El reto laboral mexicano

Por Roberto Salinas-León

El verdadero reto laboral, ante el desafío demográfico de la economía mexicana, es un alto crecimiento sostenible, que genere empleos productivos, altamente redituables, y que puedan contribuir alto valor agregado a la riqueza nacional.

Más allá de los temas relevantes en la coyuntura económica (las pensiones, el canje de los pagarés del rescate bancario, el presupuesto, la pérdida de competitividad), está el lema estructural de la economía mexicana: si los cambios en la estructura poblacional del país se convertirá en un bono demográfico, derivado de alta inversión en capital humano, o pasará a ser una bomba demográfica, derivada de las carencias de crecimiento que enfrenta el escenario económico en el mediano plazo.

La mayoría de actores políticos, sobre todo las voces que proclaman la necesidad de un proyecto económico alterno, caen en el simplismo de considerar que este problema tiene una solución inmediata, por medio de la generación de empleos, pase lo que pase, sin considerar las bases de la generación de crecimiento. "Crear empleo", en esta perspectiva, se convierte en un fin económico -políticamente correcto, electoralmente rentable, pero de poco sustento en la lógica económica.

Sería relativamente fácil crear empleos, si se pudiese recurrir al expansionismo en los medios de pago, o a una política de endeudamiento público que genere altos déficit en el presupuesto federal. El reto económico que presenta la demografía mexicana no tiene la salida fácil por la vía de la reinflación, sino más bien presenta retos capitales en el cambio que se requiere para estimular la inversión en capital humano, así como las reformas que se deben de aterrizar para generar las condiciones de crecimiento que permitan abastecer las crecientes demandas en el mercado laboral.

El populismo financiero, en otras palabras, es políticamente atractivo, más no es un avance viable para enfrentar el reto demográfico de la economía, más allá del romance de repetir que hay que crear más de un millón de empleos al año. En esta materia, el "como" es tan importante, sino más importante, que el "qué".

La realidad capital es que la función de la política económica no es crear empleo, sino generar las condiciones para la creación de bienestar. En el largo-plazo, sin embargo, la generación permanente de riqueza real implica un traslado espontáneo de empleos que dependen de la mano de obra, a empleos que dependen más del conocimiento, del capital humano; y esto significa que, en el fondo, la diferencia entre un bono demográfico o una bomba en potencia, es la educación.

Empero, si el objetivo de la política económica se centra en la creación de empleos, como fin único, en vez de la generación de un clima que permita la rápida acumulación de riqueza, el resultado será no mayores satisfactores, ni siquiera una mejora en la distribución del ingreso, sino un menor nivel de vida. El romance de la tesis "generar demanda, crear empleo" representa una confusión de fines con medios, que a la postre se traduce en atraso y en una mala asignación de recursos. De hecho, un clima de confianza, con instituciones que fomenten inversión en forma permanente, con mercados financieros desarrollados que permitan una mayor creación de riqueza, es un objetivo mucho más difícil de alcanzar que la llana "creación de empleos".

Es decir, si el fin de la economía es crear empleos, la solución a nuestros problemas sería alcanzable en el inmediato plazo, al mejor estilo de una varita mágica económica. Tal como decía Frederich Bastiat: si lo que un gobierno desea es proteger el empleo, entonces que invente una forma para destruir todas las ventanas de una ciudad. Empleo al instante. Empero, no se creó mayor riqueza, sino la reasignación ineficiente de recursos existentes.