El viaje al liberalismo de Vargas Llosa, un gigante literario
Diego Sánchez de la Cruz considera que Mario Vargas Llosa (1936-2025) deja un legado poderoso, combinando la literatura con el pensamiento político.

Hace algunos meses, en la tradicional reunión que convocaba cada año en El Escorial, la ausencia de Mario Vargas Llosa se sintió de manera muy especial. Creo que todos los allí reunidos sabíamos, de una u otra manera, que no volveríamos a ver a nuestro admirado literato en Madrid, su segunda casa. Nos quedaba el consuelo de las fotos que su hijo Álvaro ha venido compartiendo con él desde Lima, donde ha apurado sus últimos días.
La salud le falló definitivamente este Domingo de Ramos y Mario Vargas Llosa ya se ha hecho inmortal. Con su partida se va uno de los más grandes novelistas del siglo XX y XXI, una voz imprescindible de las letras hispánicas, y un intelectual que dedicó buena parte de su vida pública a la defensa de la libertad individual. Su muerte cierra una era, pero deja abierto un legado poderoso: el de quien supo combinar literatura y pensamiento político, imaginación narrativa y compromiso con los valores del liberalismo clásico.
Más allá de los homenajes institucionales de rigor que llegarán en las próximas fechas, lo que define su liberalismo es una travesía. Vargas Llosa no nació liberal. Llegó al liberalismo desde la izquierda revolucionaria. Durante su juventud abrazó las ideas socialistas y mostró simpatía por la Revolución Cubana, convencido de que la justicia social exigía una ruptura con el orden capitalista. Pero el desencanto no tardó en llegar. La deriva totalitaria de los regímenes comunistas, la censura, la represión, el culto a la personalidad y la persecución de los disidentes —como el caso del poeta Heberto Padilla— fueron un punto de inflexión que lo llevó a romper con el marxismo.
Su evolución ideológica está relatada de forma magistral en La llamada de la tribu (2018), ensayo autobiográfico e intelectual donde repasa a los pensadores que lo ayudaron a construir su visión liberal del mundo: Adam Smith, José Ortega y Gasset, Friedrich Hayek, Karl Popper, Raymond Aron, Isaiah Berlin y Jean-François Revel. Todos ellos, desde distintos ángulos, fueron clave para entender que la libertad no es solo una cuestión económica, sino también cultural, política y moral.
El liberalismo de Vargas Llosa
Vargas Llosa abogó por un liberalismo no economicista, profundamente humanista, donde el individuo está en el centro y el Estado tiene un papel limitado pero firme: garantizar las reglas del juego, proteger los derechos fundamentales y ofrecer oportunidades a través de una educación de calidad y un sistema judicial independiente. Rechazaba el colectivismo, el nacionalismo excluyente y el populismo autoritario, pero también criticaba la tecnocracia que reduce al ser humano a una variable macroeconómica.
Pero, partiendo de que nunca priorizó lo económico por encima de otras vertientes, tuvo siempre claridad a la hora de reivindicar la propiedad privada, el comercio libre y la competencia, condiciones necesarias para el desarrollo. Ya en su programa presidencial de 1990, cuando fue candidato en Perú frente a Alberto Fujimori, defendió sin ambages un modelo de economía abierta que incluyera la privatización del enorme e ineficiente aparato de empresas públicas, la apertura al comercio internacional y la inversión extranjera, la reducción del tamaño del Estado y una profunda reforma educativa.
Estas propuestas, aunque derrotadas electoralmente en aquel momento, terminaron siendo adoptadas, en parte, por los gobiernos posteriores. No sin ironía, varias de las reformas que Vargas Llosa proponía acabaron aplicadas por su rival Fujimori, aunque sin el respeto institucional y los límites democráticos que el escritor consideraba indispensable.
Como literato, sus novelas también dialogan con su visión del mundo. Conversación en La Catedral es un grito contra el autoritarismo; La fiesta del Chivo, un testimonio del horror del poder absoluto; La guerra del fin del mundo, una parábola sobre el fanatismo ideológico; y El sueño del celta, una exploración de los abusos del colonialismo. Incluso en Pantaleón y las visitadoras o Travesuras de la niña mala subyace su desconfianza hacia toda forma de moral impuesta desde arriba.
El liberalismo de Vargas Llosa no fue una fórmula abstracta, sino una posición ética frente al mundo. Fue, ante todo, una defensa del individuo como creador de su destino, una apuesta por la cultura como espacio de libertad y una advertencia constante contra las ilusiones del colectivismo.
Su legado trasciende la literatura y la política: es una invitación permanente a resistir el dogma, a defender la pluralidad y a confiar en la fuerza transformadora de la libertad.
Fue para mí un inmenso honor compartir algunos momentos con Don Mario y me siento feliz de seguir trabajando por su legado como parte de FIL Futuro, la red de talento joven de su Fundación Internacional por la Libertad.
Sirvan estas líneas como tributo a un gigante y como saludo emocionado y cariñoso a su familia y amigos, así como a sus más cercanos colaboradores, como la familia Bongiovanni y todo el equipo de la FIL.
Este artículo fue publicado originalmente en Libertad Digital (España) el 16 de abril de 2025.