control directo sobre la base monetaria mexicana, que consiste principalmente de divisas en circulación. Si se ayuda al crecimiento de la base de circulante en forma demasiado acelerada, las reservas y depósitos de los bancos crecerán de la mano con el gasto nominal y el nivel de precios. El aumento en los depósitos y los precios llevará naturalmente a una demanda por nueva emisión. El Banco Central podrá entonces argѼir que está meramente satisfaciendo la demanda, pero a la vez estará creando esa demanda al proveer una base monetaria exagerada desde un principio.
La inflación constante es una evidencia ipso facto de una creación excesiva de moneda, sin dejar de lado el hecho de que la nueva emisión se utiliza para "acomodar" la necesidad pública de circulante. Esa fue la lección que nos legaron los gerentes del Reischsbank durante la hiperinflación que los azotó a inicios de los años veinte. Ellos también insistieron - con nefastas consecuencias- que estaban sólo tratando de arreglar un déficit de circulante. Se hace necesario rechazar el reporte financiero que hiciera público en agosto de este año el Grupo Financiero Bancomer en el que postulan que "la política del Banco Central respecto a la base monetaaria es neutral, en el sentido de que las autoridades satisfajeron la demanda de dinero expresada en en las transacciones diarias de divisas". Lo que ocurrió en realidad fue que durante la primera mitad de 1999 la base monetaria creció más de un 20% y ahora supera las predicciones realizadas hace sólo algunos meses. Este aumento ha sido responsable tanto de un aumento en los precios como de la necesidad de más circulante.
La larga trayectoria del banco inclinada a la emisión y su actual política monetaria expansiva deja a los inversionistas con escasa confianza en una posible baja en el nivel de inflación. Están nerviosos sobre el valor real de los bonos Mexicanos en su madurez y por lo tanto, están demandando una prima jugosa para sostener el riesgo de la deuda gubernamental. El interés real sobre los bonos a 28 y 91 días es "mayor que en el peor momento de la crisis y están significativamente más altos que el año pasado", señala el informe de Bancomer. Esto es el resultado de la inflación esperada, pero la sabiduría popular dice que las tasas están altas porque las divisas están apretadas. Un fracaso en el control de la inflación, ha socavado la credibilidad del banco de raíz, porque viola la confianza que debe existir entre el proveedor de dinero y quienes soportan la deuda. El derecho de propiedad de los ciudadanos sobre su moneda disminuye por la confiscación que ocurre cuando la inflación erosiona el poder comprador del dinero. Esta es y sigue siendo la experiencia mexicana.
Las políticas monetarias erráticas erosionan también la eficiencia del sistema de precios regulados por el mercado, disminuye la colocación óptima de los recursos y empobrece aún más a los ya desposeídos. La mayoría de los mexicanos no se ha recuperado de las pérdidas sufridas en la crisis monetaria de 1994-95 y la inflación les ofrece poca confianza en el futuro.
Los beneficios que percibirían los mexicanos al pasar rápidamente a un sistema monetario estable sobrepasarían con creces los costos del corto plazo. Reducir la prima por riesgo en términos reales y ayudar a los pobres requiere una moneda estable y medidas de liberalización de la economía. El banco no puede hacer nada respecto a esto último, pero puede y debe terminar con la erosión en el valor del dinero. Tomemos lo que sostiene correctamente el informe Bancomer "Debido a su injerencia en el desarrollo económico, es preferible tener intereses reales bajos. Esto no puede alcanzarse por decreto o mediante relajos en la política monetaria, sino que garantizando que la inflación tenderá a la baja incluso frente a escenarios de "shocks" políticos o internacionales."
La raíz del problema está en la reticencia del banco a elecgir correctamente entre controlar la inflación y manejar el tipo de cambio, y no puede hacer bien ambas. En efecto, el banco tiene hoy un record de US$ 30 billones en reservas, como claro indicador de la flotación sucia encaminada a controlar el tipo de cambio. Bajo una flotación limpia, cuando entran dólares al país el valor del peso frente al tipo de cambio subiría, mientras la cantidad de pesos en circulación - y, por lo tanto, el poder adquisitivo interno del peso- se mantendría estable. Con un sistema de flotación limpia, la composición de carteras de inversión privadas se inclinaría hacia el dólar como inversión, y no habría acumulación de esta divisa por el Banco Central. De hecho, no habría modificaciones mayores en la base monetaria. Pero en vez de hacer esto, el Banco de México está interviniendo en las mesas de dinero foráneo - comprando dólares con base de emisión reciente- para prevenir que el peso gane valor. El resultado de esto ha sido un excesivo aumento del circulante y una mayor inflación, lo que lleva a los observadores independientes a concluir que los exportadores han ejercitado su influencia política para mantener el peso "competitivo".
Pocos dudan que en época de campañas, el partido que busca la reelección tiene un mayor interés en aumentar el gasto social, mantener contentos a los exportadores, prestar ayuda a los bancos endeudados y reducir el desempleo. Pero se supone que un Banco Central independiente debe resistir la tentación de mejorar la economía utilizando políticas monetarias. Si el banco se vé presionado, el mercado concluirá con razón que la inflación no terminará en el corto plazo.
Si el Banco Central no puede disciplinarse en un régimen monetario que limite la cantidad de dinero a un nivel de crecimiento no inflacionario, puede que sea el momento de permitir que los capitales fluyan libremente y que los mexicanos elijan con plena libertad la moneda que ellos crean que mantendrá su valor a largo plazo.
Artículo aparecido originalmente en el Wall Street Journal el 19 de noviembre de 1999.
Traducido por Fernando Alessandri para Cato Institute.