El Salvador: La defensoría del elector

Cristina López se pregunta por qué los electores salvadoreños no tienen un mecanismo que les garantice que los representantes que eligen actúen de acuerdo a sus promesas de campaña.

Por Cristina López G.

La proliferación de uniones de consumidores y la creciente atención a los derechos del consumidor, ha llevado a que quien compra un producto, se crea verdaderamente el adagio de que "el cliente siempre tiene la razón". La labor de la Defensoría del Consumidor ha posibilitado que muchos compradores insatisfechos hagan valer sus derechos, y que cese su impotencia ante los productores que antes veían tan lejano.

En este escenario, el consumidor hace una elección en la que entran en juego diferentes variables como precio, calidad, prestigio de la marca, etcétera. Se informa y escoge el producto que, entre un rango de posibilidades, mejor llena los criterios subjetivos que determinaron su elección. Habrá satisfacción siempre y cuando el producto resulte ser lo que decía ser: es decir, nadie que haya comprado una licuadora estará a gusto si al cabo de unos meses se convierte en piedra de moler.

El voto en una democracia, puede compararse mucho con la compra de un producto en un mercado de consumo (y uno bastante regulado, por cierto). El electorado, toma su decisión con alguna información que le permite comparar a los candidatos: ya sean las promesas de campaña, la simpatía con la marca o partido, la calidad o honradez y prestigio del postulante, entre otras. Desgraciadamente, en nuestra democracia salvadoreña, el consumidor nunca sabe en qué se va a convertir su voto después de un tiempo. Quienes votaron por ARENA se rascan la cabeza con asombro, preguntándose cómo es que el partido que defiende las libertades, las viola con el apoyo a una ley que busca obligar a creyentes y no creyentes a la lectura diaria de la Biblia en las escuelas.

Quienes votaron por el FMLN (Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional), se rasgan las vestiduras con un Mauricio Funes que dicen "se ha vendido a la derecha". Los más recalcitrantes no se imaginaban así el cambio, por lo que, con toda razón, se quejan en artículos y blogs que el producto que compraron, no resultó ser lo que decía ser. Lo mismo con los electores que habiendo votado por una composición determinada en la Asamblea Legislativa, nos preguntamos cómo es que ahora se dividen las curules de manera antojadiza de acuerdo al berrinche o expulsión de turno, o al surgimiento de nuevas lealtades, ignorando la lealtad al electorado o al juramento de respetar la Constitución, que últimamente se interpreta a conveniencia.

Y nos preguntamos con impotencia, ¿cómo pasan estas cosas? Pasan porque no existen los adecuados mecanismos de cercanía del funcionario con el electorado, como para que rindan cuentas verdaderamente. En la Asamblea suceden estos atropellos al voto y a la democracia, porque la manera de elegir a nuestros diputados lo permite: nuestro sistema es de lista cerrada bloqueada, es decir, con un solo voto por un solo partido elegimos a la composición de diputados cuyas candidaturas han sido de antemano determinadas por su partido, por lo que el diputado, en el ejercicio de sus funciones, tiene más incentivos para "quedar bien" con la cúpula del partido de quien depende su posible reelección, y no para quedar bien con su electorado, que tiene la soberanía y le presta el poder para ejercerlo por períodos de tres años, haciendo las leyes que rigen al país. Diferente incentivo tienen los alcaldes, que si no hacen obras, no son reelegidos.

Hay muchas soluciones al problema, y entre ellas destaca la reforma electoral que permita cambiar la manera en la que elegimos nuestros diputados para asegurar más democracia a través de la transparencia y la rendición de cuentas.

Desde un punto de vista realista, difícilmente pasarán los propios diputados con sus votos, una ley que equivale al suicidio electoral de muchos de ellos. Sin embargo, como ciudadanía, esta solución es una causa más que apoyar, y un debate que debe hacerse entre los sectores, buscando el apoyo necesario para que lo que se marque en las papeletas el día de las elecciones, se mantenga vigente a lo largo del periodo legislativo.

En el mercado de la democracia no hay Defensoría del Consumidor que nos ampare. Aquí, nuestros derechos, debemos hacerlos valer como ciudadanía activa: la "Defensoría del Elector" somos nosotros.

Este artículo fue publicado originalmente en el El Diario de Hoy (El Salvador) el 22 de julio de 2010.