El valor del euro

Por Pedro Schwartz

El euro ha recobrado la paridad con el dólar que perdió en febrero de 2000. Los críticos del euro subrayaron entonces aquella caída como señal de la falta de calidad de la flamante moneda europea. Ahora podría parecer que se han vuelto las tornas, pero los amigos del euro no gritan albricias ante la igualdad recobrada. La razón de este silencio es bien clara: la flamante igualdad se debe a una pérdida de valor del dólar por falta de confianza de la economía financiera americana, no una revaluación del euro por el atractivo de los datos fundamentales de la economía europea.

Vista entre otras cosas la evolución del tipo de cambio con el dólar, cabría preguntarse además en qué medida ha sido conveniente para Europa la creación del euro y si hay razones para desear que los británicos, los suecos y los daneses, además de noruegos y suizos, abandonen pronto sus monedas nacionales por el euro.

Los tipos de cambio son indicadores ambiguos. La valoración de una moneda por comparación con otras puede ser el reflejo de tres elementos distintos aunque relacionados entre sí: las expectativas de inflación, las cotizaciones de las Bolsas y la marcha de las economías reales. La depreciación de una moneda puede deberse a una política monetaria y fiscal imprudente, como es el caso de las devaluaciones del peso argentino o el real brasileño. Mas cuando la comparación es entre divisas bien llevadas, su valor relativo refleja la evolución de los mercados financieros y sobre todo las circunstancias de fondo de la economía productiva. Dicho de otra forma, aunque el precio de las monedas recoge sin duda las expectativas de inflación en sus respectivos países, en situaciones de precios más o menos estables, las divisas reflejan en última instancia la productividad relativa de las empresas y los trabajadores en los sectores del país que comercian internacionalmente.

El elemento clave, pues, en la valoración del euro es la comparación entre las economías europea y estadounidense. En el momento actual, los inversores muestran un poco menos de desconfianza en la economía financiera del continente europeo que en la de EEUU. La burbuja de Wall Street y Nasdaq, al reventar, ha dejado unas secuelas de fraudes, disimulos contables, inversiones imprudentes, que sin duda los responsables pagarán pero que está haciendo tambalearse las cotizaciones. La economía productiva por su parte muestra mucha más solidez que la esperada, con tasas de crecimiento de 2,7% en 2001, y una expansión anualizada en el primer trimestre de 2002 de 5,6%. La pérdida de patrimonio sufrida por los inversores en Bolsa puede afectar su demanda de bienes de consumo diario y duradero, pero en fin de cuentas lo que vale para el crecimiento es la inversión y el avance tecnológico, que siguen muy vivos en  EEUU, sobre todo si se comparan con un crecimiento estimado de un 1,4% del PIB de la Unión Europea.

Vista así, la revaluación del euro frente al dólar no es una noticia del todo favorable para Eurolandia. Los europeos continentales hemos evitado una recesión más profunda gracias a que la debilidad del euro animaba nuestras exportaciones. Si ahora entramos en una época de moneda fuerte, por razón de la debilidad de la economía financiera de EEUU más que por la productividad de la europea, ello puede afectar a corto plazo la ansiada recuperación de las economías de Francia y Alemania, y por carambola la nuestra. Sin embargo, a largo plazo y cuando se maneja de forma ortodoxa, la moneda es un velo, que puede aletear un poco, pero que en fin de cuentas no tiene efectos reales permanentes.

Un mercado único y sin barreras como pretende ser el europeo no necesita tener una moneda única. La existencia de diversas monedas que fluctúan entre sí no es impedimento para la expansión de los intercambios comerciales. Si no lo creen, fíjense en la tasa de crecimiento del comercio mundial, que de 1990 a 1998 ha crecido por término medio un 6,4% anual, mientras la producción mundial lo hacía en un 3,2%. El mercado único de la UE puede funcionar y expandirse perfectamente con una variedad de monedas.

Si es así, ¿por qué tanta insistencia en que los británicos adopten el euro? Una moneda es también un símbolo político e incluso un instrumento constitucional. No hay duda que a los países que teníamos una política monetaria pródiga e irresponsable, la introducción del euro nos ha traído grandes beneficios temporales, sobre todo la reducción de los tipos de interés al nivel de los del Bundesbank. Pero el Banco de Inglaterra es serio y la esterlina no es una moneda inflacionista. No hay razón para abandonarla, si no es porque el euro simbolizaría una UE más centralizada. Por eso creo que la detestación de la esterlina en los círculos políticos de Eurolandia se debe sobre todo a que aquí nos inclinamos mucho más por una Europa federal que por una Europa de los Estados.

Artículo de la Agencia Interamericana de Prensa Económica (AIPE)
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