El salvataje fue un error, pero el impuesto también lo sería

Jeffrey A. Miron considera que el impuesto a la banca propuesto recientemente en EE.UU. no afectaría a los accionistas y ejecutivos de las instituciones financieras y haría más costosos los créditos en EE.UU.

Por Jeffrey A. Miron

La presente administración de Obama ha propuesto una cuota —o mejor dicho un impuesto— que será pagado por las instituciones financieras más grandes de EEUU.

El impuesto busca cubrir la diferencia entre el dinero dado para el rescate de estas instituciones hace poco más de año y medio y los montos que hasta el momento ha recibido la Tesorería de EE.UU. De esta manera, el impuesto supuestamente reducirá  el déficit público en alrededor de $90 millones.

Sin embargo el impuesto está mal concebido por varias razones.

El impuesto no afectará ni exclusivamente ni principalmente al objetivo político deseado: los accionistas y ejecutivos de las grandes instituciones financieras. El peso de los impuestos generalmente cae lejos de su principal objetivo ya que el objetivo trata de evadir la carga.

En este caso los impuestos representan mayores costos, por ende precios más elevados, así que los consumidores (o prestamistas) tendrán que soportar algo de la carga del impuesto. Los costos más altos (sumados a los límites a la remuneración de ejecutivos) incentivarán a las corporaciones a mudar sus operaciones al extranjero, donde las políticas tributarias y las regulaciones suelen ser más benignas.   

Por ende, el impuesto dañará poco a quienes la ira populista desea atacar. En cambio, el impuesto si perjudicará a los prestamistas –una movida extraña viniendo de una administración que dice preocuparse por la contracción del crédito- junto a los empleados de las empresas financieras, desde a los mandos medios, hasta las secretarias y trabajadores de limpieza.

El impuesto propuesto también recaudará menos fondos de los prometidos, otra vez, porque quienes están sujetos al impuesto tomarán medidas para evitarlo. Trasladar las operaciones al exterior es una opción; otra es valerse de trucos de contabilidad. La recaudación neta incluso podría ser menor ya que el gobierno estadounidense no podrá cobrar impuestos sobre los ingresos ni sobre la nómina de quienes se han quedado desempleados debido al éxodo desde las instituciones financieras.

El nuevo impuesto, por lo tanto, fracasará en promover sus objetivos establecidos. Peor todavía, evade el verdadero problema.

EE.UU. se equivocó terriblemente rescatando a las instituciones financieras. La bancarrota hubiese sido una buena manera de castigar a las instituciones financieras por sus excesos. Las grandes ganancias y las considerables bonificaciones están perfectamente bien —son una recompensa por los riesgos tomados— pero solamente si es que aquellos que se llevan las ganancias en los buenos tiempos de hecho pagan por las pérdidas en los malos tiempos.

Sin el salvataje, muchas instituciones financieras hubieran fracasado o sufrido graves pérdidas, reduciendo los beneficios y las bonificaciones. Esta es la forma en que supuestamente el capitalismo funciona.

El rescate ha interrumpido este proceso, protegiendo al sector financiero del riesgo que tomó en función de obtener mayores ganancias. Los defensores del rescate creen que el mismo era necesario para evitar un colapso financiero, pero incluso si están en lo correcto —algo muy discutible— el plan de rescate libró de toda carga a Wall Street. Y al recompensar la excesiva toma de riesgos, el rescate ha sembrado la semilla de la próxima crisis.

La administración de Obama no estableció el plan de rescate, pero siendo Senador Obama votó a favor de este y ya siendo presidente nombró a un arquitecto clave del rescate, Timothy Geithner, como Secretario del Tesoro y designó a otro personaje clave en el rescate, Ben Bernanke, para que cumpla su segundo mandato como Presidente de la Reserva Federal. En términos generales, la administración no ha criticado el plan de rescate, más bien lo caracterizó como algo necesario para salvar al sistema financiero.

A pesar del rescate y el estímulo fiscal de $780.000 millones que el gobierno firmó en febrero pasado, la economía todavía se encuentra debilitada. Esta es la verdadera razón para la creación del impuesto sobre las empresas financieras: el deseo de utilizar a los bancos como chivos expiatorios y desviar la atención de la creciente preocupación de que ni el plan de rescate ni el estímulo han resucitado a la economía.

Dos errores no producen un acierto. El rescate es un hecho, por lo que la meta del gobierno debería ser poner un fin a todo trato especial hacia la industria financiera, favorable o castigador. La política debe centrarse en proporcionar un entorno estable que recompense el éxito en lugar de castigarlo.

El impuesto propuesto obstaculiza esto, ya que responde a una necesidad política en vez de reflejar un análisis racional de los costos y beneficios de las políticas gubernamentales.

Si EE.UU. sigue por este camino, el producto final será un capitalismo de compadres en el que prosperan quienes tienen conexiones políticas, mientras que casi todos los demás sufren. No es demasiado tarde cambiar esta situación. Rechazar este impuesto sería un buen primer paso.

Este artículo fue publicado originalmente en Investor's Business Daily el 14 de enero de 2010.