El socialismo democrático es el camino pintoresco hacia la servidumbre
Jeffrey Miron y Ryan Bourne sostienen que los socialistas de hoy tal vez no piden eliminar la propiedad privada ni reprimir disidentes, pero, en conjunto, sus propuestas de cambios en las regulaciones, aumentos del gasto y de los impuestos restringirían considerablemente la libertad y la prosperidad.
Por Jeffrey A. Miron y Ryan Bourne
En su libro de 1944 Camino de servidumbre el ganador del Premio Nobel Friedrich Hayek argumentó que la planificación económica socialista resultó no solo en la acumulación de pérdidas de eficiencia económica, sino también en la destrucción de la “libertad misma”.
La historia fue amable con la visión del mundo de Friedrich Hayek. Reino Unido, Suecia y la India probaron la planificación socialista sin una represión sostenida. Pero la gente en la Unión Soviética, Venezuela, Camboya y Cuba no corrieron con la misma suerte. Los experimentos naturales entre el socialismo y el capitalismo en Alemania Oriental y Alemania Occidental, en Corea del Norte y Corea del Sur y en Hong Kong y China, respaldaron el vínculo entre la libertad económica y la libertad individual. Tras la reunificación, por ejemplo, el PIB per cápita de Alemania Oriental era un tercio de aquel de la Alemania Occidental, y esta última no necesitó del Stasi (Ministerio para la Seguridad del Estado) o de las restricciones migratorias de la Alemania Oriental.
Al criticar el socialismo como existía en la década de1930 o de 1940, Hayek se refería a un Estado que poseía y operaba los medios de producción, controlaba los precios y planeaba cómo y cuándo la producción ocurriría. Los economistas, en general y desde entonces, han coincidido que este tipo de economía “planificada” es defectuosa, aunque reconocen que todo país tiene programas socialistas.
En el 2019, el “socialismo” esta experimentando una especie de renacimiento en la política estadounidense. Una encuesta de Gallup del año pasado sugiere que los votantes demócratas ahora tienen una percepción más positiva del socialismo que del capitalismo. El Senador Bernie Sanders se ha descrito como un “socialista democrático” desde 1960, y la Representante Alexandria Ocasio-Cortez es miembro de los Socialistas Demócratas de América.
Interesantemente, estos socialistas modernos, usan una retórica que no hace eco de las definiciones de sus predecesores. “Para mí, el socialismo no significa que el Estado sea el dueño de todo”, dijo Bernie Sanders, “…significa crear una nación … en la cual todos los seres humanos tengan una calidad de vida decente”.
A menos que consideremos que socialismo hoy en día es tan solo una noble aspiración, Bhaskar Sunkara, editor de la revista Jacobin, recientemente expuso que el punto clave del socialismo actual es la extensión del Estado de Bienestar estableciendo ciertas actividades económicas –como los servicios de salud y los cuidados de niños– como derechos sociales. Las democracias sociales, como la de Suecia, han sido mostradas por Ocasio-Cortez como su visión del futuro.
Superficialmente, estas parecen ser buenas noticias. Si la nueva etiqueta de “socialismo” ahora describe a la social democracia –economías capitalistas con Estados de Bienestar altamente redistributivos– entonces el “miedo rojo” está siendo exagerado. No tenemos que preocuparnos por la autopista de Hayek hacia la Habana, pero podemos debatir sobre tomar la calle hacia Estocolmo. Algunos liberales incluso aprueban un “gran negocio” con los socialistas: más Estado de Bienestar con una economía ligeramente regulada y un sistema tributario bien diseñado, para generar altos niveles de ingreso a ser distribuido.
Esta visión optimista es delirante. Los socialistas de hoy, mientras descartan el deseo de la propiedad estatal directa, nos pondrían en camino al destino que advertía Hayek, aunque lo harían a lo largo de la vía pintoresca. Su visión implica mucha más intromisión del Estado que lo que la retórica social-demócrata sugiere.
Sunkara, por ejemplo, ha propuesto convertir las empresas de accionistas en cooperativas donde los trabajadores sean los dueños (algo que Sanders apoya). Este “socialismo de mercado” provocó que la economía de Yugoslavia pasara por el mismo estancamiento e ineficiencia que su variante de planificación central en otros sitios. Para empezar, el problema que tienen las cooperativas de levantar capital requerirá que bancos de inversión nacionales o regionales les provean los fondos. Por ende, el Estado estaría eligiendo ganadores y asignando los recursos.
Lejos de dejar que los mercados funcionen, el Nuevo Acuerdo Verde (New Green Deal o GND) defiende colocar la economía en mentalidad de guerra para alcanzar un objetivo de cero emisiones de carbono en 30 años, lo cual incluiría revisar el sector de transporte y convertir a todos los edificios edificios que sean energéticamente eficientes. Esta es la antítesis de decisiones tomadas en torno a las señales del mercado.
Los objetivos sociales del GND no terminan en transferencias fiscales tampoco. Una garantía de trabajos que paguen un salario familiar convertiría al gobierno federal en el empleador más grande del mundo, colocando a los trabajadores en sus sectores favorecidos: el sector ambiental, el de infraestructura y el de servicios de salud. El GND también demanda sindicatos fortalecidos, regulaciones laborales más severas y unas normas de comercio más estrictas para proteger a los trabajadores y a las manufacturas. En otros lados, los socialistas han propuesto educación universitaria gratuita, la división de instituciones financieras y un salario mínimo de $15 por hora.
Lejos de promover un sistema tributario con una base amplia y pro-crecimiento para recibir la recaudación para esta agenda, los socialistas modernos favorecen desde la impresión directa de dinero (conocida como la Teoría Monetaria Moderna, calificada como un sin sentido por cada economista respetado a través del espectro político) hasta apoyar un incremento extraordinario y distorsionador de la tasa impositiva cobrada a los ricos. De hecho, algunos desean tasas correctivas para reducir la desigualdad, incluso si esto reduce la recaudación.
Donde hoy los socialistas quieren más protecciones sociales generosas mediante servicios médicos, cuidado de infantes y otros servicios en especie, la distinción entre la propiedad estatal y el financiamiento será ilusoria en la práctica.
Una vez que el Estado cubre los costos de un servicio, fija límites sobre cuanto paga siendo el mayor consumidor, creando de esta manera controles de precio de facto. Los estados sujetan condiciones a sus gastos, definiendo también quién puede trabajar en una industria o los estándares que deben cumplir los productores. Estas regulaciones crean escasez en áreas de costos altos, requiriendo de provisión subsidiada para satisfacer la demanda. En muy poco tiempo, la industria se encuentra efectivamente nacionalizada a través de las regulaciones.
La observación fundamental de Hayek es que la intervención crea problemas que luego provocan más intervenciones correctivas, erosionando la libertad en el camino. Los socialistas de hoy tal vez no pidan eliminar la propiedad privada, ni tampoco crear gulags para reforzar su visión. Pero, combinadas, las arremetidas regulatorias, de gasto y tributarias que han propuesto restringirían significativamente la libertad y socavarían la prosperidad, justo como los experimentos socialistas de antaño.
Este artículo fue publicado originalmente en CNN (EE.UU.) el 9 de abril de 2019.