El show de la globalización debe continuar
Por Tyler Cowen
Los últimos 20 años han presenciado más comercio mundial, globalización y crecimiento económico que ningún otro periodo en la historia. Pocos comentaristas creían posible que tal aumento del comercio y del nivel de vida se haya producido fuera posible en tan poco tiempo.
Más de 400 millones de chinos han salido de la pobreza entre 1990 y 2004, según el Banco Mundial. India se ha convertido en una economía de crecimiento rápido, la clase media en Brasil y México está floreciendo, y sucesos recientes en Ghana y Tanzania demuestran que algunas partes de África pueden estar prosperando.
A pesar de estos fabulosos avances, existe un rechazo a la globalización y una amplia creencia de que esta requiere moderación. La gente común y corriente con frecuencia cuestiona las ventajas del comercio internacional, y ahora inclusive muchos intelectuales se están volviendo más escépticos. Aún así los hechos muestran que la actual sensación negativa con respecto de la economía simplemente no está justificada. Las clásicas recetas económicas de comercio, inversión e incentivos, nunca han tenido más éxito en generar enormes beneficios para el bienestar humano.
El proceso de globalización ha tenido sus caídas, por supuesto, como se ha reflejado recientemente en el aumento de los precios de las commodities, pero esto es consecuencia de cuanto y con qué velocidad ha aumentado la prosperidad. Países como China se han vuelto ricos tan rápidamente que la producción mundial de energía y alimentos han sido incapaces de igualar su paso. Pero el rápido crecimiento económico es la dirección correcta aún cuando algunos de los pobres que quedan todavía, sufren por los altos precios de los alimentos.
A pesar de lo que mucho que se ha dicho con respecto a un necesario “receso” de la globalización, el comercio mundial en realidad se está acelerando y esto es algo bueno. Los grandes cambios frecuentemente vienen juntos, así que cuando las cosas buenas pasan es importante mantener la tendencia. Es verdad que las conversaciones en la Organización Mundial de Comercio se han detenido y que el partido demócrata, al menos en su retórica, se ha alejado de la herencia del libre comercio del Presidente Bill Clinton.
Pero el volumen de comercio, sin embargo, es probable que siga aumentando así sea solo porque la economía mundial está extendiéndose. Además, una gran mayoría de estadounidenses nunca había estado mejor posicionada para beneficiarse del intercambio global y de la prosperidad del resto del mundo.
Los defensores del comercio se concentran en los beneficios de los bienes que llegan del extranjero, como zapatos lujosos de Italia y computadoras baratas de Taiwán. Pero las nuevas ideas son el verdadero premio. Para el 2010, China tendrá más científicos e ingenieros con PhD.’s que los Estados Unidos. Estos profesionales no son fundamentalmente una amenaza. Al contrario, ellos son creadores cuyas ideas probablemente mejoren la vida de estadounidenses comunes y corrientes, y no solamente aquella de la elite empresarial. Cuanto más acceso tengan los chinos al mercado estadounidense y a otros mercados, más podrán permitirse una educación superior y tendrán más incentivos para innovar.
Los economistas conservadores y liberales coinciden que las nuevas ideas son la principal fuente para mejorar las condiciones de vida. Necesitamos urgentemente nuevas biotecnologías, una cura para el SIDA y una infraestructura energética más limpia, por nombrar unas cuantas cosas. El comercio es parte de la estrategia para conseguir estos fines. Una China y una India más ricas también significan un mayor potencial de recompensas para los estadounidenses y otros que invierten en alguna innovación. Un producto o una idea que era comercializado solamente en los Estados Unidos y en Europa hace 20 años podrían ser vendido a mil millones más en el futuro.
Esos beneficios tardarán en realizarse, pero el comercio con China ya ha aliviado a los estadounidenses más pobres. Una nueva investigación de Christian Broda y John Romalis, ambos profesores en la Escuela de Negocios en la Universidad de Chicago, ha demostrado que las importaciones baratas de China han beneficiado desproporcionadamente al estadounidense pobre. De hecho, para el pobre, las rebajas en tiendas como Wal-Mart han compensado la mayor parte del incremento en la desigualdad del ingreso medido a partir de 1994 hasta el 2005.
A pesar de todos estos beneficios, la tendencia intelectual que predomina actualmente es la de disculparse por el libre comercio. Un reclamo común es que la liberación del comercio debería continuar sólo si está acompañado de nuevas políticas para re-entrenar a trabajadores desplazados o más bien, ameliorar las consecuencias de la volatilidad económica.
De acuerdo, las ventajas de una buena red de seguridad están bien establecidas, pero la globalización no es la principal fuente de problemas para la mayoría de los trabajadores estadounidenses. Los problemas en los servicios de salud, las malas escuelas para nuestros niños o, recientemente, las malas prácticas bancarias han provocado disrupciones mayores —y han sido fundamentalmente fallas domésticas.
Lo que realmente está sucediendo es que mucha gente, en los Estados Unidos o en el exterior, desconfía enormemente de las relaciones económicas con los extranjeros. Estos reclamos se derivan de la básica naturaleza humana —específicamente, nuestra tendencia a dividir a la gente “en grupos” y “fuera de los grupos” y a exaltar a uno y a satanizar al otro. Los estadounidenses temen que los extranjeros prosperen a costa suya o “controlen” algunos aspectos de la economía.
Se podría aplacar estos sentimientos dejando de respaldar un poco el comercio, o administrándolo de tal manera que se reduzca una reacción hostil. Renunciar al ímpetu, sin embargo, no es necesariamente el camino correcto a seguir. Si somos demasiado apologéticos con respecto a la globalización, podemos alimentar las irracionalidades principales, en vez de domarlas. El riesgo es que llegaremos a enmarcar al comercio como una fuente fundamental del sufrimiento y las pérdidas, lo cual pondría a los votantes más nerviosos, no menos.
Está mal minimizar los costos de la globalización, pero la realidad es que hemos estado minimizado sus beneficios por mucho tiempo. Los políticos ya consienten la desconfianza de los estadounidenses hacia los extranjeros. No hay ninguna necesidad de que el resto de nosotros nos unamos al coro. En cambio, necesitamos hacer conciencia de las ventajas cosmopólitas del comercio y el, a menudo oculto —pero no menos verdadero— beneficio a los estadounidenses comunes y corrientes.
Si miramos las tendencias de los 20 últimos años, tenemos muchas razones para creer que la era moderna del libre comercio recién empieza.
Este artículo fue publicado originalmente en The New York Times (EE.UU.) el 8 de junio de 2008.