En cuanto al gasto público, Bush no es ningún Reagan
Por Veronique de Rugy y Tad DeHaven
George W. Bush está siendo comparado cada vez más con Ronald Reagan. Es verdad que, como Bush, Reagan llegó a Washington con un ambicioso plan para recortar impuestos a todo nivel y aumentar el gasto en la defensa nacional sin incrementar el gasto federal. Y Reagan, de hecho, alivianó la carga impositiva de los norteamericanos y supervisó un crecimiento masivo del gasto en la defensa nacional. Dada la reciente insistencia de Bush por implementar más recortes de impuestos que serían pro-crecimiento combinada con un aumento del gasto en la defensa nacional para la guerra contra el terrorismo, la analogía es tentadora.
Pero a estas alturas en su presidencia, el sombrío record del gasto público de Bush cuando es comparado con aquel de Reagan, elimina esta tentación. Mejor aún, a la luz del gasto de Bush ahora sería más apropiado compararlo con Jimmy Carter que con Ronald Reagan.
Veamos los hechos. Siendo comparado en el mismo momento de la primera administración de Reagan, Bush no es solo un gastador mayor sino un gran gastador en si. Ajustado a la inflación, el gasto total bajo la administración de Bush ha aumentado un 14 por ciento mientras que debajo de Reagan aumentó solo un 7 por ciento. Pero más indicativo aún del problema que Bush tiene es el significante aumento en el gasto discrecional durante su administración. El gasto discrecional representa fondos para programas que el Congreso tiene que asignar en una base anual y es este tipo de gasto sobre el cual el presidente tiene más influencia.
Ahora, es verdad que una gran porción de este gasto discrecional va hacia la defensa nacional. Bush ha llevado acabo durante su administración un incremento de 21 por ciento en el gasto para la defensa nacional—casi igual que Reagan. Sin embargo, la mayor diferencia entre estos dos hombres es el gasto discrecional no atribuido a la defensa nacional. Mientras que Reagan fue capaz de reducir los gastos discrecionales no relacionados con la defensa nacional por un 14 por ciento, Bush ha llevado a cabo un aumento de estos en un 18 por ciento—una diferencia del 32 por ciento entre los dos presidentes.
La tabla presentada aquí abajo compara los niveles entre Reagan y Bush del gasto no relacionado con la defensa nacional. El Presidente Reagan consiguió disminuir el gasto en muchas categorías. Al contrario, Bush no solo ha fallado en igualar a Reagan en la reducción del gasto sino que además ha aumentado el gasto a todo nivel—y en muchas ocasiones este ha llegado a niveles exorbitantes.
Como se ha indicado, ambos hombres buscaron—y consiguieron— en el Congreso aumentos substanciales en el gasto para la defensa nacional. Y, mientras que proveer para la defensa nacional es una responsabilidad definida del gobierno federal, muchos gastos discrecionales no relacionados con la defensa nacional no lo son. Gastar dinero en sistemas armados avanzados para combatir el terrorismo es más importante que financiar el Fondo Nacional para las Artes o la Corporación para la Difusión Pública. Es el fracaso de Bush en limitar el gasto gubernamental en estas actividades de dudosa constitucionalidad lo que no permite que él iguale los logros de Reagan.
Por supuesto, se puede argumentar que es injusto culpar excesivamente a Bush por el gasto excesivo dado el hecho que el Congreso es el que controla las riendas de la cartera. Un estudio reciente demuestra que tres de los mayores cinco gastos excesivos federales ocurrieron durante los últimos cinco años de un Congreso controlado por los Republicanos (los otros dos ocurrieron durante la Segunda Guerra Mundial). De esta manera, el Presidente Bush parece haber heredado un Congreso con establecidas credenciales de tendencia gastadora.
Sin embargo, esta excusa es debilitada por el hecho de que Bush no ha vetado ni una sola ley de gasto durante sus tres años de presidencia. De hecho, él a accedido a firmar toda legislación que ha pasado por su escritorio, incluyendo una inflada ley agrícola y una intrusa ley de educación. Por el contrario, el President Reagan veto 22 leyes que aumentaban el gasto público durante sus primeros tres años como presidente.
Además, Bush ha sido beneficiado con un Congreso con una distribución partidaria considerablemente más favorable. Aunque los Republicanos controlaban el Senado durante la primera administración de Reagan, los Demócratas dominaban el Congreso—por un margen de 100 puestos en un momento. Bush, al contrario, ha disfrutado del lujo de tener un Congreso y un Senado controlado por el partido Republicano (con la excepción de una pérdida de control por cinco meses en el Senado cuando el Senador Republicano Jim Jeffords salió del partido). Mientras Reagan era suficientemente exitoso en domar un Congreso dudoso y muchas veces hostil, Bush ha demostrado una falta de convicción en calmar los deseos de gastar de un relativamente favorable Congreso.
Mientras que el Presidente Bush esta obviamente al tanto de los beneficios y la necesidad de reducir los impuestos como una manera de estimular el crecimiento económico, el gobierno continúa expandiéndose, los programas burocráticos florecen, y la discusión de eliminar en su totalidad departamentos gubernamentales es un recuerdo distante. Bush no es ningún Reagan. Y, a pesar de que el partido que se auto-proclama como el del gobierno limitado controla la Casa Blanca y el Congreso, continua moviéndose más y más lejos del gobierno limitado vislumbrado por nuestros Padres Fundadores.
Traducido por Gabriela Calderón para Cato Institute.