El terror por su nombre
Carlos Rodríguez Braun estima que el mundo Occidental comete una grave injusticia contra la mayoría de los musulmanes cuando dejar de señalar y aislar a los extremistas.
El terrorismo islamista seguirá apuntando a España después de sus crímenes en Barcelona. Estaremos quizá aún más presentes en su agenda a medida que vaya perdiendo terreno en bastiones como Siria.
Como el terrorismo, por definición, es un ataque por sorpresa, cuando se produce, existe la tentación de atribuir toda la responsabilidad a un fallo de información. En el caso de Barcelona, sin embargo, lo destacable no han sido solamente los fallos en el funcionamiento de la seguridad, que por supuesto existieron, sino la increíble politización de la seguridad de las personas, que incluye los prejuicios a la hora de instalar medidas de protección hasta los celos entre las diversas ramas de los cuerpos de seguridad, pasando por la vileza de las autoridades nacionalistas, insultando al Rey y marginando a la Policía Nacional y a la Guardia Civil de sus pretendidos homenajes. Así como al terror hay que llamarlo por su nombre, a los que luchan contra él hay que homenajearlos sin sectarismos.
Al mismo tiempo que reconocemos la labor realizada por las fuerzas y cuerpos de seguridad, hay que advertir los errores de las autoridades y también de los ciudadanos. En ese sentido, en el Wall Street Journal, Haras Rafiq y Muna Adil aconsejaron esta semana “enfrentar la miope corrección política que, en aras de la protección de las minorías, tolera las visiones contrarias a todo lo que defiende el mundo liberal de Occidente. El mundo occidental debe comprender que comete una grave injusticia contra la mayoría de los musulmanes cuando deja de señalar, reprochar y desafiar la ideología islamista, y rehúsa aislar a los extremistas”.
Esa labor es más importante que la de la integración, porque resulta imposible integrar a quien no desea integrarse. Millones de inmigrantes han sido capaces de integrarse por su cuenta en comunidades cultural y religiosamente diferentes. Y si algunos pocos no quieren integrarse, pero tampoco atacarnos (digamos, como los amish en la película Único testigo), no hay problema. El problema está en quien rechaza la integración y anhela exterminarnos. Ahí lo fundamental es la detección.
En ese sentido, resultó lamentable el mensaje de Raquel, la educadora social de Ripoll, que había tratado con los asesinos y, consternada, escribió un texto que se hizo viral, en donde casi les rinde homenaje: “Erais tan jóvenes, tan llenos de vida, teníais toda una vida por delante … y mil sueños por cumplir. […] Ya no podré volver a decir “qué guapos estáis”, o “¿ya tienes novia?”. O “madre mía, cómo has crecido”. No podré ver a vuestros hijos, como veo los de los demás. No os podré abrazar… Me duele tanto. No me lo puedo terminar de creer”. Como escribió José María Albert en Libertad Digital, por esta vía, en vez de llamar al terror por su nombre, los terroristas pueden acabar casi convertidos en víctimas.
Este artículo fue publicado originalmente en La Razón (España) el 24 de agosto de 2017.